DON MANUEL: ILUSTRISIMO RADICAL

Completamente radical. Ilustre, ilustrísimo radical. La figura más discutida e influyente en las letras y la política del Perú en el último tercio del siglo XIX y algunos años del siguiente. Su obra de poeta, pensador, ideólogo, periodista y reformador total en todos los frentes, lo convirtió en una personalidad de relieve continental en un momento dominado por el modernismo, al que contribuyó por su elevado sentido del arte y su severa crítica del academicismo y del ya lánguido romanticismo. Que tal hombre para vivir con la fuerza consecuente de sus ideales.
El personaje  de inteligencia profunda resultó un iconoclasta por sus posiciones tan verticales y extremas. Sus ideas drásticas, enteramente drásticas. No obstante que nació en Lima en el seno de una familia enteramente aristocrática, conservadora y católica a ultranza. Sus nombres y apellidos completos lo dicen todo: José Manuel de los Reyes González de Prada y Alvarez de Ulloa.
 Recorrió la zona andina del país y se retiró a vivir en una hacienda al sur de Lima, donde se compenetró con el mundo indígena y se dedicó a la lectura de escritores clásicos, ingleses, alemanes y franceses.
LA VOZ DEL NUEVO PERU
 El episodio capital de su vida y de la generación a la que perteneció fue la Guerra con Chile (1879-1883), que acabó con una humillante derrota peruana y provocó su segunda reclusión voluntaria durante la ocupación chilena de Lima que duró tres años en que no salió de su casa.
 Al acabar esa ocupación, se convirtió en un vitriólico acusador de la clase dirigente peruana, del Ejército y la Iglesia Católica. Convocaba a la lucha por la regeneración social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo de América Latina.
 Convertido en la voz del nuevo Perú que debía surgir de la derrota, denunció los males que el país arrastraba por siglos. Entre ellos: la indiferencia por la condición infrahumana del indígena; su prédica, hecha en un estilo implacable y cientificista con raíces positivistas, fue creciendo en intensidad y radicalismo.
 Al volver de un viaje por Europa (1898), empezó a divulgar las ideas anarquistas que había descubierto en Barcelona, y fue identificándose cada vez más con los movimientos obreros anarcosindicalistas.
 Como prosista, González Prada es recordado principalmente por Páginas Libres (1894) y Horas de Lucha (1908), obras en las que muestra una creciente radicalización de sus planteamientos.
GALICIA
 Defendió todas las libertades, incluidas la de culto, conciencia y pensamiento y se manifestó en favor de una educación laica. En el artículo “Nuestros Indios” (1904), explicó la supuesta inferioridad de la población autóctona como un resultado del trato recibido, de la falta de educación.
 Como poeta, publicó Minúsculas (1901) y Exóticas (1911), que son verdaderos catálogos de innovaciones métricas y estróficas, como los delicados rondeles y triolets que adaptó del francés. Sus Baladas Peruanas (1935), que recogen tradiciones indígenas y escenas de la conquista española, fueron escritas a partir de 1871.
De lo que se conoce de la familia González de Prada es que en Galicia, España, hacia el siglo XVII, en tiempos de los Reyes Carlos III y IV, ocupó posiciones expectantes tanto social como económicamente. Uno de sus miembros, Francisco González de Prada y Calvo era hijo de Silvestre (1684-1742) y Feliciana (1684-1742) y murió, prematuramente, a los 42 años de edad, en 1767.
JOSEF
Casado con Antonia Falcón y Arroyo y uno de sus hijos llamado Josef González de Prada y Falcón que quedó huérfano a los 6 años, fue el primero que llegó a América para desempeñarse como Real Contador Oficial de las Cajas Reales de Salta, Argentina, el año 1784. Este personaje resultó ser el abuelo paterno de don Manuel.
Por aquel tiempo se extinguía la revolución de Túpac Amaru y era perseguida, con ahínco, la lectura de esa hermosa relación histórica y poemática, el libro “Comentarios Reales” del Inca Garcilaso de la Vega.
Josef, por decisión de la monarquía española, fue promovido al cargo de Visitador de Buenos Aires, Oruro y Carangas. Allí constató el ánimo de los sudamericanos y se convenció que la causa española pasaba por aguda crisis.  Algo más peligroso para los españoles: las ideas libertarias podían triunfar frente al dominio colonial.
Llegó a Lima, por primera vez a los 30 años de edad, con un importante cargo porque había sido nombrado por la Corona como miembro del Real Tribunal de Cuentas. La capital del Virreinato peruano atravesaba por la más intensa inquietud ideológica que años después daría paso a la Independencia.
A COCHABAMBA
González de Prada charló largamente con el Virrey, Francisco Gil de Taboada y Lemus. Al poco tiempo tuvo entre sus manos el primer ejemplar fresco de tinta, del “Mercurio Peruano”. Halló ocasión para mezclarse  con el grupo de “Amantes del País” y discutir con hombres como Baquijano, el padre Cisneros y Rodríguez de Mendoza.
Años después, el Virrey Abascal lo envió  a Cochabamba, del Alto Perú, como Gobernador-Intendente. En dicho territorio, la agitación subía de punto día a día. Por eso, frente a una rebelión, tuvo que escapar cuando, precisamente, se hablaba de su inminente ejecución, volviendo a Lima donde también reinaba la conspiración.
 Lo nombraron Gobernador de Tarma. Allí se enfrentó con José Crespo y Castillo, a quien derrotó en el puente de Ambo, jurisdicción del actual departamento de Huánuco.
 Llegaba a su ocaso el poderío español. Fue designado Intendente de Lima. El 3 de enero de 1815 nació su hijo Francisco que, posteriormente, seria el padre de don Manuel. El abuelo también  se desempeñó como Superintendente General de Hacienda.
El PADRE
El desembarco de San Martín y el ingreso de los Patriotas a Lima obligó a González de Prada, con su familia, a huir al Cusco. El ya tenia, además de Francisco, seis hijos. Sonó la hora de Ayacucho de la capitulación definitiva y la familia partió hacia Cochabamba. Allí murió Josef enfermo de melancolía, en 1829
Su hijo Francisco estudió para abogado en la Universidad de Chuquisaca. A los 23 años, dirigió sus pasos hacia Arequipa, la mas seductora de las ciudades del sur del Perú, casándose con Josefa Alvarez de Ulloa: mujer linda, catolicísima y nostálgica, cuyo padre, el Capitán Domingo Alvarez de Ulloa, de un momento a otro, se dirigió a España su tierra natal y nunca más se supo de él.
González de Prada resolvió abandonar a Arequipa y arribó a la capital en busca de porvenir. Que lo consiguió, por supuesto. Por ese año de 1844, ya tenía dos hijos: Francisco y Cristina, los hermanos mayores de don Manuel. Era un buen abogado de palabra fácil, de principios y con mucha prosapia.
Fue en 1848, un 6 de enero, que nació Manuel quien seria, a lo largo de la vida, el más famoso de sus hijos por sus dotes literarias de renombre y por sus ideas radicales muy cercanos a la anarquía y alejado completamente de la religión.
LA CASONA
Todo lo contrario a lo que era su hogar cristiano, ultramontano, antiliberal, burgués, españolizante, amigo del clero, prudente, devoto, admirador de los gobiernos fuertes. Las virtudes para germinar una monarquía patriarcal.
En la época que nació  Manuel en Lima, su padre tenía una amplia casona de los Condes de Monteblanco en Peña Horadada con un jardín y un huerto enormes, regados por el río Huatica donde se reunían, constantemente, los personajes mas connotados de la política y el foro limeños.
Los González de Prada   heredaron- descendientes de los Marrón de Lombera- una sólida fortuna producto de las tierras que le otorgó la corona española. La familia vivía con relativa opulencia.
A Manuel lo bautizó el propio Arzobispo de Lima entre finísimos pañales y con amas de trapío en la Iglesia de San Sebastián, mientras lo sostenían los robustos brazos de su padrino, el Obispo Pasquél con la asistencia de varias dignidades eclesiásticas.
El espíritu del niño se formó en una atmósfera conservadora, marcadamente clerical. Sus ojos aprendieron los colores en el morado de las vestimentas episcopales, en los uniformes militares y el negro luto permanente de su abuela Chabela.
EL COLEGIO
Doña Josefa, su madre, vigilaba atentamente el crecimiento de sus hijos y quiso que se educaran bien, siempre dentro de las más severas normas del respeto familiar y de la humildad cristiana.
Para eso envió a Manuel, en cuanto tuvo cinco años, a un colegio de unas señoritas pobres, amigas suyas, las hermanas Ferreyros, quienes dirigían una escuela de primeras letras en la calle del Arzobispo.
Había recibido ya  el sacramento de la Confirmación y en el solar donde vivía jugaba con catorce perros con sus lenguazas salientes y ladridos constantes, animales que compartían sus alegrías en el huerto y junto al rio. Ello constituía su más grande felicidad.
Lo contrario, desde niño, le producían las oraciones diarias, mañana, tarde y noche del Angelus, el larguísimo Santo Rosario a que lo obligaba su madre y sus profesoras en el colegio, con la consabida Historia Sagrada y el Catecismo para que no se vaya al infierno. Tenia que obedecer, muy a su pesar.
EL PAQUETE
Era callado. Sus grandes y tranquilos ojos azules, su tez rosada, su apostura señoril atraían la simpatía de sus profesoras. Le aconsejaban siempre que observara buena conducta y que “no se juntara con los mataperros que corrompen a los niños decentes”. Todo esto le entraba por un oído y le salía por el otro. Su rechazo a las normas, desde niño, era total.
Los augurios fracasaron y una vez que  jugaba en la huerta con sus perros cuando de pronto cruzó el aire, lanzado por mano desconocida, un paquete que, al caer, reventó salpicando de excremento la cara del muchacho.
Sintió una cólera irremediable de que le hubieran arrojado suciedades en su propia casa. Sin titubear, empezó a recoger piedras de todo tamaño y a dispararlas contra los vidrios de la casa vecina.
 Una a una cayeron hechos trizas los cristales. La abuela, Mamá Chabela, lo calmó. Lloroso escuchaba las amonestaciones. Al día siguiente nadie reclamó contra el niño y por el contrario, un vidriero reemplazaba lo roto. La familia comprendió que Manuel había tenido cierta razón al ejercer justicia por su mano, contra el oculto y cobarde ofensor.
En el colegio se dieron cuenta que tenían carácter fuerte cuando le molestaban. Un día ocurrió algo insólito y que dio lugar a su expulsión de la escuela. El profesor de Geografía explicaba el curso de un rio cuando una pelota de papel cayó sobre la carta geográfica.
LA TINTA
 El profesor, puntero en mano, alzó la vara y la dejó caer sobre la cabeza del alumno más próximo que era Manuel, a pesar de que no había hecho absolutamente nada. Al instante se vio inundada de tinta la camisa del profesor y el niño, trémulo de rabia, después de haberle arrojado el tintero salió de la clase.
Su padre seguidor de Echenique cayó políticamente cuando triunfo Castilla y tuvo que salir del país rumbo a Chile. El desterrado don Francisco matriculó a su hijo Manuel en el Colegio Inglés de Valparaíso, dirigido por el alemán Goldfinch y el británico Blum.
Allí permaneció cerca de dos años aprendiendo esos idiomas. Por las tardes gustaba de salir a recorrer el puerto. Contemplar, desde la bahía, el coliseo de la ciudad edificada sobre las faldas de los cerros circundantes.
 Atmósfera liberal y portuaria. De muelle, lancha y procacidad. En ese ambiente tan distinto al de Lima, el niño cambio radicalmente y a temprana edad se alejó, por completo, de la religión.
AL SEMINARIO
 Por eso es que por aquella época le dice a su hermana Cristina que piensa mucho en ser mayor. Ella le pregunta por qué y la respuesta se escucha rápida, clarísima: “Para no rezar, por supuesto”
A principios de 1857, la familia retornó a Lima y al poco tiempo tras larga consulta con el confesor y los familiares, se adoptó una resolución invariable: “Manuel debe entrar al Seminario para ser sacerdote”.
El adolescente que escuchó la sentencia sintió una desilusión tremenda. Se nublaron de lágrimas los ojazos azules. Esa noche no quiso ir a comer a la mesa. Se hizo pasar por enfermo. Le indignaba la idea de vestir sotana. A reglón seguido, se negó a rezar el rosario.
Una semana más tarde ingresó al Seminario de Santo Toribio. Los sacerdotes recibieron con beneplácito al ahijado de Monseñor Pasquél. Su madre lo acompañó hasta el colegio y, a partir de entonces, todos los domingos, un sirviente le llevaba ropa limpia y cigarrillos, como era de costumbre.
Felizmente encontró en el Seminario a un gran amigo Agustín Obin y Charún, con quien toda la vida conservó esa relación. A pesar de que el camarada se convirtió en  sacerdote.
PIEROLA
 Uno de los seminaristas, en la misma época de Manuel, era Nicolás de Piérola, posteriormente político y Presidente del Perú, con quien tuvo siempre una rivalidad de enconos grandes.
Los días corrían incesantes y cada vez se multiplicaban más las misas, las comuniones y las prédicas. Empezaba a infiltrarse, en su alma, la persuasión eclesiástica sonora de latines. Se sentía infinitamente triste.
Hasta que no aguantó más y se fugó del Seminario. Aprovechando un momento de descuido de la vigilancia, cogió su maleta, escaló una pared y ya en la calle, se dirigió al Colegio San Carlos donde quedó matriculado por decisión propia. Tenía tan solo trece años.
San Carlos turbado por mil ecos políticos y sociales, evocó en Manuel el ambiente del colegio de Valparaíso donde se hablaba libremente, atentos a los sucesos europeos. Completamente distantes y olvidados del latín y del ritual religioso. Escuchando siempre discusiones sobre asuntos de actualidad palpitante.
Manuel se dedicaba, con creciente avidez, a la lectura, aunque no precisamente al estudio. Era callado, irreligioso. Escribía con fluidez y facilidad. No obstante que despreciaba la gramática y  la sintaxis.
LECTOR
 Enemigo total del Latín. Si le gustaba la Química y las Matemáticas. Le atraían fórmulas y teoremas. Tenía vocación para descifrar problemas concretos. Le interesaba lo tangible, detestaba lo abstracto. Salvo que fuera una divagación a  base de un hecho real.
 Resolvía ecuaciones, apelaba a los logaritmos y sondeaba fórmulas. Sin embargo, nunca fue un alumno ejemplar. Por el contrario, era el amante de las notas con límites ente la desaprobación  y la aprobación
Leía lo que le llegaba a las manos.  Especialmente libros científicos, ignorando a menudo  detalles primordiales del reglamento del colegio. Pero en cambio conocía, bastante bien, el funcionamiento de las Cámaras Legislativas y el curso de los debates entre los Liberales y Conservadores. Le gustaban las piezas oratorias y odiaba la pedagogía basada en la disciplina
Le seducía la vida literaria, aunque no lo confesaba nunca. Ensayaba comedias, conforme al gusto de la época. A los 14 años le gustaba el romanticismo. Pero desconfiaba de las personas aún cuando tuvieran todas las apariencias de honradez.
CARRERA
Al fin acabó los estudios secundarios. En su carpeta de colegial conservaba  algunas docenas de cuartillas, escritas  secretamente. Había compuesto dramas, traducido versos del inglés y del alemán. Todo, todo, lo rompió y desapareció por completo.
Manuel anheló ser ingeniero. Como no había escuela especial en Lima, proyectó que su padre lo envíe a Bélgica. El progenitor ya enfermo aceptó. Pero la madre se opuso rotundamente. El muchacho tuvo que permanecer en Lima. Puesto a elegir carrera, asumió- indiferentemente- la de ser abogado para satisfacer en algo el anhelo familiar.
Inició su expediente para graduarse de Bachiller en Filosofía y Letras en Marzo de 1862, a la vez que seguía los cursos de Derecho. Al año siguiente su padre murió. El siguió estudiando. Hasta que no pudo seguir adelante y abandonó la carrera de abogado.
Prefirió escribir versos, ramas y otros artículos. Allí se sentía mejor. Pero no lo asumía. Porque, siempre, todo lo que terminaba lo rompía, avergonzado totalmente. Entonces, prefirió las faenas del campo y se fue a Tutumo, una chacra cerca de Lima ubicada en el valle de Mala (Cañete) donde labró la tierra y practicó la química.
PRADA
Pero antes de partir su fama de poeta se extendía. Recibió una  carta del escritor Jose Domingo Cortez, atraído por unos versos suyos. Le solicitaba algunas composiciones poéticas y sus datos biográficos para una antología peruana que pensaba publicar.
Manuel metió en un sobre varios poemas y en una hoja escribió su autobiografía: “Nací en Lima. Son mis padres: Francisco González Prada y Josefa Ulloa de Prada. Nada más. Suprimió las partícula “de” del apellido paterno y el compuesto del materno.
Para confirmar aquel renunciamiento, firmó concisamente tal como lo haría en adelante cuando escribiese, en un acto de ruptura absoluta con el pasado suntuoso de su apellido: Manuel G. Prada.
Su mocedad se sumergió en las faenas campestres. Se ató por completo a la tierra. Pero todavía, en verdad, escribía versos. Distribuía su tiempo en la hacienda entre la vigilancia personal de sembríos y cosechas, el cuidado del ganado, la lectura de algunos libros y las manipulaciones en el gabinete de química del fundo.
Encerrado largas horas en el laboratorio realizaba experimentos de aplicación diversa. Cultivaba especialmente sembríos de yuca porque estaba empeñado en fabricar, con el almidón, un nuevo producto industrial.
TRADUCTOR
Pero escribir lo llamaba. Lo había hecho, en el colegio, con una pieza  teatral titulada “Amor y Pobreza” de inclinación romántica aunque quedo inédita. Traducía poesías  del alemán  al inglés.
Vertió íntegramente al castellano “Los Nibelungos”, poema épico germano de la Edad Media. Hizo imitaciones  y traducciones de Goethe, Schiller, Heine y otros grandes escritores. Una comedia llamado “la Tia y el Sobrino”. Pero nunca la representó, porque estaba insatisfecho de ella.
Publicó, con seudónimo, artículos de dura crítica y evidente radicalismo en el diario “El Nacional” sobre la realidad peruana Ahí escribía también Abelardo Gamarra «El Tunante», joven huamachuquino admirador fiel de Prada.
Estando en la chacra le escribieron desde Lima para que colaborase con “El Correo del Perú”. Por ello compuso dos poemas que se publicaron. Si bien escribía, obstinada y deliberadamente, estaba lejos de las capillas literarias.
ADRIANA
Prada vivió ocho años en la chacra sano, como un varón bíblico. Su primera juventud transcurría dura, vigorosa, optimista. Con su familia, su madre y sus hermanos, a pesar de las diferencias, era amoroso sencillo, cordial. Cada l5 días venia de la hacienda a visitarles, portador de frutas, vino, legumbres con su alegría serena, su bondad contagiosa. Pero parca
En una fiesta familiar de celebración de su cumpleaños, a los 29 años en 1877, conoció a una bella jovencita rubia, de ojos azules que hablaba con gracioso acento francés amiga de una de sus sobrinas.
 Se llamaba Adriana de Verneuil, estudiaba en el Colegio Belén  y había venido de Francia recién el año pasado. Quedó, desde el inicio, prendado de ella. Años después, con la francesita se casó.
 Con ella vivió en unión admirable hasta su muerte, procreando tres hijos. Los dos primeros, Cristina y Manuel, fallecieron al poco tiempo de nacer. Solo creció Alfredo, intelectual, diplomático que se quitó la vida por decisión propia y por causas ignoradas, en 1941, lanzándose al vacio desde la ventana de un edificio ubicado en una calle de Nueva York.
LA GUERRA
Manuel, por Enero de 1879, se definía como anticlerical y antipolitiquero. A los pocos meses se inició la Guerra con Chile en la que Prada luchó, decididamente, contra el invasor. Fue Oficial de Reserva. Lo designaron al Fuerte El Pino, cerca a Lima y allí fue Jefe de su destacamento.
 Cumplió su deber hasta el final y cuando todo estuvo perdido se encerró en su casa durante tres años sin salir para no ver a ningún chileno. La promesa la cumplió, al pie de la letra, hasta que terminó la invasión
En su encierro se dedicó a escribir copiosamente. Compuso un sainete en verso octosílabo titulado “Cuartos para Hombres Vacíos”, de intención satírica. “Escenas Nocturnas”, en prosa, «El Cometa de 1882″ y “La Maquina de Volar”.
Su intención sarcástica se denunciaba en el titulo de otras piezas de esa fecha:”Chino, Doctora y Doctor”, “La Redención de la Mujer” o “La Dama de los Tomates” y una especie de poema cósmico escenificado que se llama “Mojiganga o Melodrama Fantástico, Social y Religioso”.
También escribió versos, epigramas, sonetos, triolets. Por esta época poco  de amor. Si ironía, ataque, alusión. Una realidad, “Ensayos de “Ortometría”, pasatiempo de artista malhumorado”. Escribía, pensaba. Luego salía de su alcoba y acudía, dentro de su casa a otro cuarto, a visitar a su madre doña Josefa.
VICTOR HUGO
 Por esta época la figura recia y señera de Prada atraía en torno suyo a la juventud que incurría contra la tradición. La insurgencia estaba impregnada de patriotismo exaltado e intransigente.
Manuel era Segundo Vicepresidente del Club Literario, en una de cuyas sesiones del año 85, leyó el rondel “Aves de Paso”. El 28 de Julio del mismo año se publicó, en un folleto, su artículo de apoyo total a Grau. Cuando murió Víctor Hugo, “El Comercio” ofreció su columna editorial a Prada para que escribiese la nota de fondo y así se publicó su famoso estudio sobre este gran hombre.
Luego de la muerte de su madre, el escritor decidió casarse con Adriana. Lo hicieron el 11 de Setiembre de 1887 en la Parroquia de San Marcelo. Alfredo de Verneuil, hermano de la novia y Cristina Gonzales de Prada, hermana del novio, apadrinaron la boda.
 No fue necesario discutir mucho sobre la ceremonia religiosa. Manuel respetaba las creencias de Adriana, como exigía que respetaran las suyas propias. Los esposos se fueron a vivir en un ranchito de Barranco.
EL POLITEAMA
En el Circulo Literario se ideó una fiesta sensacional para conmemorar el aniversario patrio y colaborar a la recuperación de Tacna y Arica. La iniciativa fue aprobada por unanimidad. Se haría una función en que tomarían parte escolares, cuyo producto económico se destinaria a dicho rescate y se realizaría en el Politeama, el teatro más grande Lima ubicado en la calle del Sauce.
El discurso principal le fue encargado a Prada que aceptó el reto. El pensaba que su pieza oratoria debía esbozar una ideología nueva, precisa, renovadora. Así lo hizo. El primer párrafo era el siguiente: “Los que pisan el umbral de la vida, se juntan hoy para dar una lección a los que se acercan a las puertas del sepulcro. La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo y algo de ironía: el niño quiere rescatar con el oro lo que el hombre no pudo defender con el hierro”. Preciso, duro, contundente.
Llegó el 28 de julio y se inició la actuación. Como don Manuel era miope, con voz reducida y sobre todo enteramente tímido, un amigo fiel de él, Miguel Urbina, fue el que lo leyó ante el escenario del teatro que estaba repleto de público. No cabía una persona más.
LA FRASE
Urbina leyó lo que escribió Manuel desmenuzando la situación nacional, la verdad de la Guerra con Chile, la esperanza en la reacción del país. Uno de los párrafos era definitivo: “en esa obra de reconstitución y venganza, no contemos con los hombres del pasado. Los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y su fruta de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”
Estalló, ensordecedora, la ovación. Los aplausos ahogaban la voz que se esforzaba-trémula, caldeada ya- en dominar el estruendo. Muchas voces repetían la frase cumbre. Al salir del teatro, las aclamaciones a Prada se alternaban con el apóstrofe central del discurso:”los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra” Silencio total en el informar de los diarios y las principales publicaciones. Los ataques conservadores no se dejaron esperar. Fueron innumerables, implacables y duros.
Por eso se decidió hacer otra actuación y esta vez fue en el Teatro Olimpo donde otra vez se leyó un discurso de Prada. Allí dijo tajante: “Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Dejemos la encrucijada por el camino real, y la ambigüedad por la palabra precisa”.
EL PARTIDO
Otro párrafo subrayaba: ”Los mal nombrados partidos políticos del Perú son fragmentos orgánicos que se agitan y claman por un cerebro, pedazos de serpiente que palpitan y quieren unirse a la cabeza que no existe. Hay cráneos. Pero no cerebros. Ninguno de nuestros hombres públicos asoma con la actitud vertical que se necesita para seducir y mandar, todos se alejan encorvados, llevando en sus espaldas una montaña de ignominias”
 Otra vez no esperaron mucho las reacciones. Es decir, los ataques a Prada. Fueron a mansalva. No se le perdonaba un gesto. Lo apoyaban eso si los jóvenes donde no tenia pierde. Ellos lo consideraban el líder, el guía, el maestro del Perú.
Los seguidores del escritor decidieron formar un partido político en torno a la figura de González Prada. Lo llamaron la Unión Nacional. Es decir, el Partido Radical.  Manuel fue el que redactó las bases de la agrupación.
El movimiento  recomendaba  el gobierno federal, acentuaba la responsabilidad del Presidente de la República, a fin de que fuera efectiva, exigía la representación obligatoria de la minoría en el Congreso, el sufragio directo y con amplio derecho aún para los extranjeros, reforma del régimen tributario, la devolución de las propiedades de las comunidades indígenas.
ADHERENTES
El mejoramiento de los obreros y admitía la formación de milicias-no ejército- para que los ciudadanos estuviesen sobre las armas, en tanto durase el conflicto con Chile. Este era un partido sin caudillos. No se creía en los superhombres. Ni en los personalismos. Se creía en los ideales.
La declaración de principios la firmaron, además de Prada, el marino José Gálvez, héroe de una hazaña marítima, los escritores Germán Leguía y Martínez, Abelardo Gamarra. Los abogados Víctor M. Maúrtua, Felipe Umeres, Jesús Garcia Maldonado. Estudiantes de Medicina, como Leoncio de Mora. De Ingeniería, Carlos Ismael Lissón. Comerciantes, como Ismael de Idiáquez. Masones, como Christian Dam.
Prada decidió partir a Europa con su esposa que esperaba un hijo. Ellos tomaron la resolución de ir al viejo mundo sobre todo porque aquí, en tierras peruanas, Adriana daba a luz y los nenes, al poco tiempo, se le morían.
 En Francia nacería el hijo y viviría. Eso es, precisamente, lo que anhelaban Ellos viajaran en barco y llegaron a Paris felices. El l6 de octubre de 1891, nació el esperado hijo. Lo llamaron Alfredo, como el hermano de Adriana
ESPAÑA
La pareja solía recorrer amorosamente los lugares típicos de París. Subieron a Montmartre y recordaron a los bohemios limeños. Se extasiaron en el Museo del Louvre, en La Comedia, en La Opera. El hijo era un lindo bebe de ojos azules como sus padres y cabellos rubios
Partieron a vivir a España con su vástago ya de cinco años. En el viaje recorrieron muchas ciudades europeas hasta que llegaron a Barcelona, donde estuvieron seis meses. Luego en Madrid, viviendo muy cerca de la Puerta del Sol en la calle de la Montera.
 Manuel estuvo dedicado a escribir y alternando con famosos escritores. Miguel de Unamuno era de sus preferencias. Hasta que decidieron volver al Perú. El 2 de mayo de 1898 llegaron a bordo de un barco frente al Callao.
 Habían estado siete años en Europa, viviendo una vida modesta, estudiando y escribiendo. Como era su costumbre, antes,  en Lima. Volvió a la vida política e incluso dictó una conferencia que se realizó en el local de la Unión Nacional en Matavilela.
BRAZOS ENTUSIASTAS
Allí dijo:”Vengo a dirigir una palabra de aliento a los pocos hombres que después de muchas tentaciones y de muchos combates, permanecen fieles a nuestra causa… No esperen de mis labios reticencias, medias palabras, contemporizaciones, ni tiros solapados y cobardes. Expreso clara y toscamente las ideas”…
También se refirió a Piérola duramente: “La ultima guerra civil ha salido mala tanto por la manera como se hizo cuanto por el caudillo que nos impuso. Hizo un llamamiento a la revolución con mucha emoción.
Brazos entusiastas lo arrancaron materialmente de la tribuna hasta su casa, ubicada en la calle Puerta Falsa del Teatro. Casi un kilómetro y no cesaron de vitorearlo.  Manuel conocía nuevamente, tras muchos años de alejamiento, el anónimo venenoso, la adhesión desinteresada y entusiasta, la difamación y el elogio.
La Unión Nacional, ya en tiempos del Presidente Eduardo López de Romaña, se aproximaba a los liberales. Ello dio lugar a que el escritor se aleje del partido. No estaba de acuerdo. “Nada de genuflexiones ni acatamientos a los enemigos que son los conservadores”, decía.
EL OBRERO
Desde entonces,  Manuel se aproximó más al obrero. Los políticos y poetas de antaño habían sido reemplazados por intelectuales jóvenes. A ellos iba dirigida toda su campaña.
La provincia se volvió el objetivo de su predica, reaccionando contra la capital esquiva, burlona e impermeable. De eso  escribía en varios periódicos. Su influencia crecía tremendamente, sin cesar
En 1905, después del triunfo presidencial de José Pardo, Prada fue invitado por la Federación de Obreros Panaderos de Lima a pronunciar un discurso conmemorativo del primero de mayo. La conferencia la tituló: “El Intelectual y el Obrero”.
En ella dio este pensamiento: “Los intelectuales sirven de luz. Pero deben hacer de lazarillos, sobre todo en las tremendas crisis sociales, donde el brazo ejecuta lo pensado por la cabeza. Verdad el soplo de rebeldía que remueve hoy a las multitudes, viene de pensadores o solitarios.  Así vino siempre”… 
CANOSO
También afirmó: “Las revoluciones vienen de arriba y se operan  desde abajo…” “Subsiste la cuestión social, la magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz: la revolución. No esa revolución que derriba presidentes o zares y convierte una república en monarquía o una autocracia en gobierno representativo, sino la revolución mundial, la que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama a la humanidad a la posesión y beneficio de la tierra”.
 Manuel ya tenia blanca la cabeza y, aunque erguido y apuesto, parecía ya un anciano. Adriana siempre a su lado con el mismo amor de hace 30 años, renovando sus promesas. Su hijo ya grande abogado y diplomático
German Leguía y Martínez, fundador de su partido y alto funcionario en el primer Gobierno de su primo Augusto B. Leguía, le ofrecía a cada rato al maestro un puesto público. Primero el Colegio de Guadalupe, después la Escuela de Artes  y Oficios. Las respuestas del escritor eran firmes y nada aceptaba.
No pudo hacer lo mismo cuando Ricardo Palma el Tradicionalista, renunció a la Dirección de la Biblioteca Nacional y Leguía nuevamente lo tentó. Tuvo que aceptar porque, en una oportunidad, había hecho esa promesa.
A FAVOR Y EN CONTRA
 No lo entendieron muchos y hasta lo llamaron claudicante. Específicamente, Catón de alquiler. No sólo eso, sino que formaron grupos de intelectuales a favor de Palma y otros de Prada.
Homenajes al tradicionalista y ataques al radical. Los detractares hablaban de “Los que hicieron de toda su vida un noble gesto de independencia y rectitud, se doblegan”. Dardo directo contra Prada.
Los amigos fieles de Prada eran: el poeta burranquino José María Eguren, el escritor Bustamante y Ballivian, el escritor Abraham Valdelomar, el periodista Federico More, José Carlos Mariátegui, Antonio Garland, Félix del Valle y muchos provincianos.
Gonzalez Prada, como Director de la Biblioteca Nacional, procedió  por primera vez a la catalogación de todos los libros, numeró los volúmenes en los anaqueles, renovó la existencia de las colecciones extranjeras, persiguió a los lectores remisos y a los mutiladores de volúmenes, alineó los volúmenes por tamaños  Asimismo adquirió la colección de Literatura editada por Mercure  de Francia, la Enciclopedia Británica y la de España  Moderna.
BIBLIOTECARIO Y JARDINERO
Alternaba sus faenas de bibliotecario con las de jardinero. Resolvió que algunas plantas alegrasen el ancho patio de la biblioteca. En compañía de varios empleados y amigos sembró laureles, higuerillas, capulíes.
 A las doce y tres cuartos llegaba diariamente a la Biblioteca. Cuidaba en persona de las flores y del agua para los pajarillos forasteros. Hasta atendía a los Jesuitas pese a su anticlericalismo.
 Los trataba amablemente aunque en lugar del ritual vocativo de “Padre”, les decía solamente señor. Fiel a sus principios, cuando Benavides dio el golpe de estado el 4 de febrero de 1914 que derrocó al Presidente de la República, Prada renuncio irrevocablemente a su cargo.
Otra de Prada que lo retrataba de cuerpo entero en su fobia anticlerical. En las comunicaciones oficiales en vez de poner al despedirse “Dios guarde a usted como era costumbre, él escribía: “Con toda consideración a usted”
Escribió un libro lapidario rotulado “Bajo el Oprobio” aludiendo a los gobiernos militares. El 1 de febrero de 1916, el Gobierno civilista lo volvió a nombrar como Director de la Biblioteca Nacional. Le colmaron de aplausos.  Los diarios de Lima y de provincias informaron como tenía que ser. Que bien González Prada de director. Que bien.
VACILACION
La Revista de Actualidades le solicitó por medio del escritor Félix del Valle, un reportaje. Prada titubeó mucho. Pero no había remedio. Eran días de perplejidad para él. Fue lo más categórico posible: confesó su anarquismo, su ambición de haber sido un conductor de masas, su creencia de que la religión caducaba.
 Pero al preguntarle Valle, incisivamente, si creía aún en Dios, tuvo una pequeña vacilación: “Yo en mi juventud era ateo…Ahora hay días que no creo, otros que si. Pero, generalmente, no creo.”
De cuando en cuando, le asaltaban síntomas de ahogos como malestar cardiaco. Varias veces había sufrido síncopes. Pero su deseo más vehemente era que nadie le revelase el tremendo secreto a su esposa. Adelgazaba sensiblemente. Le dolía mucho el corazón.
Paseaba por el jardín de la biblioteca. Sus dedos afilados acariciaban las flores después de haber corrido los lomos y tejuelos de los libros. La turba de amigos y admiradores venia en aumento: los poetas Percy Gibson y Alberto Hidalgo,  el joven y posteriormente eminente político,Víctor Raúl Haya de la Torre.
 SINCOPE
Después del sepelio de un empleado de la Biblioteca Nacional, bajo una persistente y finísima garua invernal, Prada volvió a sentirse mal y cayó al suelo. Había sufrido un síncope. Lo reanimaron en la administración del cementerio y lo llevaron a su casa. Le rogó a su acompañante que nada le dijera a Adriana. Así fue.
La mañana del 22 de Julio dieron las 12 del día en el reloj del comedor. Manuel y Adriana almorzaron. Luego  el escritor se quedó sentado un rato, mirando a Nany y Mignon, el perro celoso y la gata atrevida de la casa.. La esposa alistaba el sombrero y el pañuelo para que saliese  el esposo, rumbo a la biblioteca a trabajar. Eran las 12 y media.
En el momento de levantarse de la silla, un violento dolor lo derribó, sobre su asiento. Adriana acudió trémula, angustiada, de ver así a  Manuel por primera vez. Prada pálido, transparente, ligeramente sudoroso yacía en el mismo sitio que lo dejo inmóvil como muerto.
Cuando vino el médico, el doctor Ricardo Flores, nadie se atrevía a hablar. Prada estaba lívido, congelado y el sudor en la frente blanca. No se movía. A las l2 y tres cuartos, don Manuel había muerto.
SIN LAGRIMAS
 Sin un gesto, sin una palabra, sin un clamor. Sereno, terco, pulcro. Sin retórica ni siquiera en la muerte. Adriana quedó sin lágrimas en mudo y tremendo dolor. Le miraba, le miraba y aún no creía. Así se fue el maestro  de este mundo.

En  el ambiente, uno de sus seguidores recordaba, de memoria y en voz alta, las palabras del maestro dichas con la verticalidad de siempre: “Cuando vengas tú, supremo día, yo no quiero en torno mío, llantos, quejas ni ayes. Ni mármol quiero yo, ni tumba. Pira griega, casto y puro fuego abraza tú mi podre (podredumbre). Viento alado, lleva tú mi polvo al mar. Y si algo en mi no muere, si algo al rojo fuego escapa, sea yo fragancia, polen, nube, ritmo, luz, idea”

Edgardo de Noriega

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