El pensamiento de González Prada 1, 2 y 3

Apuntes del capítulo con el mismo título, de la obra Historia de las ideas en el Perú contemporáneo de Augusto Salazar Bondy (Francisco Moncloa Editores, Lima, 1965).

Introducción

Las universidades decayeron al final de la época colonial y algunos colegios tomaron sus lugares (san Carlos y Guadalupe). Esto significó que la universidad se mantuviera prácticamente al margen de los debates intelectaules e ideológicos. Sólo a finales del siglo XIX es que la universidad va a recuperar poco a poco su prímacía en el campo intelectual.

Por eso Salazar Bondy no se sorprende de que “muchas de las corrientes doctrinarias del ochocientos hayan de ser estudiadas en otros ambientes culturales, principalmente en el campo de la política, la crítica literaria y artística y el debate religioso”. El positivismo peruano, al iniciarse, tuvo, en estos campos no universitaria, una presencia importante. Manuel González Prada es quien representa inmejorablemente el positivismo no universitario, así como su irradiación en los debates sobre las ideas y en los movimientos ideólogicos.

SalzarBondy afirma, sobre González Prada, que:

“es una de las figuras más notables de la literatura peruana. Su obra poética ha marcado una etapa en la evolución de la lírica nacional y su prosa se cuenta entre las más puras y vigorosas de la lengua castellana. González Prada no sólo fue un hombre de letras en el sentido restringido de la expresión; fue también un rebelde, un combatiente social y un hombre de pensamiento. Su rebeldía, que es una actitud esencialmente moral, es fruto de una prolongada reflexión sobre la existencia peruana. Las motivaciones de este pensamiento crítico no son empero exclusivamente locales. El hombre y el mundo, el problema de la realidad y de la existencia, estuvieron siempre en el primer plano de su interés intelectaul” (Pág 10, el subrayado es mío).

Su concepción del mundo y de la vida corresponde a la corriente positivista decimonónica europea. Sus influencias (cualquier corrección o adición es bienvenida) son principalmente:

  • Herbert Spencer (1820-1903).
  • Charles Darwin (1809-1882).
  • Ernest Renan (1823-1892).
  • Jean-Marie Guyau (1854-1888).
  • Ernst Haeckel (1834-1919).
  • Pierr-Joseph Proudhon (1809-1865).
  • Mikhail Bakunin (1814-1876).
  • Élisée Reclus (1830-1905).

Según Salazar Bondy, las obras que son de mayor interés para el estudio del pensamiento filosófico de González Prada son:

  • Páginas libres (1894).
  • Horas de Lucha (1908).
  • Anarquía (1936).
  • Nuevas Páginas libres (1937).
  • Propaganda y ataque (1938).
  • Prosa menuda (1941).
  • El tonel de Diógenes (1945).

Sólo Páginas libres y Horas de lucha fueron publicadas mientras González Prada estaba vivo. Esto es importante para reslatar que la mayoría de artículos y ensayos fueron publicados (conocidos y estudiados) postumamente.
Todas las obras mencionadas, menos Nuevas páginas libres y Prosa menuda, están disponibles, en los recursos en línea, para ser estudiadas. Si alguien tiene algún link para las dos obras restantes, haganmelo saber para poder hacer la referencia correspondiente.

Voy a seguir la división en seis secciones que hace Salazar Bondy para ordenar y presentar su exposición del pensamiento de González Prada. Además, pondré los textos que cita para que la entrada de este blog tenga el respaldo textual y bibliográfico necesario.

1. Los límites del conocimiento humano.

González Prada asume el postulado postivista de que los esfuerzos humanos no deben trascender la naturaleza. No intentar rebasar el ámbito físico es lo que se sigue de su “fe inmanentista”.

“Acababemos ya el viaje milenario por regiones de idealismo sin consistencia y regresemos al seno de la realidad, recordando que fuera de la Naturaleza no hay más que simbolismos ilusorios, fantasías mitológicas, desvanecimientos metafísicos” (Páginas libres, Editorial P.T.C.M, Lima, 1945, tercera edición, Pág 26).

Al rechazar a la metafísica y a la teología, lo que adquiere es una fuerte esperanza en la ciencia positiva de la época. Pero esta ciencia moderna, no es para González Prada, una mera teoría desinteresada que solamente (y ambiciosamente) busca decirnos como es la realidad en sí misma, en sus relaciones y en sus causas últimas. Para él, la ciencia es “el instrumento del porvenir del hombre, el verdadero motor del perfeccionamiento ilimitado de los individuos y las naciones” (Salazar Bondy, Pág 11).

“Si la ignorancia de los gobernantes y la servidumbre de los gobernados fueron nuestros vencedores, acudamos a la Ciencia, ese redentor que nos enseña a suavizar la tiranía de la naturaleza, adoremos la Libertad, esa madre engendradora de hombres fuertes. No hablo, señores, de la ciencia momificada que va reduciéndose a polvo en nuestras universidades retrógradas: hablo de la Ciencia con ideas de radio gigantesco, de la Ciencia que trasciende a juventud y sabe a miel de panales griegos, de la Ciencia positiva que en sólo un siglo de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenio enteros de Teología y Metafísica” (Páginas libres, Pág 66. Los subrayados son míos).

La ciencia es vista pues, como el medio que mejorará la vida de la humanidad, además de darle conocimiento giruroso, exacto, verificable y austero. Con austero me refiero a la humildad cognoscitiva que proclamana el positivismo, ya que, para González Prada, el mandamiento es:

“no admitir más verdades que las sometidas a la observación y al experimento” (El tonel de Diógenes, Tezontle, México, 1944, Pág 179).

La ciencia positiva, en la que cree González Prada, es una ciencia que no pretende obtener, ni dar a conocer el absoluto. Sólo ofrece verdades fenoménicas que siempre son susceptibles de ser perfeccionadas y mejoradas (una ciencia perfectible, digna de la condición humana). La verdad que obtenemos se encuentra, de estaanera, circunscrita y enmarcada dentro de los límites que nos impone la experiencia.

“la Ciencia absoluta, la ciencia en sí, vale poco o nada, y los mismos sabios la miran como un cúmulo de verdades provisionales, no como un edificio inamovible y definitivo. Ellos no la juzgan infalible, ni destinada a revelarnos el origen y el fin de las cosas sino a estudiar y explicarnos el cómo de los fenómenos ocuridos a nuestro alcance” (Nuevas páginas libres, pág 53).

El carácter del saber humano se caracteriza pues, como un conocimiento relativo y provicional. Hay que tomar consciencia de estas limitaciones para no hacer una mera especulación que no pueda verificarse, ni erigirse como conocimiento científico. Al respecto afirma González Prada:

“Nosotros no tenemos sino verdades provisorias, puntos de mira individuales, sujetos a perenne rectificación; y no podemos exigir que los demás cerebros acepten lo mismo que nosotros aceptamos, así como no debemos pedir que todos los corazones amen lo mismo que nosotros amamos. Cada uno tiene derecho a su amor y a su verdad” (El tonel de Diógenes, pág 183).

El campo y ámbito de la experiencia observable y posible es muy grande para la ciencia positiva. Si nuestras observaciones solamente forman una miníma parte de la totalidad de la experiencia posible, entonces es completamente factible asumir que no se tiene un saber acabado. La imagen del mundo que tenemos es solamente una, entre las muchas posibles (no es la imagen del mundo).

No podemos asumir como terminado nada, lo que hay es verdades fenoménicas. Incluso los objetos de nuestra percepción, los que consideramos como más mundanos y evidentes, son siempre objeto de duda, sospecha y crítica. González Prada nos plantea lo errados que podríamos estra al representar los fenómenos, además de señalar la estrecha relación que hay entre nuestra experiencia fenoménica del mund, y nuestro grado de observación empírica del mundo:

“¡quién sabe si nos encontramos en el caso del espectador iluso que toma por escenario y actores las figuras del telón!” (Páginas libres, pág 288).

“Si adquiriéramos una maravillosa potencia visual, si divisaramos los objetos como los percibimos en el microscopio, nuestra psicología y nuestro concepto del mundo variarían radicalmente… De ahí que para los hombres no haya un concepto definitivo del universo ni existe una verdad eterna: las verdades de hoy pueden convertirse en errores, como se vuelven hoy errores muchas verdades de ayer” (Páginas libres, pág 85).

De todo lo anterior podemos ver, para concluir esta primera entrada, que su fe en la ciencia positiva como instrumento para curar los males de la humanidad, y como ámbito de verdades digans de confianza, no tiene aspiraciones que buscan lo absoluto y lo infinito. No se quiere la ciencia, entendida como mera teoría. No vale lo que se proclama como saber incondicionado, sino sólo ciencia positiva, cuyo ojetivo es “la modesta y urgente tarea de dominar la tierra” (Salazar Bondy, pág 14).

“lo único infalible la Ciencia; lo único inviolable la verdad” (El tonel de Diógenes, pág 71).

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2. La naturaleza y el hombre.Acerca de la naturaleza, González Prada manifiesta una convicción en determinismo mecánico, fruto de sus creencias en el positivismo. Este determinismo sostiene que todos los fenómenos naturales están entrelazados por conexiones causales inmutables. Todo pues, estaría vinculado. Esto incluye tanto a los seres inertes e inorgánicos, como a los seres animados y al propio hombre.

“Nosotros, siguiendo la hilación (hic) entre causa y efecto, podemos deducir lo que sucederá mañana en el orden humano, como si se tratara de un eclipse o de una marea… Como la sustancia es una, la ley es también una y rige tanto lo que ustedes llaman el orden moral como lo que nombran el mundo físico” (El tonel de Diógenes, pág 71. El subrayado es mío).

Podemos afirmar, en base a lo anterior, que “la legalidad de la naturaleza tiene pues vigencia también en la historia” (Salazar Bondy, pág 14). Para González Prada, la historia tiene leyes regulares. La historia de la humanidad está determinada. Todas las culturas humanas:

“obedecen a un determinismo tan inflexible como la germinación de una semilla o la cristalización de una sal; de modo que si los sociólogos hubieran llegado a enunciar leyes semejantes a las formuladas por los astrónomos, ya podríamos anunciar las revoluciones como indicamos la fecha de un eclipse o de un plenilunio” (Anarquía, Editorial P.T.C.M, Lima, 1948, pág 81).

Pero, a pesar de creer en un determinismo mecanicista, González Prada si considera que la historia tiene una variable más en juego: la voluntad. Siguiendo a Friedrich Engels, considera que la voluntad tiene un protagonismo fundamental en el proceso de transformación social. Sin embargo, no hay que olvidar que es solamente un factor causal más. Unidad legal, pero con cambio y proceso. El mecanicismo y el evolucionismo confluyen en esta posición determinista.

Al entrara en estas problemáticas, podemos empezar a ver las paradojas y los limites que el positivismo trae. Y es que, el supuesto mero “atenerse a lo que se nos da en la observación”, para sólo ocuparnos del “como” de los fenómenos, es abandonado para determinar la esencial de la naturaleza.

González Prada sale del ámbito fenoménico para hablar en términos metafísicos. Parece que hay, en su pensamiento, elementos entrelazados de metafísica materialista con tesis energetistas y vitalistas (Salazar Bondy, pág 15). Lo que postula González Prada como el fondo de lo real, es una esencia metafísica, una unidad donde se resuelven todas las diferencias y disparidades que los observadores tienen. Es un claro monismo ontológico.

“Nada expresan las diferencias escolásticas y sutiles de alma y cuerpo: no hay más que una sola sustancia; la misma en el mineral, en la planta, en el hombre, en los superhumanos” (El tonel de Diógenes, pág 63).

Sin embargo, Gonzalez Prada tiene un espíritu mucho más crítico que el del positivismo que profesa. Pregunta si es que teologizar no es la condición humana, así como considera que la negación categórica de la metafísica es hacer metafísica:

“Al salir de las demostraciones matemáticas o abandonar el experimento y la observación, se teologiza. Y ¿quién no suele teologizar? Los teólogos ya no hablan sólo latín sino inglés, francés o alemán. A veces Büchner y Haeckel dejan atrás a San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Negar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma equivale a sostener la redención o la eucaristía. Cuando el materialista decide categóricamente:’sin cerebro ni fósforo no hay pensamiento’, se denuncia menos filósofo y más teólogo que el poeta cuando murmura: ‘en la tierra y en el cielo hay más cosas que las soñadas por nuestra filosofía‘” (Nuevas páginas libres, pág 84. El subrayado es mío).

Para concluir esta segunda entrega, podemos sostener que el pensamiento de González Prada parece reconocer una esfera trascendental del saber (Salazar Bondy, pág 16). Sin embargo, esta esfera no es el ámbito de la religión o de la teología. Este nuevo campo está abierto para la razón. Solamente la razón puede abordar lo incognoscible con hipótesis racionales. Aquí, el pensamiento de González Prada “llega a una posición coincidente en mucho con la metafísica hipotética y experimental, hacia la que derivó la filosofía positiva europea en su intento de asumir racionalmente los problemas de la trascendencia” (Salazar Bondy, pág 17).

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3. La condición humana.

El naturalismo “desinteresado” lleva a González Prada a afirmar que el mundo es indiferente al hombre, y que este último es fruto del azar. La naturaleza no conoce y es extraña a lo humano, a sus valores, a su sensibilidad. La naturaleza es pues, ciega y el hombre “es un factor insignificante de este juego de fuerzas que lo desborda y arrastra” (Salazar Bondy, pág 17). Frente a la inmensidad de la naturaleza, el mundo humano, su historia, sus logros y victorias no significan nada enmarcados dentro de lo que conocemos como la historia de la naturaleza:

“…todo el bullicio y toda la agitación de la Humanidad en sus innumerables siglos de existencia, no valen más que el murmullo de una espuma desvanecida en la playa o el aleteo de una mariposa abrasada por el fuego de una lámpara” (El tonel de Diógenes, pág 70).

Este poder conocer lo pequeños que somos es, según Gonzalez Prada, lo verdaderamente grande y positivo del ser humano y su condición.

“No podemos negar que la inteligencia del hombre posee una grandeza: medir la magnitud de su pequeñez” (El tonel de Diógenes, pág 225).

Sin embargo, como González Prada rechaza la religión y la teología, sus concepciones lo llevan a sostener una suerte de “patetismo pesimista” (Salazar Bondy, pág 17).

“Dondequiera que nos trasportamos con la imaginación, donde concibamos la más rudimentaria o la más compleja manifestación del ser, allí están la amargura y la muerte. Quien dijo existencia dijo dolor; y la obra más digna de un Dios consistiría en reducir el Universo a la nada” (Páginas libres, pág 291. El subrayado es mío).

“Al hombre, a este puñado de polvo que la casualidad reúne y la casualidad dispersa, no le quedan más que dos verdades: la pesadilla amarga de la existencia y el hecho brutal de la muerte” (Páginas libres, pág 50).

Pero este pesimismo es solamente un momento de la reflexión que realiza González Prada. El otro momento es el de protesta (Salazar Bondy, pág 19). Lo primero era tomar consciencia del sufrimiento inherente a la condición humana, así como padecer y sentir el dolor del mundo. Lo segundo es enjuiciar al mundo. Se persigue rebelarse del sufrimiento. Rechazar el sufrimiento “es la originalidad, el timbre de honor del hombre, el fundamento de su dignidad”(Salazar Bondy, pág 19).

“Desde las colonias de infusorios hasta las sociedades humanas se ve luchas sin cuartel y abominables victorias de los fuertes, con una sola diferencia: toda la Naturaleza sufre la dura ley y calla, el hombre la rechaza y se subleva. Si, el hombre es el único ser que lanza un clamor de justicia en el universal y eterno sacrificio de los débiles” (Horas de lucha, pág 46).

Para Salzar Bondy, los planteamientos éticos de González Prada tienen como ejes centrales “el ideal casi nietzscheano del esfuerzo vivificante y la vida intensa, el criterio naturalista de la acción adaptada y eficaz y el postulado humanista de la solidaridad. la plenitud física, la salud, la lozanía son reconocidos como valores morales” (Salazar Bondy, pág 19).

“Hay más verdadera moral en la higiene que en el catecismo” (El tonel de Diógenes, pág 200).

El amor libre entre los jóvenes, el hedonismo y el culto a la belleza son ingredientes fundamentales dentro la acción ética. El imperativo o “ideal de la existencia joven que hay que perseguir es el goce sano y fecundo, máxima afirmación de ser adaptado a su habitáculo” (Salazar Bondy, pág 20). Pero, a pesar de tener en cuenta lo anterior, González Prada señala como lo propiamente grande del hombre el esforzarse por buscar realizar lo eterno sin recompensa.

Además de eso, la piedad tiene un rol fundamental, ya que se ha sostenido la toma de consciencia del sufrimiento y del dolor. Tanto es así, que es este sentimiento y esta inclinación a querer padecer con el otro lo verdaderamente fundamental, esencial y valioso del actuar humano. El saber y la grandeza desligada del sentimiento de actuar para con el que sufre, no vale, ni sirve, ni es importante:

“…si algunos hombres han introducido en su cerebro unas cuantas vislumbres de ciencia medio teológica y medio positiva, casi ninguno ha logrado humanizar su corazón al punto de hacerle sentir su propia carne en toda carne que se desgarra y palidece. Muchos olvidan que el insensible al dolor y a la muerte de su prójimo debe llamarse bárbaro, aunque atesore la filosofía de un Platón y la ciencia de un Aristóteles. Veinticuatro siglos hace que en la Grecia pagana un filósofo escribió: la vida perfecta es la bondad; hoy a los diecinueve siglos de la Religión Cristiana, hay que decir a los blasonadores de Catolicismo: nada tan absurdo y estéril como la crueldad, sólo dura lo fundado en la justicia y la misericordia. Mentira la civilización sin entrañas, embuste la sabiduría sin el sentimiento… San Vicente Paúl cobijando a un niño vale más que Napoleón ganando la batalla de Austerlitz” (Horas de lucha, pág 226).

Pero estos sentimientos deben concebirse como una conclusión de los postulados naturalistas. Básicamente “el respeto a la vida ajena y el ahorro del dolor, no sólo humano sino animal, puede derivarse del amor egoísta al propio yo y de la repugnancia natural a padecer y morir” (Salazar Bondy, pág 21). La lucha por la existencia tiene como límite la vida y el sufrimiento de los demás. La ley natural se rectifica por una acción solidaria con la humanidad.

“El sumun de la moralidad, tanto para los individuos como para las sociedades, consiste en haber transformado la lucha del hombre contra el hombre en el acuerdo mutuo para la vida” (Horas de lucha, pág 331).

Tenemos pues, que la humanidad surge de la naturaleza. Sin embargo, el ser humano es el ente superior porque se rebela contra la imposición de la naturaleza. Por eso su destino es una tarea que los hombres deben hacerse. ese es el otro rasgo esencial humano, el de progresar:

“Viendo de qué lugar salimos y dónde nos encontramos, comparando lo que fuimos y lo que somos, puede calcularse adónde llegaremos mañana” (Páginas libres, pág 292).

El hombres es el que hace su historia, no tiene aspiraciones ni creencias en la trascendencia. Su meta es la realización plena de la ciudad del hombre.

“¡Felices los que vengan mañana porque vivirán no en la Jerusalem divina sino en la ciudad laica, sin templos ni sacerdotes, sin más divinidades que el Amor, la Justicia y la Verdad!” (Horas de lucha, pág 105).

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