La conquista de las 8 horas, en 1919, es mérito obrero

Las clase obrera nació en nuestro país sólo a fines del siglo pasado (XIX N.R.). A comienzos de nuestra centuria (XX), los trabajadores fabriles eran apenas unos cuantos miles. Por eso mismo, sorprende la tempranía con que se lanzó al esfuerzo de organización y de reivindicación de las ocho horas. En esto contó la inspiración de González Prada. Ya en mayo de 1904 se producla primera huelga por esa jornada, en el Callao. Jorge Basadre ha reproducido en su “Historia de la República” el pliego de reclamos en que los jornaleros chalacos formularon ese pedido. El movimiento agitó a Lima y Callao. Revistas de la época muestran a los estibadores del puerto en masiva manifestación ante la prefectura del Callao. Hubo al final una refriega, en la que murió el joven portuario Florencio Aliaga, primer mártir de las ocho horas en el Perù.

En el interin, los portuarios retiraron de su demanda la jornada de ocho horas.

Al año siguiente, 1905, la Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perù”, cuyo flamante presidente era Manuel Caracciolo Lévano, organiza la primeraconmemoración del Primero de Mayo en el PerùConsistirá en una romería, que fue masiva, a la tumba de Florencio Aliaga, y en un acto público en que Manuel González Prada pronuncia su decisivo discurso sobre “El intelectual y el obrero”, y Manuel C. Lévano lee su escrito “Qué son los gremios obreros en el Perù y lo que debieran ser”, primer programa proletario de nuestra historia. La Federación proclama ese día en sus estatutos, como cuestión de principio, la lucha por la jornada de ocho horas.

El reclamo por los ocho horas fue un principio animador de las primeras reclamaciones y esfuerzos sindicales. En Vitarte, en los primeros años del siglo descuellan Luis Felipe Grillo y José Luis García, que saldrán despedidos en 1907. En diciembre de 1912, la lucha por las ocho horas se intensifica. Se convoca una reunión de trabajadores en la llamada Carpa de Moda. Allí el joven panadero Delfín Lévano, a nombre del grupo “La Protesta” que edita el periódico de ese nombre, plantea que todos los gremios reunidos presenten un pliego de reclamos cuyo punto número uno sea la jornada de ocho horas. El movimiento se convierte en una huelga amplia en Lima y CallaoEl 10 de enero de 1913 los jornaleros del puerto se convierten en los primeros peruanosque logran la ansiada conquista. Otros gremios obtienen por lo menos reducción de la jornada.

Vendrán luego años de lucha muy intensa por los derechos proletarios, entre ellos la jornada de ocho horas. En 1916 y 1917, hay huelgas, movilizaciones y masacres en la campiña de Huacho debido a que los peones agrícolas reclaman aumento de salarios y ocho horas de trabajo. En 1917, es abaleada una marcha de esposas y peones y apañadoras de algodón que desfilaban con sus hijos por las calles de Huacho. Aún no se puede precisar cuántas mujeres perecieron en esa matanza.

En el gremio textil surgió la arremetida final de la campaña iniciada en 1904 en el Perù.En diciembre de 1918, Vitarte acordó lanzarse a una huelga de solidaridad con sus compañeros de Inca Cotton del Rímac, sobre la base de una plataforma común cuyo punto central era la jornada de ocho horas.

El movimiento iniciado por los textiles fue seguido por panaderos, metalúrgicos, construcción civil y otros gremios, que se fueron sumando a la huelga. El 13 de enero de 1919, ésta se transformó en huelga general. Tal fue la intensidad de ese movimiento obrero que arrancó, tras quince años de lucha incesante, el 15 de enero de 1919, la jornada de ocho horas a escala nacional.

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La conquista de las 8 horas en el Perú: 90 años

LA LUCHA CONTINÚA

Por: César Lévano

Director del diario La Primera

“Todas las grandes verdades comienzan como blasfemias”, escribió George Bernard Shaw. Esa verdad podría aplicarse a la lucha por la jornada de ocho horas, iniciada por los obreros de Estados Unidos y signada por el ahorcamiento de los mártires de Chicago, líderes de esa lucha.

En el Perú, ese sacrificio inspiró a los pioneros del movimiento obrero, cuyo eje fue una movilización de masas en pos de la jornada de ocho horas, con un fermento ideológico, cultural y artístico (periódicos, revistas, bibliotecas, teatro y centros musicales)

Este movimiento surgió el Primero de Mayo de 1905, en la primera conmemoración peruana de la efeméride.

El diario La Prensa en su edición vespertina del 1 de mayo de 1905, dio cuenta de la “herejía” en crónica que empieza así:

“Los obreros de Lima y Callao han conmemorado hoy la fiesta del socialismo.

“En las primeras horas de la mañana comenzaron a congregarse en el local de la Confederación de Artesanos, diversas representaciones de sociedades obreras de la capital, para dirigirse poco después a la plazuela de la estación de San Juan Dios, presididos por el señor Caracciolo Lévano, presidente de la federación de obreros panaderos “Estrella del Perú”, sociedad obrera de quien partió la iniciativa para esta manifestación”.

Por iniciativa de Lévano, se había realizado en la mañana una romería de trabajadores de Lima y Callao a la tumba del obrero portuario Florencio Aliaga, abaleado un año antes por la fuerza pública.

En la noche, en la Federación de Panaderos hubo un acto en el que se pronunciaron dos discursos que iban a ser decisivos en la orientación política y social del siglo XX peruano. Manuel González Prada habló sobre El intelectual y el obrero, y el panadero Lévano se explayó sobre “Qué son los gremios obreros en el Perú y lo que debieran ser”.

Esas dos intervenciones fueron publicadas íntegramente al día siguiente en La Prensa.

Lévano planteó la necesidad de terminar con la era de las sociedades mutualistas, y abrir camino a la sindicalización, con un programa de reformas y un horizonte de revolución social.

En aquel acto se distribuyó un folleto con los estatutos de la primera organización de tipo sindical del país, la Federación de Obreros Panaderos “Estrellas del Perú”, cuyos fines centrales eran:

“Trabajar y hacer causa común con los demás gremios obreros para obtener: aumento de jornales, descanso dominical, ocho horas de trabajo, supresión del trabajo nocturno, auxilios en los accidentes, invalidez y ancianidad”.

Así empezó una lucha que abarcó huelgas, paros, cárcel, tortura, despidos, matanzas y que obtuvo, el 15 de enero del 1919, la consagración de la jornada de ocho horas. Conquista hoy abolida por el abuso patronal y la complicidad de los gobernantes. La lucha, pues, continúa.

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Memorias de un Anarcosindicalista: Carlos Barba

Carlos Barba fue – junto a Lévano, Fonkén y tantos otros – uno de los grandes dirigentes proletarios del siglo XX. Lejos de reducirse a la búsqueda de aumentos salariales o a la siempre precaria recuperación de “derechos laborales”, su lucha como trabajador y como revolucionario tenía como meta la abolición de las clases sociales, del trabajo asalariado y de la opresión humana para crear en su lugar una sociedad anarquista (sin apropiación Capitalista de los medios de producción ni Estado que la garantice) donde la organización de la producción/distribución estuviera en manos de los productores manuales/intelectuales organizados en sindicatos; esto, por supuesto, en una época en la que los recién creados sindicatos, además de tener un práctica insurreccional, estaban libres de burócratas como Gorriti, López o Negreiros y de sus respectivas manipulaciones partidarias( CGTP-PCP, CTP-APRA, SUTEP-Patria roja), mucho mas interesados estos últimos en participar en la política burguesa (así sea junto a la patronal, como el “solterito codiciado” Risco) que en crear una sociedad libre mediante la Revolución Social. A continuación una valiosa aunque poca conocida entrevista hecha en 1971, pocos años antes de su muerte.

¿Cómo se vinculó al movimiento obrero?

Tuve vinculación con él desde 1914, a raíz de la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial. Hubo una tremenda crisis en todos los órdenes aquí en Lima y los obreros no encontrábamos trabajo, la gente no encontraba alimentos; llegó a darse comida a la gente en los cuarteles, en conventos. Esta situación le hizo buscar la manera de organizarse, de protestar. En esta forma fue que una vez asistí a una reunión de los zapateros. Ahí fue cuando ingresé al movimiento, porque mi padre había sido miembro de la Confederación de Artesanos y había descubierto que eran todos unos sinvergüenzas, unos politiqueros, unos arribistas, y tuvo luchas con todos ellos… Así que cuando oí que se trataba de agruparse para ir a la Confederación de Artesanos me levanté y dije que no podía ser eso. Dije que, ya que nos reuníamos los zapateros, debíamos los mismos zapateros fundar un organismo sólo para defender nuestros ideales, sin la intervención de gentes que eran conocidas por su trayectoria. Los anarquistas ya habían trabajado aquí en el Perú bastante; había venido alemanes, argentinos, españoles; ya había una especie de infiltración ¿no? Los propagandistas estos buscaban todas las oportunidades para ingresar al movimiento obrero. En cuanto oyeron mi proposición, ¡ufff!, se les fue, pues…la aplaudieron, la apoyaron, dijeron que era eso lo que había que hacer.

Total, se armó el lío con los de la Confederación, pero la oratoria de esos hombres (los anarquistas) convenció a todos los presentes. Influyeron para que se organizara un sindicato. Allí nadie sabía lo que era un sindicato…que esa era la forma moderna de organización obrera y era la única que respaldaba los intereses de los trabajadores, que aquí, que allá. Total que se acordó formar el sindicato. Entonces ahí mismo me propusieron a mí como secretario general. Y ese fue el primer sindicato revolucionario que se fundó en el Perú.

¿Usted llegó a ser miembro del grupo “La Protesta”?

Bueno, eso que le dije fue como hoy en la noche. Al otro día yo estaba trabajando en mi taller, trabajábamos entre varios en un cuarto de un callejón, y en la mañana cayeron Montani y (Nicolás) Gutarra, que los había designado el grupo La Protesta para adoctrinarme. De ahí comenzó el asunto, pues. Ya conversé con ellos, ya compre libros, ya recurrí a todas las reuniones, ya me inscribí.

¿Había alguna librería del grupo?

En esa época había libertad de venta de libros. Uno podía comprar libros que se refirieran a cuestiones sociales sin la menor restricción. Leíamos a Faure, a Malato, a (Errico) Malatesta, a Anselmo Lorenzo, en fin, a todos los de esa época. A Eliseo Reclús. Andábamos haciendo lo posible por enterarnos de la cosas y eso, pues, iba formando gente, iba formando dirigentes.
Los obreros zapateros hicieron una campaña tremenda en su sindicato. Lo primero que hicimos fue tratar de fundar más sindicatos. El segundo en organizarse fue el de albañiles, cuyo secretario general fue Emilio Rojas. Después vino el de sastres.
Bueno, el caso es que se fundaron varios sindicatos. Por aquí, por allá. Se hacia propaganda, se hacia mítines, es decir, había una efervescencia tremenda por la organización obrera.

¿Cuál fue su participación en el paro final de las ocho horas?

Es decir, el paro de las ocho horas se preparó por distintos organismos. Esa lucha por las ocho horas es muy antigua. Y en otros sitios comenzó mucho antes que en Lima. En Talara hubo movimientos. Después en el Callao, en 1913, se conseguía las ocho horas de trabajo. Aquí en Lima no se pudo conseguir porque vinieron politiqueros. Así que en todas partes se hablaba de las ocho horas. Por aquí, por allá. Había lo que se llamaba la Federación Obrera Local. El hecho es que en la FOL tuvieron mucha intervención Julio Portocarrero, otro de Vitarte, y muchos otros. Dirigentes había en esa época tremendos. Y todos estábamos imbuidos por los mismos propósitos.Al final se decretó el Paro General como última cuestión para las ocho horas de trabajo. Entonces se reunió a la gente en el parque de los Garifos.

¿Don Carlos Barba, creo que me contó una vez que en el momento del paro estuvo detenido?

Exacto. En el cuartel de Santa Catalina; de allí salíamos a las seis de la tarde. Y llegué… Bueno, habíamos tomado el acuerdo que ese día, aprovechando la concurrencia de muchos delegados y de muchas organizaciones que antes nunca habían venido a Lima, sobre todo campesinos, se fundara un organismo de la clase trabajadora. Y cuando llegué y supe de la intervención de Haya De La Torre y los otros delegados estudiantiles que habían estado allí, me molesté bastante; ahí fue cuando fui a buscar a Haya De La Torre y lo interpelé en la Federación de Estudiantes. El me dijo; “No. Esto se puede hacer”. “Pero oiga Ud., le dije, ¿cuando vamos a poder reunir de nuevo de nuevo a estos delegados? Se ha perdido el momento preciso de hacer esto”. Total que el señor Haya De La Torre desvirtuó este movimiento. Dentro del movimiento lo que me han contado, porque la asamblea la presidió Gutarra, es que habían reunido a las fuerzas policiales y del ejército, cañones, ametralladoras y cuanto hay en el Parque Neptuno. Nos tenían un miedo tremendo. Y entonces el ministro Augusto Vinelli mando pedir una comisión para conferenciar sobre la petición de los obreros. Se nombró una comisión y ninguno quería ir. Tenían temor, porque estaban las tropas rodeando. Entonces alguien dijo que deberían ir los estudiantes. Allí había ido Haya De La Torre, Bruno Bueno De La Fuente y Valentín Quesada. Dijeron que la fuerza no se atrevería a abusar con ellos; ese fue el motivo de la intervención de Haya De La Torre. De ahí es donde viene la famosa figura que (los apristas) quieran dar, de que el tiene algo que ver con las organización de la lucha de las ocho horas. El no tuvo nada que ver con esto. Eso fue hecho por los trabajadores, por los dirigentes obreros y por los agitadores que les llamaban en esa época “los del Grupo La Protesta” y todas esas cosas; esos fueron los que hicieron la jornada de las ocho horas, no el Sr. Haya De La Torre.

¿Cuál fue su participación en el famoso paro de las subsistencias?

Ya eso es otra cosa. Con motivo de la impresión que causó el paro de las ocho horas quedó latente en el ánimo de los obreros la idea de que la organización de los trabajadores podía conseguir algunas cosas efectivas. Entonces nos reunimos delegados de todos los organismos. Me acuerdo que la reunión se llevó a cabo en el local de una “Sociedad Trece Amigos” que había en el Jr. Sandia. Ahí se organizo el famoso “Comité Pro-Abaratamiento de las subsistencias”. Yo resulté elegido Secretario General del comité. Y ahí empezó la lucha tremenda. Ese Comité es el que mayor importancia ha tenido aquí dentro de las luchas obreras.

La actividad terminó con el paro general del 27 de mayo de 1919. Nosotros perseguíamos la rebaja de las subsistencias; del inquilinato, un montón de cosas. Llegamos a tener una importancia enorme. Incluso había una Cámara de Propietarios, y teníamos conversaciones con ellos. A mi me llamaban y querían influenciarme. Tenían miedo, tenían temor, porque aquí no habían visto una organización obrera con ese temple y tenacidad como la que se formó en esa época. Nosotros nombramos comisiones para todo Lima, nos íbamos de callejón en callejón. Traíamos una mesa, luego una lata, ta-ta, todo el mundo se venia, y ahí les hacíamos propaganda. Y así fue como llegó a ser un movimiento tremendo, que culminó en el paro general. Después hicimos el mitin del hambre en la Alameda de los Descalzos, después otro mitin en lo que ahora es la Plaza San Martín. En fin, en todas partes hacíamos movimientos. La efervescencia era terrible. El Estado creía que nos íbamos a apoderar del Gobierno, ¡ufff!. Las madres decían: “Ahí viene Gutarra y Barba, escóndanse”. “Nos van a comer”. Así hacían esa propaganda. Gutarra tenía una oratoria que influía en la gente de manera tremenda; lo seguían. No era muy dialéctica, pero si tenia poder de sugestión. ¿Sabes lo que hizo en el Teatro Principal de esa época, el que ahora es el Segura? El mismo día que se fundaba en la sociedad Los Hijos del Sol, en la Penitenciaria, el Partido Socialista, al que yo concurrí como delegado del Comité Pro Abaratamiento –era un Primero de Mayo -, mandé a Gutarra,lo envié al Teatro Principal. José Carlos Bernales quería fundar allí un Partido Obrero con todos los obreros amarillos de esa época, los que no estaban con nosotros. Todavía le digo a Gutarra cuando estábamos en Los Hijos del Sol:”Oye, ¿tu no vas a ir allá?”. “No-me dijo-¿Quién va a ir donde esa gente?”. “No, le dije, tienes que cumplir”. En un papel le hice su credencial y se fué.

Cuando lo vieron ahí a Gutarra ya estaba todo preparado, estaban los dirigentes para formar el Partido Obrero y para designar candidato a la Presidencia de la republica al Sr. José Carlos Bernales. Cuando vieron a Gutarra no lo quisieron dejar hablar. El público se dio cuenta y empezó a pedir:” ¡Qué hable Gutarra!”. Y Gutarra con la papeleta que yo le había dado, que pedía hablar como “representante del Comité Pro-abaratamiento de las Subsistencias, representante verdadero de la clase trabajadora”. Total: tuvieron que hacerlo subir. Una vez que estuvo arriba les dijo el sol por salir y la luna por ocultarse, a cada uno lo desnudó. Que eran unos traidores, unos vendidos.”¡Aquí no deben de estar trabajadores!!!”, dijo. Nosotros habíamos convocado la Central del Movimiento Primero de Mayo esa vez en el local de la Federación de Estudiantes, en el Palacio de la Exposición. Estábamos allí reunidos. Eso estaba lleno de gente. Cuando en eso se forma una batahola de los mil demonios ¿Qué cosa era?. Gutarra, que había hecho salir a toda la gente del teatro. En hombros se lo llevaron hasta la Federación de Estudiantes.

Don Carlos Barba, ¿hubo en el comité algunos contactos con los sectores llamados “radicales” de Leguiísmo?

Cuando yo estaba dirigiendo el movimiento obrero vino donde mi un tal Durán a ofrecerme armas para los obreros, para hacer un movimiento a favor de Leguía. “¡No!, le dije, este movimiento no tiene nada que ver con la política burguesa. Nosotros los anarcosindicalistas somos antipolíticos. Nosotros no creemos que la política burguesa pueda resolver los problemas del país, sino la fuerza organizada de los obreros (el sindicato)”.

¿Qué imagen puede darnos de los luchadores de esa época?

Principiaremos con Delfín Lévano. Para mi ha sido el obrero mejor preparado que ha tenido el Perú. Este hombre tenía una serie de facultades: él era filósofo, pensador, didáctico, propagandista, músico. Era una hormiga trabajando. Escribía en “La Protesta” (periódico anarquista). Y escribía piezas de teatro, música. Tuvimos un Teatro Popular, inclusive tuvimos un coro, que se llamaba el Coro Sindicalista, que en todos los organismos, en todas las actuaciones obreras cantaba “Hijo del pueblo”, “La Internacional”; él era el alma mater de ese asunto y lo era por ser el principal dirigente del grupo “La Protesta” (organización obrera anarquista), y (porque) en este grupo estaba reunido todo el poder, todo el substratum de las cosas que se hacían dentro de la clase trabajadora. De ella salían todas las direcciones, se tomaban todos los acuerdos y se mandaban todas las comisiones. Todo el movimiento que se gestaba entre los trabajadores salía del grupo “La Protesta”. Habían otros: el grupo “Luz y Amor”, en el Callao, de Emilio Costilla Larrea Toribio Sierra. Los de “La Protesta” nos reuníamos en “La Capilla” (Mapiri Nº 320, int. 31). Bueno, todo lo que se puede decir de Delfín para mí es poco todavía. Los obreros peruanos les debemos mucho. Ahora la figura de Gutarra. Era un joven inquieto. Autodidácta. Pero tenía tan gran poder captación y convencimiento, que generalmente decía la última palabra en todas las cuestiones. Era valiente, arrojado, inteligente. Gutarra era ebanista. Enseguida tenemos a Montani. Era un hombre reposado. Muy buen orador. De palabras de peso. Lo mismo Pedro Cisneros, un viejo que daba conferencias, escribía opúsculos. No era un luchador de esos que iban a las asambleas, que gritaba o que salía, como salíamos todos, a luchar contra la policía, contra los gendarmes o contra lo que sea. Alberto Fonken era tejedor. Era miembro del grupo “La Protesta” y dentro de él tenía a su cargo generalmente la cuestión contable. No era contador. Después había un Pedro Ulloa, uno de los mejores. Luego estaba Aquino. Era tremendo. Lo mandábamos a repartir volantes, de esos en que se hablaba de revolución, y cuando lo agarraba la policía, decía: “son pues programa del cenema, que me lo han dao pa reparter”. “! So pedazo de bruto, no ves que esto es…”, y no le hacían caso. Una vez teníamos que enviar una comisión al Callao. Y no había como llevarla. Todo estaba rodeado de tropas ¿Qué hacemos?; A Aquino lo mandamos. Un tipo todo roto, por las chacras. Nadie le hizo caso. Y el llevaba todos los papeles. La policía lo veía pasar y no le hacía caso. En la lucha hay que recurrir a una serie de recursos. Por ejemplo, nosotros nos reuníamos y decidíamos: la reunión va a ser en tal sitio, pero ese no era el sitio. Y cuando iba llegando gente la íbamos enviando al sitio real, en voz baja. Otro gran luchador fue Manuel Caracciolo Lévano, el padre de Delfín. Tenia gran atracción entre la clase obrera. También Eulogio Otazu, de construcción civil.

¿Cómo se enfrentaron ustedes a los sablazos, a la represión?

El estado de ánimo de los trabajadores era bien elevado en esa época. Cuando se convocaba a un mitin, una manifestación o lo que sea, iban decididos a todo. Nos agarrábamos con los “pinchasapos”, como les llamábamos. Con los gendarmes con sus sables; no les teníamos miedo. Desempedrábamos las calles y los agarrábamos a pedradas. Por eso nos temían tanto. La policía tenía una lista con los nombres de Gutarra, Barba, Fonkén, Lévano, Montani, etc. Así que cuando había un movimiento, alguna huelga, ahí mismo mandaban a apresar a todos esos. Lo mejor es que nosotros nos escondíamos. Cuando se dio el paro de las subsistencias a mi me torturaron. El famoso Montes de Oca quería yo que diera la orden para levantar el paro. Montes de Oca, para asustarme, puso a cuatro guardias con sus fusiles. “¡Disparen, les dije, pues! ¡Yo no les tengo miedo!”. La venganza fue ponerme calato y tirarme baldes de agua a las cuatro de la mañana. Y a las seis de la mañana, que estaba ya Lima que parecía un castillo de balas y de saqueos, incendios y cuanto hay, me sacaron del cuartel como a enfermo, tiritando, y me llevaron a la cárcel de Guadalupe, donde estaban otros compañeros, entre ellos Gutarra.

¿Qué cambio cree que ha experimentado la clase obrera desde la época de las ocho horas hasta hoy?

El cambio es tremendo, por que en esa época los obreros nos organizábamos, nos defendíamos teniendo en cuenta solo el interés de los trabajadores, de acuerdo con los principios del anarcosindicalismo. Así que nosotros no teníamos nada que ver con cuestiones de los partidos políticos y entonces no podía haber división entre los obreros. Hoy día no hay movimiento obrero, no tienen un norte, no tiene una guía, uno va por aquí, otro quiere llevarlo por allá. Precisamente el sindicalismo se estableció para evitar estas diferencias entre los trabajadores y crear un sistema de organización en la cual puedan estar todos juntos, haciendo caso omiso de diferencias ideológicas y de toda naturaleza, y para solucionar nuestros problemas por medio de la acción directa, la huelga, el boicot, los mítines y la revolución social, que seria el ultimo eslabón.

¿Qué consejos les daría a los dirigentes sindicales jóvenes?

Que dejaran la política, que trataran de que el movimiento obrero sirviera simplemente par resolver los problemas, necesidades y objetivos de los obreros.

La Protesta – Primavera del 2004 – Nro. 03

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La Protesta: capitalistas y obreros (¿Lucha de clases o “Acuerdo Nacional”?

Delfín Lévano: Periodista, poeta, músico y conferencista, fundador de “La
Protesta” en su primera etapa (1911-1926) y de otras publicaciones y grupos
anarquistas, panadero, luchador por la reducción de la jornada de ocho
horas y organizador incansable, Delfín Lévano fue uno de los
trabajadores intelectualmente mejor dotados de la clase obrera peruana de
todos los tiempos. Critico de la dirección reformista y político-partidaria,
pro-Estatal, que pretendían (y finalmente lograron) darle J.C. Mariátegui y
Haya de la Torre a aquel -y acusado por ello de “sectario”-, Lévano,
consecuente con su credo de revolucionario y anarquista, descubre como
idiotas y traidores a quienes, ayer como hoy, negaban la existencia
objetiva de las clases sociales y de la lucha de clases o asumían una
actitud conciliadora entre capitalistas y proletarios en nombre del
“progreso” (de los ricos y para los ricos), del desarrollo de la
industria “nacional” (la burguesía no tiene otra patria mas que sus
bolsillos) o por la “necesidad” (solo de la mafia estatal) de “atraer
inversiones”, en el supuesto -por Lévano negado- de que mientras mejor
estén los explotadores, mejor estarán sus explotados. En estos tiempos de
burocracias sindicales emputecidas en el parlamentarismo y la política de
alianza (CGTP/ PC unidad-Patria Roja / Unidad Nacional, etc. ), de
“Acuerdos Nacionales” y socialdemócratas locas por “viabilizar la
gobernabilidad”, las palabras de Lévano se oyen como una pata al
culo de tanto político asqueroso:
“¡Mientras existan clases sociales, no hay armonía posible!”

“Es innegable el antagonismo económico-social entre capitalistas y
obreros, antagonismo cada vez mas acentuado por cuanto son dos fuerzas
diametralmente opuestas en su funcionamiento, en sus propósitos,
en su desenvolvimiento y aspiraciones.
Los capitalistas, por formar una casta dominante, son forzosamente
conservadores, pues no de otra manera podrían perpetuar su régimen social
que les favorece con honores, riquezas y poderío.Los obreros, por el
contrario, constituye una clase subyugada que sufretodo genero de
exacciones [cobros injustos y coactivos de impuestos, multas, deudas,
etc]. Por estar ineludiblemente sujetos al trabajo, vegetan en la
servidumbre y carecen de libertad de acción, de independencia, de
dignidad social, toda vez que la pobreza en que viven
significa la esclavitud mas abaldonante [ofensiva].

Siendo el capitalismo una fuerza conservadora, sus componentes son
parásitos sociales que succionan, que extorsionan y humillan a los
obreros. Acostumbrados los capitalistas a las comodidades, al lujo, al
derroche y al disfrute de todos los placeres, cometen el horrendo crimen
del despojo social, acaparando el producto del trabajo ajeno y acumulando
riquezas a fin de asegurar su propia dicha y la dicha de sus descendientes.
Como es lógico, este despojo y codicia capitalista se
fundan, primero, en la inveterada [vieja, arraigada] inmoralidad
transmitida por los primeros hombres que usurparon la tierra y los
productos labrados por otros hombres más débiles e ignorantes,
inmoralidad que hoy la ley consag.ra como el derecho de la propiedad
privada; y, segundo, por la fuerza brutal de que dispone el Estado, fruto
y sostén del poderoso –despojo y codicia que siembran las privaciones y
angustias que sufre la inmensa familia proletaria que, pese a mucho
trabajar durante su vida, apenas alcanza para ganar el suficiente salario
que le condena a vivir miserablemente-. ¡Contraste inaudito que nos llena
de indignación!. Colocadas frente a frente hay, pues, dos clases
marcadamente distintas, producto del antagonismo del que
hablamos arriba:
de un lado los que holgan y nadan en la opulencia con su vida fastuosa y
cómoda; del otro, los que nada tienen y carecen hasta del necesario
alimento para alimentar su cuerpo desfalleciente y que, sin embargo,
desgastan sus energías trabajando rudamente toda su
existencia.¡Contradicción flagr.ante!
¡Realidad pavorosa, que desmientecategóricamente [los supuestos]
principios básicos de la democracia actual: libertad, igualdad,
fraternidad!.
No cabe duda que el capitalismo, después de la Revolución Francesa, una
vez destruido el feudalismo y la “aristocracia de sangre”, ha contribuido
al progreso de las industrias y al desarrollo de la civilización,
provocando el acercamiento comercial de todos los países. Pero ,¡a costa
de cuantas lagrimas y hambres, de cuanta sangre, de cuantas vidas de
proletariados sacrificadas en bien del triunfo de la pluto-autocracia de
todas las naciones!. Sin embargo, los economistas y plumíferos
[escritores, periodistas] defensores de la burguesía, y hasta ciertos
“científicos” que teorizan desde sus poltronas sin hacer una disección
investigadora de la estructura social presente a fin de aplicarle una
critica justiciera, proclaman que el adelanto de la ciencia y el
perfeccionamiento del maquinismo, así como el progreso de la química y el
aprovechamiento de las fuerza o agentes naturales, producen un mayor
bienestar social, pues arguyen que a mayor producción en menos cantidad
de tiempo y energía humana corresponde mayor riqueza y, por ende, menos
miseria.
Garrafal impostura puede tener visos de verdad para mentalidades
rudimentarias o rutinarias, pero no (para inteligencias despiertas) ante
los hechos que vemos, que palpamos, que sentimos; no ante las tremendas y
oprobiosas injusticias y los contrastes sociales de este orden burgués,
donde el progreso de las artes, de las industrias y hasta de las ciencias
es en provecho de las clases acomodadas y en detrimento moral y físico de
los trabajadores.

Siendo, pues, una verdad demostrable e indiscutible el antagonismo de las
clases capitalistas y obrera; siendo otro hecho real que los
capitalistas
tienden a conservar sus privilegios y a perpetuar las actuales
condiciones de vida; siendo también otro hecho histórico el que
los obreros, hoy podemos decir parias, siervos, asalariados de
quienes los explotan, tienden a libertarse de esa esclavitud, no
comprendemos en que razones se fundan ciertos elementos tildados de
“revolucionarios sociales” [léase, social demócratas tipo Susy Villarán,
Bernales, Tapia, Risco, etc] para pregonar la “armonía” entre el Capital
y el Trabajo, entre los amos y los esclavos, entre el que despoja y el
despojado.

¡No!; no puede haber tal armonía: esta alianza o colaboración con los que
gobiernan y los que explotan con el objeto (¿?) de “mejorar la triste
condición delos desheredados” solo puede fundamentarse en un errado
concepto de lucha de clases y de la misión histórica del proletariado
organizado sindicalmente.No se alegue que aquí los trabajadores todavía
no están organizados ni,mucho menos, preparados para llevar a la practica
una marcada tendencia sindicalista separadas de las demás clases opresoras
económica y políticamente; no se alegue que hay que hacer algo mientras los
obreros, con el tiempo, comprenden su misión eminentemente revolucionaria
y libertaria; no se alegue que los obreros todavía son incapaces de recibir
y comprender la generosa ideas libertarias (anarquistas).

¡Sofismas, nada mas que sofismas o medios de bastardear el legitimo obrerismo
[nuestra conciencia de clase] son todos esos alegatos!.
Precisamente por estar en su comienzo la organización obrera, por estar
en gestión la tendencia sindicalista y las ideas anarquistas, conviene no
comenzar mal ni dar una falsa orientación al movimiento obrero ni sembrar
el confusionismo con ideas retrogradas o retardatarias
[reformistas],cuando la enseñanza de la historia, con claridad meridiana,
con afirmaciones rotundas, con postulados incontrovertibles nos señala la
verdadera senda que tenemos que seguir para conquistar lo que tanta falta
nos hace: la libertad política [anarquía], la independencia económica
[comunismo], la superación intelectual y moral.

Terminamos diciendo: entre la extrema e insulsa opulencia y holgazanería
de los de arriba y la extrema miseria y servidumbre de los de abajo hay
antagonismos irreconciliables; los primeros son dominadores, los segundos
son esclavos hoy, libertadores mañana; los primeros representan una
fuerza de opresión, de sujeción; los segundos son una fuerza de avance
revolucionario, de irrupción libertaria. Por lo tanto, son fuerzas
antitéticas.

Delfín Lévano, septiembre de 1923

de:  www.laprotesta.freeservers.com

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La Protesta y la Andinización del Anarquismo en el Peru, 1912-1915

Gerardo Leibner

En este artículo analizaremos un caso en el cual la realidad nacional fue imponiéndose a los intentos de introducción de una ideología universal: el anarquismo en el Perú, o más precisamente, el anarquismo y el Perú indígena. Nuestro análisis se centrará en el proceso de compenetración del anarquismo con la utopía andina de restauración del antiguo imperio inca, el Tahuantinsuyo. La evolución ideológica en este sentido se vio impulsada principalmente por la aproximación de la práctica revolucionaria a la realidad indígena y a los conflictos agrarios, y llegó a su culminación en medio de las grandes rebeliones indígenas en los Andes del sur peruano durante la primera mitad de los años veinte.

En su revelador libro Ayllus del Sol – Anarquismo y Utopía Andina1, Wilfredo Kapsoli expone las relaciones y conexiones existentes entre militantes de ideología y afiliación anarquista y varios de los dirigentes campesinos que lideraron las grandes rebeliones indígenas, relaciones que se estrecharon en el marco del Comité Pro-Derecho Indígena – Tahuantinsuyo (1920-23), durante los tres congresos indígenas que éste organizó en Lima, y con la creación de la Federación Indígena Obrera Regional Peruana (1923). Kapsoli presenta no sólo la colaboración práctica y el apoyo solidario por parte de los anarquistas al movimiento campesino, sino algo aun más significativo, una articulación ideológica muy singular del anarco-sindicalismo – ideología europea, universalista, racionalista y progresista en su visión de la historia- con la utopía andina de restauración del Tahuantinsuyo. La síntesis ideológica no siempre aparece elaborada de manera explícita, pero se deduce de las conexiones reveladas por Kapsoli. Es probable que, más que una síntesis intelectual conscientemente meditada y elaborada, para los actores de aquellas rebeliones, dirigentes indígenas y militantes anarquistas por igual, se trató del resultado natural de su práctica revolucionaria y del acercamiento e influencias mutuas que se fueron dando durante la misma. De parte de los anarquistas, se trató principalmente de una idealización del imperio incaico2; idealización que les permitió integrarse en las rebeliones indígenas de carácter milenarista y restauracionista.

Sin embargo, en este articulo intentaré iluminar una etapa anterior a la tratada por Kapsoli; una etapa en la cual consideramos que se procesa el cambio sustancial en la actitud de los anarco-sindicalistas limeños con respecto a la cuestión indígena, creándose durante la misma una nueva actitud ideológica, consciente y explícita. Este cambio quedó registrado brevemente en el periódico La Protesta y constituyó la base de la utopía andina compartida por dirigentes indígenas y anarquistas durante los primeros años de la década del ’20. Se trata de un profundo viraje conceptual, que podría ser considerado como la primera peruanización o andinización de una ideología revolucionaria europea, e intentaremos demostrarlo en las próximas lineas.

El anarquismo y el indigenismo en González Prada

Debemos comenzar por referirnos necesariamente a Manuel González Prada, la figura más destacada del anarquismo en el Perú, y quien es considerado como el fundador del radicalismo político peruano. En González Prada se presenta un caso especial, en el cual conviven paralela y separadamente una actitud indigenista crítica y radical, que se nutre de la crítica a la realidad del Perú aristocrático, costeño y blanco, con una ideología anarquista universal, sin que esta última sea influida por la primera.

González Prada3 no inició su trayectoria política al recibir la reveladora luz del anarquismo europeo. El no poseía al principio más que una actitud (algo menos elaborado que una ideología) radical, laica, democrática, positivista y, sobre todo, patriótica, cuando, al finalizar la guerra del Pacífico (1879-83), comenzó a sobresalir con sus agudas críticas a la sociedad oligárquica y el estado peruano. En 1891 participó en la fundación de un nuevo partido político radical, la Unión Nacional, pero unos meses después viajó a Europa, donde se acercó a intelectuales radicales franceses y españoles, y terminó adoptando la ideología anarquista (1891-98).

Lo que interesa, en nuestro caso, es que la actitud radical de González Prada comenzó a desarrollarse ideológicamente en función de la realidad peruana, más concretamente, con la bancarrota de la vieja oligarquía y de su «nación» peruana, aristocrática, costeña y criolla. Aunque, por cierto, su educación hispana y la influencia de la cultura francesa constituyeron sus fuentes conceptuales y sus proveedoras ideológicas, ya que él mismo era un producto de la sociedad criolla, costeña y aristocrática a la que tanto fustigó4. Conocedor y crítico agudo de la decadente aristocracia limeña, nunca llegó, empero, a conocer la realidad andina. Alzándose en contra del hispanismo decadente que predominaba entonces en la sociedad limeña, embebió la cultura francesa y la introdujo en los círculos intelectuales de Lima. Su radicalismo peruano se acentuó más aún frente a la recomposición de la oligarquía nacional ampliada, que desde 1895 abarcaba nuevos sectores provincianos y políticos5, pero seguía manteniendo su carácter aristocrático y excluidor de las masas populares. Si bien su encuentro con el anarquismo europeo le proporcionó a González Prada un instrumental ideológico que hizo posible la profundización y radicalización de su crítica de la realidad peruana, los análisis peruanos de González Prada no repercutieron en su mundo conceptual europeo, ni en su concepción del mundo.

En González Prada se percibe una separación entre la crítica y la actitud contestataria en la sociedad peruana, por un lado, y una ideología com- pletamente universalista, de origen europeo y que trata de temas muy lejanos a la realidad peruana, por otro. Si bien González Prada llegó a definir a los indígenas andinos como a la verdadera masa de la nación peruana6 y criticó virulentamente la explotación a que estaban sometidos, no llegó a conectar entre la realidad andina y su ideología, menos aun, formular algún programa revolucionario adecuado a ella. Lo más lejos que logró ir – bastante más que la mayoría de sus contemporáneos-, en su artículo «Nuestros Indios»7, que inició en 1904 y no alcanzó a completar y publicar antes de su muerte (1918), fue en considerar el problema como una cuestión social vinculada al servilismo y el carácter feudal del régimen de haciendas, imposible de resolver, por lo tanto, por medios pedagógicos (que era la posición más corriente entre los liberales positivistas), y ofreciendo como única alternativa la resistencia violenta e individual frente al explotador. Alternativa ajena al carácter organizado, social y cultural del anarquismo que él mismo preconizaba, cuanto más al anarco-sindicalismo hegemónico entre los anarquistas del Perú.

González Prada le legó al anarquismo peruano una actitud de crítica concreta e implacable a la sociedad peruana y, dentro de ella, un claro indigenismo, aunque limitado por su desconocimiento y desvinculación con la realidad andina, con las continuas rebeliones (que solía defender desde la prensa) y el espíritu e ideología de los indígenas, y los procesos económicos y sociales que afectaban diariamente a la sierra. González Prada fue por un lado un radical peruano – criollo y costeño- y, por otro, un anarquista, sin llegar a una síntesis que lo convierta en anarquista peruano, y sin superar sus limitaciones costeñas. Por ello, el encuentro del que hablamos será detectado posteriormente.

Anarquismo, eurocentrismo y el dilema indígena

Los grupos anarquistas que se formaron a principios de siglo en Lima, en Arequipa y en otras ciudades provincianas, recibían su orientación ideológica del anarquismo europeo, muchas veces vía Buenos Aires. Si bien consideraban al indio un «paria», un explotado, e incluso, bajo la influencia de González Prada, reconocieron en el indio al verdadero peruano relegado, marginalizado, con quien se identificaban, su concepción estratégica acerca de la redención indígena quedó, muchas veces, rezagada detrás del diagnóstico de González Prada. Había anarquistas como Glicerio Tassara, para quienes la redención del indígena consistía en alfabetizarlos y asistirlos con agrónomos que les revelaran los procedimientos modernos para aumentar la productividad8. Y es que entre los militantes anarquistas, la cultura y el racionalismo europeos eran considerados como la clave de la redención del indígena. La fe positivista en la Razón, la Ciencia, y la superioridad de la cultura europea, vinculada al profundo rechazo que sentían por la odiosa, aniquilosada y decadente oligarquía criolla, autoconsiderada como representante de la nacionalidad, crearon en ellos una actitud general de desprecio hacia lo peruano9.

En su primer período, los anarquistas rompieron con la nación oligárquica y sus tradiciones, pero ante la falta de lazos con el otro Perú, el Perú indígena, se limitaron a asimilar una ideología universalista. Esta les ofrecía instrumentos ideológicos suficientes para desarrollar teóricamente su rechazo al Perú aristocrático, y les pertrechaba también para liderar al joven y numéricamente reducido movimiento obrero urbano, pero no bastaba para elaborar una alternativa de alcance nacional que sirviera para trepar los Andes. Los círculos anarquistas urbanos, que se hallaban relativamente aislados del resto del país, de las masas campesinas, tendían su mirada hacia un océano desde el cual desembarcarían sus esperanzas. En ese espíritu se expresó Glicerio Tassara en La Protesta10:

«….la corriente civilizadora, que parte de Europa, se desparrama por el mundo, no puede ser detenida en nuestras playas por el esfuerzo de uno que otro espíritu arcaico, más encariñado con la tradición odiosa que con la innovación justiciera: no en vano el Perú se halla en contacto moral e intelectual con otros países de superior cultura».

De acuerdo con esa actitud, junto a las informaciones y comentarios sobre las luchas obreras, y menormente sobre la actualidad peruana más amplia, La Protesta, desde sus comienzos, reprodujo constantemente escritos de los principales teóricos del anarquismo europeo – Kropotkin, Bakunin, Proudhon, Gori, Malatesta, etc.- y relativamente menos análisis de la realidad social peruana (que irán abundando con el paso del tiempo). Generalmente se conformaba con la «comprobación» de la regla universal en el curso de algún conflicto, o con la caracterización de un determinado fenómeno peruano con vocablos de validez universal: «militarismo», «fiebre política», etc. De Europa provenían los ideólogos, los mitos revolucionarios del siglo XIX, los avances de la Ciencia (escrita siempre con mayúscula en La Protesta), el Racionalismo, la civilización moderna, el mensaje del futuro para los países atrasados como el Perú. El positivismo era, generalmente, la filosofía de los primeros radicales peruanos, entre quienes prendió el anarquismo. El progreso material y la redención social marchaban enlazados hacia un futuro prometedor. Tanto era así, que uno de los semanarios considerados precursores del anarquismo se denominó La luz eléctrica (1886-1897)11.

La concepción eurocéntrica de la historia, según la cual el desarrollo histórico de Europa Occidental es una línea trazada por la que deberán desfilar los demás países, más atrasados en su desarrollo, y en relación a la cual hay que analizar sus realidades, se hallaba implícita en el razonamiento de los anarquistas peruanos; si bien, en cierta forma, ya había sido cuestionada por su más destacado ideólogo. González Prada se había referido en términos de admiración a la antigua civilización inca, considerándola, en ciertos aspectos, superior a la de su tiempo, aunque rechazando, a su vez, cualquier pretensión restauradora12.

Los anarquistas y el debate indigenista

La «República Aristocrática»13 sufrió su primer requebrajamiento serio du- rante la corta presidencia populista de Guillermo Billinghurst, entre junio de 1912 y febrero de 1914. Apoyándose en las capas populares urbanas, Billinghurst puso en jaque a la oligarquía civilista dominante, hasta que ésta recobró el poder político recurriendo a un golpe militar. Su presidencia fue un período de avances y conquistas para el movimiento obrero urbano. No se registran modificaciones significativas en lo que respecta al régimen agrario y la situación del indio, aunque Billinghurst llegó a crear y respaldar una comisión investigadora sobre los atropellos y despojos cometidos contra los indígenas en la región de Puno, que condujeron a una rebelión campesina reprimida violentamente.

El comisionado de parte de Billinghurst fue el oficial del ejército Teodomiro Gutiérrez Cuevas, quien se supone dirigió en 1914-5 la gran sublevación indígena del sur, adoptando el nombre de Rumi Maqui. Gutiérrez Cuevas realizó una investigación, durante la cual se enfrentó a los gamonales locales, quienes ejercieron presiones desde el parlamento nacional (poder que se convirtió en el bastión político de la oligarquía y en cuyo nombre se efectuó el golpe de estado) que fueron rechazadas por Billinghurst. Su caída acarrearía la destitución de Gutiérrez Cuevas y su huída del país, hasta su supuesta reaparición como Rumi Maqui14.

El ambiente creado durante la presidencia de Billinghurst alentó y dio empuje a las actividades humanitarias y denunciatorias de la Asociación Pro-Indígena, creada en 1909, y que seguiría activa hasta 1917. Para los anarquistas, el período de Billinghurst fue complejo y contradictorio. Por un lado, los anarco- sindicalistas organizados en torno al periódico La Protesta participaron en las luchas obreras y gozaron de su auge, pero, por el otro, se enfrentaron con el peligroso fenómeno de un gobierno que atrajo a sus filas a dirigentes sindicales y creó organizaciones sociales bajo su tutela, alimentando la ilusión de que es posible solucionar cuestiones sociales dentro del marco del estado.

Es durante un período parcialmente concordante con el de Billinghurst en el que se procesa un cambio fundamental en la actitud y las concepciones anarquistas respecto a la cuestión indígena. En medio de las fisuras en la hegemonía oligárquica fue surgiendo y acentuándose una conciencia indigenista limeña, y los anarquistas fueron parte de ese proceso. El surgimiento de la cuestión indígena llevaría finalmente a los anarquistas a reevaluar sus posturas eurocéntricas iniciales. Pero ello no se dio como el resultado teórico de sus debates ideológicos, sino como consecuencia de su aproximación a la realidad andina durante las convulsiones sociales que sacudieron al Perú en esos años y la praxis revolucionaria en la que los anarquistas se fueron involucrando.

El viraje no fue inmediato. Las primeras propuestas de reevaluación fueron rechazadas y sólo la práctica pudo ir limando y transformando la posición inicial, hasta la consolidación de una nueva postura radicalmente distinta.

La Protesta fue la principal tribuna del anarco-sindicalismo15, que hasta 1919 constituyó la única corriente revolucionaria organizada y con ideología elaborada. A pesar de persecuciones, de su oposición inflexible a todos los regímenes de turno y de sus dificultades financieras, La Protesta se publicó mensualmente, con irregularidades, entre 1911 y 1927, con un tiraje que oscilaba entre 1500 y 3000 ejemplares. En su mayoría, los ejemplares de La Protesta eran difundidos entre los grupos anarquistas de Lima y Callao, y los obreros de la capital. Hay que considerar que probablemente cierto número de ejemplares eran leídos por más de una persona. También había en efecto un sistema de canje con publicaciones de otras ciudades peruanas, no necesariamente anarquistas, pero sí de carácter social obrerista, o de crítica liberal. Asimismo se mantenía un amplio sistema de canjes con publicaciones anarquistas en el exterior. Hasta el No. 33 (3 octubre 1914), con el que comienza un breve período de dos meses en que aparece como semanario y se empieza a vender a precio fijo, La Protesta funcionó bajo el principio de «Erogación Voluntaria», publicando listas de donantes.

En enero de 1912, La Protesta publicó un artículo de B. S. Carrión, titulado «El Comunismo en el Perú»16. Este artículo constituye el primer replantamiento, el primer indicio de una nueva concepción, divorciada ya del eurocentrismo, que busca basar sus perspectivas revolucionarias en elementos de la realidad peruana. Si se quiere, se trata del primer intento conocido de ligar las aspiraciones futuras del anarquismo con el pasado del Perú. Contrariando a Tessara, la mirada de Carrión no se dirige ya hacia el océano, sino hacia la sierra, y el término tradición adquiere otra connotación:

«La costumbre tiene fuerza de ley, y la tradición es la historia de los pueblos que no dejaron escrita la crónica de los propios acontecimientos. Recorriendo algunos de los pueblecitos que existen diseminados en la dilatada falda de los Andes, ha dejado en mí dolorosa impresión, la desaparición de un pasado, que fue quizás mejor que la época actual, económicamente considerada».

Consecuente con estas primeras consideraciones, Carrión pasa a identificar y describir dos elementos que perduran como vivo testimonio del pasado que «fue quizás mejor»: la unya (el trabajo en común) y el trueque de productos. Sin idealizar la situación del indio, sin dejar de señalar su estado de opresión, Carrión resalta los factores, latentes de esperanza, que revelan la existencia de un potencial de redención en la misma realidad indígena:

«El indio es por naturaleza pacífico; lo demuestra el horror que siente a la conscripción militar (reclutamiento), el odio hacia las autoridades por los abusos que cometen con ellos, y el naciente desdén con que van mirando a los curas, quienes día a día pierden la (sic) influencia que ejercieron en forma absoluta».

Los indígenas pasan a ser posibles sujetos revolucionarios y no sólo objetos de explotación, análisis, lástima, o instrucción. Los factores de cambio, se insinúa, son producto de una conjunción entre la herencia del antiguo comunismo incaico y la reacción de rebeldía frente a la explotación.

El objetivo de estas apreciaciones no es meramente descriptivo y analítico. Carrión se propone indicar una estrategia, un programa de acción basado en ellas, y su propuesta no está inspirada solamente en sus observaciones en los pueblitos en las faldas de los Andes. Existe un factor exterior, no-europeo, que le ayuda a fundamentar su tesis; un factor no peruano, aunque sí considerado compatible con la realidad peruana: la revolución mexicana. Esta puede tener un «reflejo» en el Perú, pues considera que «existen analogías de diverso orden» entre los indios de México y los del Perú, principalmente «la explotación servil a la que está sometido el proletariado peruano y en especial el indio de las mesetas andinas y de la montaña». Entonces, no sólo estaríamos frente a una primera manifestación de tina concepción anarquista en aras de andinización y peruanización, sino también frente a un anarquismo latinoamericanizado, o más precisamente, tomando la definición posterior de Haya de la Torre, indoamericanizado. Lamentablemente, las tesis de Carrión acerca de «cómo pudiera llevarse a cabo la propaganda entre los indios con el fin de seguir el ejemplo de los de Méjico», no llegaron a nosotros. El artículo termina ahí por falta de espacio, con una promesa de pronta continuación, pero ésta brilló por su ausencia.

Las tesis de Carrión debieron provocar una fuerte polémica entre los anarquistas, y fueron rechazadas por el grupo que publicaba La Protesta. En el número siguiente se publica, en lugar de la esperada continuación y ocupando un espacio idéntico al artículo anterior, un artículo firmado por M. Caracciolo Levano, fundador del periódico y considerado como la figura más destacada entre los veteranos del anarco-sindicalismo limeño. Sin mencionar expresamente a Carrión, Caracciolo Levano expone sistemáticamente las posiciones «ortodoxas» del anarquismo universalista, racionalista y positivista con respecto a la cuestión indígena.

«Redención indígena»17 se titula su artículo, que comienza con una serie de afirmaciones ideológicas, sobre las cuales se apoyarán los argumentos posteriores: «Instruir es redimir. Educar es moralizar … No hay progreso ni civilización sin libertad». Caracciolo Levano no ve nada positivo, ningún motivo de esperanzas, en el estado actual del indio; la explotación no provoca una reacción que pueda conducir a la redención indígena. Los explotadores incentivan el uso del alcohol y la coca que «degrada y embrutece» al indio y, entonces, la única rebeldía posible es el crimen. Si bien Caracciolo Levano polemiza con las concepciones racistas de los círculos aristocráticos dominantes, acepta, en cambio, el diagnóstico de la inferioridad indígena, aunque discrepando acerca de sus causas. En su opinión, los indígenas son torpes y degenerados, aunque no por razones étnicas y biológicas, y pueden ser extraídos de su pasividad e incorporados al progreso humano sólo por la panacea del racionalismo:

«¿Cómo salvar pues, al indio de esa negra situación de esclavo, y de la ignorancia en que vegeta? Por un solo medio: por la instrucción racional. Enseñándole sus deberes y derechos individuales y colectivos de hombre libre y consciente, para que sepa sentir, pensar y obrar con altivez y voluntad propias; despertando en él el espíritu de resistencia y rebeldía. Indicándole los medios que ha de poner en práctica para disfrutar de la felicidad…
Enseñándole que la única Verdad está en la Razón y en la Ciencia…»

Si bien Caracciolo Levano no se refiere explícitamente al artículo de Carrión, la polémica resulta evidente. Más aun, la discusión puede tener consecuencias prácticas para los militantes anarquistas, por lo que Caracciolo Levano presenta su ¿qué hacer?, distinto del de Carrión, que La Protesta no publicó. Según él, la misión de «quienes verdaderamente se interesen por la redención del indio» tiene que ser la formación de maestros indígenas, «apóstoles de propaganda y enseñanza», que alfabeticen en quechua y eduquen «inculcándole los ideales emancipadores, y despertándolo del profundo marasmo en que dormita». El primer paso para la redención indígena pasa por la escuela racionalista, donde el indígena andino podrá recibir la luz que de Europa le traen los anarquistas.

Los conflictos agrarios y el viraje conceptual
El ambiente rural en los meses siguientes no fue muy propicio para el tipo de actividad, relativamente tranquila y paciente, propuesta por Caracciolo Levano. Este no tomó en cuenta el estado de rebelión endémico de los campesinos indígenas en los Andes del sur peruano desde fines del siglo pasado, ni la agudización de los conflictos laborales en las haciendas capitalistas del norte. En 1911-2 se desató una violenta rebelión campesina en Azángaro, que fue cruelmente reprimida por los gamonales de la región. La rebelión y las masacres en represalia fueron el preludio a la sublevación de Rumi Maqui en 1915. Mientras tanto, en el norte, en abril de 1912, se declararon en huelga miles de «enganchados» en las haciendas azucareras del valle de Chicama. La huelga fue violentamente reprimida por los propietarios de cuatro de las cinco grandes haciendas mediante la acción conjunta del ejército y las bandas armadas, dejando un total de 150 trabajadores muertos18.

Las rebeliones campesinas en el sur repercutieron en La Protesta mucho menos que la masacre en el valle de Chicama. Esta fue repetidamente tratada por el periódico, que parece no tener noticias del altiplano. Sin duda, esto se debe a que el valle de Chicama era una zona de relativo desarrollo capitalista, más intensamente relacionada con las concentraciones urbanas de la costa, con mayor acceso a fuentes de información, y, como veremos, agitadores sociales vinculados al anarquismo acompañaron y testimoniaron sobre los sucesos. De todas formas, lo que nos interesa es que Caracciolo Levano resulta estar muy alejado de la realidad rural de su momento cuando pide para el indio maestros racionalistas para ir «despertando en él el espíritu de rebeldía». Sin embargo, refiriéndose a la huelga de Chicama en su discurso del 1 de mayo de 1912, a sólo dos meses del mencionado artículo, el mismo Caracciolo Levano enfocaba de una forma completamente distinta la situación del indígena19:

«También nuestra raza indígena, esos paria humillados y envilecidos… se agitan y se rebelan con intrepidez y coraje contra sus inicuos opresores».

Los sucesos de Chicama reclamaban de los anarquistas en Lima otro tipo de actividad, otra actitud. Los indígenas ya no eran una «masa inerte» a la cual había que despertar, sino que se rebelaban por sí mismos, y eran los anarquistas quienes tenían que adaptarse a las circunstancias. Esta nueva actitud se refleja expresamente, por ejemplo, en la autocrítica que reitera la urgencia de elevar el nivel de organización sindicalista, ya que los anarquistas limeños no pudieron ayudar ni informarse a tiempo, dejando a los huelguistas de Chicama «completamente solos en la dolorosa campaña que han librado»20.

En La Protesta se denuncia también la prisión en la norteña ciudad de Trujillo del «infatigable propagandista social Reinaga, y el honrado y valiente periodista radical Benjamín Perez Treviño, director de La Razón de esa ciudad», en relación con los sucesos de Chicama. Reinaga, un personaje multifacético, originario del Callao, era uno de los fundadores del movimiento obrero en Trujillo y publicaba en esos momentos (con 71 años de edad) su propio periódico, «El Jornalero»; en el cual propagaba ideas anarquistas y sindicalistas21. Los sucesos de Chicama provocaron un primer cambio en la actitud de La Protesta, aún lejana de la propuesta por Carrión. A medida que los militantes anarquistas se ven más informados e involucrados en los conflictos agrarios, y se aproximan a la realidad indígena, se va desarrollando una actitud cuya culminación será una confluencia o articulación del anarquismo con el mesianismo indígena de restauración del Tahuantinsuyo en el marco de una utopía andina22.

Igualmente interesante resulta comprobar que, también desde el indigenismo, se evolucionó hacia el anarquismo. Uno de los personajes para quien los sucesos de Chicama se convirtieron en un momento de definición ideológica fue M. Herminio Cisneros. Cisneros, al parecer actuando como representante de la Asociación Pro-Indígena23, recogió testimonios de sobrevivientes y familiares de los masacrados24. El joven, vinculado a la primera organización indigenista peruana dedicada a la denuncia de atropellos y el apoyo a las reivindicaciones indígenas, fue sacudido y radicalizado ideológicamente por la masacre: «Al calor de ese bárbaro acontecimiento, ante tanta infamia… volvíme anarquista…25.

Cisneros se volvió un militante anarquista y trajo a La Protesta su indigenismo en un momento clave, en el cual estaba evolucionando el pensamiento anarquista sobre la cuestión indígena. Sobre todo, él aportó una práctica de aproximación y actividad conjunta con los indígenas, la cual aceleraría el proceso de «andinización» del anarquismo. Una de las experiencias de Cisneros que quedó registrada en La Protesta26 fue el intento de crear el Centro de Estudios Sociales «Libertad y Cultura» en la localidad de Pallasca. Esto se inscribía en el marco de la concepción expuesta por Caracciolo Levano, y su objetivo fue definido «ocuparse de la instrucción obrera en la región de la sierra». Tratándose de una acción cultural y educativa que se supone no incluía acciones de carácter radical a corto plazo, Cisneros no tuvo inconveniente en colaborar con las autoridades locales. Sin embargo, ya en su primera asamblea pública, el l de enero de 1913, se desató una acalorada discusión entre las autoridades – que comprenden súbitamente quiénes eran los jóvenes tan interesados en desarrollar la cultura en Pallasca – y los anarquistas, incapaces de disimular sus objetivos. Al parecer, el incidente condenó el centro cultural al fracaso. Los indígenas, por su parte, mostraron un despierto interés, que alarmó a las autoridades. Es de suponer que el fracaso de experiencias de este tipo fue uno de los factores que incidieron en el cambio de estrategia y de actitud de los anarquistas frente a la cuestión indígena.

En junio de 1913 se publicó el No.23 de La Protesta, en el cual Cisneros firma por primera vez un artículo en Lima. Su presencia en la capital se hace notar en sus múltiples colaboraciones en el periódico, especialmente en lo concerniente a la cuestión indígena. Pero no siempre la observación de la realidad indígena produjo una clara reevaluación en la actitud anarquista.

Es así que, en el mismo número, se publica una nota bajo el título «La Caravana Indígena», firmada por Benjamino Soto y N., que describe la explotación de los trabajadores indígenas «enganchados» en las haciendas de la costa durante la zafra. No obstante su auténtica solidaridad con los trabajadores indígenas, no puede ocultar una visión eurocéntrica y paternalista:

«¡Pobre raza! esclava a fuerza de estar mantenida en la ignorancia y el fanatismo-..] los anarquistas acercaremos a los indígenas a nuestro ideal – para su redención».

Al igual que en el primer artículo de Caracciolo Levano, la falta de instrucción es considerada como el principal factor que permite la explotación, mientras que la clave de la redención para los indígenas se encuentra en manos de los anarquistas. Más aun, las tradiciones y las creencias indígenas (el autor destaca especialmente el fatalismo) son tachadas de «fanatismo», sin percibir en ellas posibles elementos redentores.

En los Nos. 27 a 32, correspondientes al período entre noviembre de 1913 y septiembre de 1914, casi no hay referencias a la cuestión indígena, a excepción de una nota sobre la revolución mexicana, en la cual se destacan la ocupación de tierras por parte de los campesinos y el papel revolucionario de los anarquistas mexicanos27. Mas la falsa impresión que crea el abandono de la cuestión indígena en las páginas de La Protesta se transforma en sorpresa en el No. 33, del 3 de octubre de 1914. Mientras el periódico callaba, los militantes anarquistas vinculados a él se dedicaban a una labor de agitación entre los trabajadores rurales. La prisión de dos agitadores, Antuñano y Montoya, en las haciendas del valle de Carabayllo rompió el silencio, al parecer calculado, de La Protesta. Bajo el título «La voz de un Campesino», y sin firma, se denuncia «…la prisión arbitraria de nuestros compañeros».

La realidad social cobraba tintes radicales y los anarquistas se veían cada vez más involucrados. En octubre de 1914, meses después del derrocamiento de Billinghurst, se intentaba consolidar el retorno de la oligarquía, apoyada en el ejército, al ejercicio pleno del poder político, y por lo tanto el ambiente político no se mostraba muy tolerante con agitadores sociales. Los anarquistas, por su parte, desafiaban al régimen y dirigían sus dardos contra «el militarismo», lo cual no aportaba motivos para una actitud de tolerancia por parte del gobierno. En el sur, en el altiplano, se hacía sentir un constante estado de agitación entre los indígenas, estado que culminaría en la sublevación de Rumi Maqui, un año más tarde. Los terratenientes propiciaban un alarmismo que les justificaba al reprimir y despojar a los indígenas. No existen indicios acerca de una participación anarquista o relación cualquiera con el levantamiento de Rumi Maqui, excepto unas vagas acusaciones que los gamonales locales pretendían aprovechar para justificarse frente a la opinión pública de la capital y apurar el envío de fuerzas represoras28.

Sin embargo, con este escenario de fondo, puede entenderse por qué la propaganda anarquista entre los trabajadores rurales indígenas provocó una reacción tan violenta por parte de las autoridades (poco tiempo después fue deportado Antuñano, de nacionalidad argentina).

En el mismo número en el que se informa acerca de las detenciones, defiende Elías Mendiola a sus compañeros, rechazando las acusaciones de las autoridades que «han pretendido ver una incitación al motín, al incendio y a la destrucción … donde sólo había labor de investigación y organización societaria obrera…». Aunque naturalmente apologista, resulta interesante su descripción de la actividad propagandística entre los braceros indígenas. Es obvio que se trata de una propaganda bastante más cercana a la agitación que la elemental labor de instrucción racionalista recomendada por Caracciolo Levano. Los anarquistas asumieron que la realidad indígena en las haciendas era propicia para captar mensajes sindicalistas29. Interesa en especial la alusión a la «labor de investigación» que, sin otro indicio, podría significar un intento más serio por parte de los anarquistas de conocer y aproximarse a la realidad indígena. En el marco del ambiente represivo de la época, el diario conservador El Comercio publicó un artículo de advertencia contra los anarquistas, en el cual los describe como terroristas, al estilo difamatorio comúnmente usado entonces en diversas partes del mundo, pero agregando una acusación «peruana», destinada a provocar una verdadera fobia en la opinión pública: «instigan a los indígenas a la guerra de razas»30. Acusación obviamente rechazada por La Protesta31.

El viraje conceptual

Hasta ahora hemos visto cómo los anarquistas limeños de La Protesta trataron el tema indígena y fueron involucrándose en él entre enero de 1912 y octubre de 1914. La estrategia planteada por B.S. Carrión fue rechazada y ni siquiera publicada enteramente; tan sólo podemos deducirla de su artículo introductor. En cambio, el periódico, por medio de una de las figuras más destacadas del anarcosindicalismo, Manuel Caracciolo Levano, presentó una actitud más acorde con lo que podemos considerar las concepciones «ortodoxas» o universales del anarquismo. Vimos, también, cómo la realidad de los agudos conflictos rurales de la época, la aproximación a la realidad indígena, y la involucración (aún bastante lateral) en las luchas, fueron matizando y alterando la visión anarquista. Incluso el mismo Caracciolo Levano, ante los sucesos de Chicama, tan sólo cuatro meses después de publicarse su artículo programático, presenta una visión distinta, más adaptada a la realidad andina de la epoca32:

«Las tierras fértiles de nuestras montañas no necesitan de riegos artificiales para producir. Nuestras incipientes multitudes, dotadas de natural raciocinio, no necesitan de filosofías curialescas, tegiversadoras de la Verdad, para darse cuenta de lo que deben hacer, para librarse de las injusticias…»

Sin embargo, hasta noviembre de 1914, no se llegó a formular en las páginas del periódico anarcosindicalista un planteamiento continuador del presentado por Carrión. Recién en el No. 39, del 21 de noviembre de 1914, se publicó un artículo bastante más radical en su apelación al pasado andino frente al presente de opresión y miseria, en su aproximación a la utopía andina, y en su rechazo al determinismo positivista de las concepciones eurocéntricas de la historia. El artículo, firmado por E. de Arouet Prada, se titula «Raza indígena», y en él se afirma que si bien las raíces de la explotación en el presente se encuentran en la conquista española, la república, por su parte, no había cambiado sustancialmente la situación:

«Sobre los escombros del Tahuantinsuyu, los hijos de Valverde y Pizarro continúan la obra de destrucción y ruina de sus padres. El régimen colonial o virreinal no ha desaparecido… Con la república, si sus fundadores procedieron de buena intención, los policastros de después hasta hoy no han hecho sino cambiar de nombres en el abuso, la opresión y el crimen…»

Al caracterizar al régimen de explotación como colonial, las categorías raciales adquieren un contenido social. Más aun, rechazando el concepto determinista del progreso histórico, concepto clave en la visión eurocéntrica, el autor proclama la superioridad de las civilizaciones indígenas: «los aztecas y quechuas fueron más civilizados que ellos (los conquistadores)».

Incluso en el presente se encuentra en peligro uno de los más importantes legados del pasado indígena, «el comunismo que sobreexistía todavía a toda destrucción, está desapareciendo merced a la ambición y al hambre canina de los gamonales». Apoyándose en citas de González Prada que resaltan la falta de sentido de las libertades formales y burguesas de la república para los indios, el autor, a la par de la crítica, reincide varias veces en una descripción idealizante del pasado incaico, comparándolo con el presente, fruto de la conquista:

«Los invasores destruyeron el Comunismo imperial incaico, para explotar a los indios en nombre de un amo; desolaron su civilización, en nombre de una fe mentida, más bien barbarie, demolieron sus monumentos para erigir iglesias a un dios malhechor; exterminaron, en fin, la raza».

Llaman la atención los recursos semánticos utilizados para presentar una imagen idealizada del Imperio de los Incas, limando cuestiones problemáticas desde el punto de vista de la ideología anarquista. El régimen bajo los incas es definido primeramente como «Comunismo» (con mayúscula) y sólo como «imperial» (con minúscula), resaltando la importancia del elemento positivo y minorizando el negativo. Luego, los templos religiosos indígenas son calcados como «monumentos», presentando como cultura y arte lo que en la ideología anarquista «ortodoxa» sería considerado como supersticiones y cultos destinados a mantener al pueblo en la ignorancia y la obediencia. La reivindicación implícita de los cultos indígenas, comparados con el cristianismo, es más clara en el siguiente pasaje, puesto en boca de los indios:

«…. nos obligáis a adorar a vuestro dios y servir a vuestra patria, mitos ambos feroces y sanguinarios que no conocemos…; nosotros no tenemos más dios que el Sol y la Naturaleza, ni más patria que la tierra que pisamos…»

El autor confunde, así sea intencional y demagógicamente, o tal vez sinceramente, el culto a los astros y a los fenómenos de la naturaleza con la fe positivista, racionalista y moderna en las leyes de la naturaleza. De esta manera, la idealización del Tahuantinsuyo se hace mucho más digerible para los anarquistas modernos; se crea un puente entre el pasado idealizado y la ideología progresista y revolucionaria del presente, portadora del futuro. Asimismo, al presentar sus argumentos poniéndolos en boca de los indígenas, el autor expresa lo que él considera un estado de conciencia, insinuando un posible discurso propagandístico para los agitadores indígenas.

Y no será la instrucción racional la que liberará a los indígenas, ni siquiera la agitación anarquista, sino el reencuentro mesiánico con los mitos del pasado. Pareciera que el autor quiere conectarse con lo que considera los mitos existentes en la memoria colectiva de los indios.

La posibilidad de redención es abordada en los términos del mesianismo andino, que efectivamente caracterizó las sublevaciones indigenas más importantes: «Si un nuevo José Gabriel Cóndor Canqui (Túpac Amaru) no viene a redimir esta raza expoliada…». Resulta ilustrativo el que ocho años antes, el periódico anarquista Los Parias, clamando también por el líder redentor, convocaba el ejemplo europeo de Espartaco33. Sin embargo, aclara Arouet Prada, el objetivo sigue siendo propagar los ideales anarquistas, ya que cuando «los indios se compenetren del espíritu libertario y abracen el ideal anárquico habrán conseguido su definitiva liberación». Pero ahora el camino pasa por el encuentro entre los anarquistas y los indígenas en el terreno de la memoria colectiva, del pasado comunismo incaico y de las rebeliones en los siglos pasados, desde la conquista. En forma muy directa y explícita, Arouet Prada aborda la crítica de los anarquistas que se resisten a ver en un régimen imperial y despótico una bandera a enarbolar:

«¿Qué decirles a los indios? Bajo el Comunismo y gobierno socialista – autoritario – de los Incas, vivieron felices… En verdad que los indios no carecían de pan, techo y abrigo bajo aquel gobierno patriarcal. Algún historiador graznaba `¡Oh! el despotismo’, al referirse a este gobierno. Pero tal tenía que ser y en aquella epoca (cierto tipo de determinismo histórico a pesar de todo). A quienes se lamentan del despotismo de los Incas le preguntaremos ¿son verdaderamente libres todos los hombres hoy? … los indios fueron más felices en el despotismo de los Incas que en la tiranía de los Virreyes y Presidentes. En el imperio socialista autoritario – no libertario – ellos no carecieron de pan, techo y abrigo, ni sufrieron el látigo, el sable…»

Y vuelve a reafirmar la superioridad de la civilización incaica, diferenciando modernidad tecnológica y superioridad moral o humana:

«La civilización misma de los Incas fue más humana que la de los conquistadores. En efecto, aquellos no tuvieron las guerras religiosas, ni las guerras políticas o patrióticas de los diez últimos años de los europeos…. La actual carnicería y desolación europea es una prueba también de que la civilización del siglo XX es una `barbarie de guante blanco’.»

La Primera Guerra Mundial, con sus horrores, ya en sus primeros meses, provocó profundos cambios en la concepción del progreso, rompiendo el optimismo histórico del determinismo positivista y convirtiéndose en uno de los factores en la reevaluación de varias ideologías canonizadas, inclusive en el seno del anarquismo. En América Latina, la guerra europea produjo una gran desilusión con la civilización del viejo continente, fomentando una intensa búsqueda de fuentes propias de referencia e inspiración, y alentando en algunos países, como en el Perú, una reivindicación del pasado indígena. El viraje conceptual dentro del anarquismo peruano no fue completo, ya que quedaron residuos de la concepción anterior, y no fue necesariamente compartido en el mismo grado por todos los anarquistas de La Protesta. De todas formas, caracterizó a los anarquistas vinculados a las rebeliones campesinas de los años veinte y trascendió el anarquismo para abarcar, con diversos grados y matices, a los indigenistas radicales durante el oncenio de Leguía. Ya en 1915, la nueva síntesis ideológica se reflejaba en el folleto propagandístico La Anarquía, en el Perú, publicado por Juan Manuel Carreño, quien presenta el anarquismo moderno como «la continuación evolutiva del sublime comunismo incaico» 34, ni más ni menos.

Las concepciones expuestas en el artículo de E. de Arouet Prada constituyen un momento clave en el proceso de «andinización» del anarquismo limeño representado por La Protesta. La cuestión indígena deja de ser observada con ojos costeños, europeos, por representantes de una cultura moderna, racional, portadora de la ciencia, la verdad y la redención social, por medio de su teoría revolucionaria. Esta es relevante aún, pero no reside en ningún supuesto «progreso humano» inherente a la civilización occidental y moderna. Los indios llegarán a los ideales anarquistas, y con ellos a su misma liberación, al encontrarse con los anarquistas en sus propios mitos, en su memoria colectiva del pasado comunismo incaico, en las prácticas colectivistas y de ayuda mutua que aún sobrevivían, en sus creencias, más relacionadas con la naturaleza – y por lo tanto más cercanas a la ciencia- que el cristianismo de los descendientes de los conquistadores. Los anarquistas peruanos empiezan a mirar hacia la sierra y desde la sierra. Ya no esperan que las olas del progreso bañen las costas del Perú y ellos, los anarquistas costeños, empapados por ellas, difundan su mensaje en la sierra mediante la formación de maestros indígenas aculturados. Podemos señalar varios factores que influyeron en este proceso:

1. Como factor de fondo, la agudización de los conflictos sociales agrarios como resultado de la creación de haciendas capitalistas (principalmente en el centro y norte del país) y de la incorporación de otras al mercado mundial (lo que -muchas veces se confunde con el término de «modernización’. Esto, a la vez que agrava conflictos existentes y crea otros nuevos, les da mayor difusión pública a nivel nacional. O sea, acerca la sierra a la costa, integrando a mayores regiones del país.

2. La creciente participación de militantes anarquistas en los conflictos agrarios, durante los cuales van conociendo y compenetrándose en la realidad (económica, social, cultural y mental) indígena.

3. El origen peruano del radicalismo político de González Prada creó para sus seguidores un antecedente que les permitió criticar la realidad peruana desde sí misma y no sólo desde los paradigmas del anarquismo universal.

4. El proceso de andinización del anarquismo es parte del desarrollo del indigenismo en el Perú, que llegó a su auge durante los años veinte. Los anarquistas no se abstraen a los procesos socio-políticos e intelectuales del país.

5. Paradójicamente, el desencanto europeo con el positivismo, desde comienzos del siglo, contribuyó a la deseuropeización del anarquismo peruano. No disponemos de evidencias acerca de la influencia de un pensador como Sorel; la falta de referencias en La Protesta no significa que su obra, directa o indirectamente, no fuera conocida por alguno de los anarquistas35. Lo que sí puede suponerse es que las filosofías antipositi- vistas europeas llegaron a Lima durante esa década, influyendo en las modas intelectuales de esa provincia cultural.

6. La revolución mexicana, con sus mensajes de reforma agraria, reivindicación del campesino indígena, nacionalismo y nativismo, y la participación en ella de anarquistas, impactó también a los anarquistas peruanos, ofreciendo por primera vez un modelo de inspiración no europeo.

7. La Primera Guerra Mundial, aquella expresión de «barbarie con guantes blancos», aceleró el proceso de desencanto con la civilización europea moderna, fomentando en América Latina la búsqueda de una alternativa propia, que se nutra de valores y conceptos americanos, o al menos desarrollados en una interacción con la realidad americana. Hasta su reformulación por el estalinismo, la guerra barrió con el determinismo positivista en el campo revolucionario, rompiendo también la supuesta correlación entre progreso material y moral.

El anarquismo andinizado, y su expresión práctica en el Comité Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo36 durante las grandes rebeliones indígenas de la década del ’20, pueden considerarse como una de las fuentes inspiradoras de Mariátegui y Haya de la Torre en sus búsquedas de síntesis originales entre teorías revolucionarias, de origen europeo, y la realidad social y cultural del Perú e Indoamérica, pensadas desde ellas. La. síntesis creada por Mariátegui entre marxismo e indigenismo, y el espíritu indigenista de los «7 ensayos», pueden ser considerados como una prolongación, más elaborada, brillante y con mayor solidez teórica, del viraje conceptual iniciado por los anarquistas.

Entre 1912 y 1915 se fue gestando en La Protesta un nuevo discurso revolucionario. Por primera vez37, revolucionarios portadores de teorías universalistas de origen europeo recurrieron a la memoria colectiva indígena, a sus mitos, adaptándose a lo que percibían como la realidad andina en todas sus dimensiones (objetivas y subjetivas), modificando para eso sus conceptos v premisas, y creando una nueva utopía andina.

En el encuentro entre el anarquismo limeño y el mundo andino son dos los sujetos. Hemos analizado cómo el encuentro impactó a uno de ellos, provocando un significativo cambio en su actitud, en su percepción del otro, hasta tener que introducir cambios en su ideología. Los anarquistas de La Protesta han sido los protagonistas de esta pequeña historia.

Otro estudio, probablemente más interesante y dificil, podría hacerse analizando el encuentro desde la perspectiva de los indios; también podría intentarse una comparación crítica entre lo que los anarquistas consideraban que eran los mitos y la conciencia colectiva de los indios, y lo que éstos realmente pensaban. Pero, ésas serían ya otras historias.

NOTAS

  1. 37. Hay que aclarar que, si bien se trata de la primera vez que esto sucede en un movimiento revolucionario con ideología universal, ya el general Andres Cáceres, al organizar las guerrillas de resistencia a la ocupación chilena, se dirigió al imaginario indígena, junto con promesas de devolución de tierras, para obtener el apoyo de los campesinos indígenas, para quienes, según las anécdotas de la época, la guerra no significaba más que una lucha entre «el general Chile» y «el general Perú».

    Kapsoli Wilfredo, Ayllus del Sol – Anarquismo y utopía andina, Lima, ed. Tarea, 1984.

    2. Sumamente ilustrativo es el texto de una conferencia de Angelina Arratia pronunciada en 1920 y reproducida por Kapsoli en Ayllus del Sol…, pp. 194-196.

    3. Hay una larga lista de trabajos y libros sobre González Prada. Para este artículo, los datos biográficos han sido extraídos principalmente del prólogo de Bruno Podestá a su Pensamiento políticode González Prada, Lima, GREDES,1988, y del prólogo de Luis Alberto Sánchez (quien se ha ocupado extensamente de la vida de GonzálezPrada en su Don Manuel y en otras obras) a Horas de Lucha, Lima, PEISA, 1989.

    4. Basadre analizó psicológica y sociológicamente el fenómeno de González Prada en su famoso Perú: Problema y Posibilidad, Lima, 1931, pp. 166-170. Allí lo caracteriza como un descendiente de una aristocracia decadente, aburguesado, resentido hasta convertirse en un «apóstata», que vive en un continuo «suicidio» de clase, cuya máxima expresión fue su paso al anarquismo.

    5. La exitosa revolución del legendario caudillo Nicolás de Pierola, en 1895, culminó con la incorporación de su partido a la institucionalidad «civilista», lo que permitió una breve era de normalización considerada como el auge de la «República Aristocrática». Los medianos hacendados, comerciantes y «doctores» provincianos, que apoyaron a Pierola y constituyeron la oposición a la vieja oligarquía limeña, fueron, en su mayoría, absorbidos y pasaron a formar parte de la nueva aristocracia ampliada. Fueron ellos quienes se convirtieron en los agentes del poder del estado y de la incorporación al mercado internacional en las provincias andinas, y de ellos surgieron algunos de los gamonales que se lanzaron a afianzar su poder apoderándose de tierras de indígenas, convirtiéndose así en grandes terratenientes.

    6. «No forman el Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes: la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminados en la banda oriental de la cordillera»; discurso pronunciado en 1888 en el teatro Politeama de Lima, e incluido en Páginas Libres.

    7. «Nuestros indios», en Horas de Lucha, pp. 205-221. En una nota señala Luis Alberto Sánchez: «A partir de este artículo de Prada acerca del indio, cambia radicalmente el planteamiento de esta cuestión en la literatura sociológica peruana… El ensayo imprimió un violento viraje a los trabajos indigenistas y es el inspirador directo de los trabajos de Pedro Zulen, Víctor Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, José Uriel García y Luis E. Valcárcel». Sin desmedro de la importancia del ensayo y su planteo, hay algo de exageración en considerarlo inspirador directo de todos los autores mencionados, especialmente si notamos que el artículo de González Prada recién fue publicado por primera vez, póstumamente, en 1924. Zulen fallecería escasos meses más tarde; Valcárcel ya llevaba varios años de estudios del tema indígena.

    8. En el periódico Los Parias, No. 47, 1909, citado por Kapsoli en Ayllus del Sol…, p. 174.

    9. García Salvatecci, en El anarquismo frente al marxismo y el Perú (Lima, Mosca Azul Ed.,1972), hace hincapié en la relación entre el surgimiento del anarquismo en el Perú y la bancarrota del viejo Perú aristocrático puesta de manifiesto en la guerra con Chile. De ahí: «Hay desconfianza en lo peruano, alimentada por una visión pesimista de nuestra historia. Se postula una ruptura con el pasado». Francisco Mostajo ya señaló en su tesis de doctorado presentada y publicada en 1913, Algunas ideas sobre la cuestión obrera (Contrato de enganche) (Arequipa, Tip. Quiroz), la problemática especial de la cuestión obrera en el Perú, derivada de la cuestión indígena y la incomprensión de ésta por parte de los anarquistas. En ese contexto se refiere a «los agitadores de ideas libertarias, que en el medio nacional aparecen desarraigados, pp. 8-9.

    10. La Protesta, No. 11, diciembre 1911.

    11. García Salvatecci, El anarquismo frente…, pp. 114115.

    12. «Nuestros indios, en Horas de Lucha, pp. 216-7 y p. 220.

    13. El término fue acuñado por primera vez por Jorge Basadre, y luego retomado por Manuel Burga y Alberto Flores Galindo. Se refiere al período que se inicia con el gobierno de Nicolás de Pierola en 1895 y culmina en 1919 con Leguía. Es la época en la que «la oligarquía terrateniente, comercial y financiera ejerció directamente el poder político… Para pertenecer a la clase dominante al lado del poder económico se exigía la asunción de un cierto estilo de vida y formar parte de una determinada estructura de parentesco». Burga-Flores Gafndo, Apogeo y crisis de la RepúblicaAristocrática, Lima, Eds. Rikchay Perú, 1991, p. 7.

    14. La rebelión de Rumi Maqui y las relaciones entre Gutiérrez Cuevas y Billinghurst han sido analizadas por José Tamayo Herrera en su Historia social e indigenismo en el Altiplano, Lima, Eds. Treintaitrés, 1982, pp. 202-217.
    Sobre la rebelión misma existen diversas versiones y varias cuestiones no aclaradas. En cierto momento los rebeldes publicaron llamamientos a la restauración del Tahuantinsuyo. La rebelión fue rápida y fácilmente sofocada, aunque las reacciones de los distintos grupos sociales fue tal que hizo trascender el movimiento mucho más allá de sus magnitudes originales, creándose una verdadera leyenda. Acerca del legendario Rumi Maqui, escribe Flores Gafndo: «Si el personaje no existía, era necesario inventarlo», en Buscando un Inca: Identidad y utopia en los Andes, Lima, 3a. ed., Editorial Horizonte, 1988, p. 307.

    15. Los aspectos sindicalistas de La Protesta fueron cubiertos por Piedad Pareja en su Anarquismo y sindicalismo en el Perú, Lima, Eds.Rikchay Perú, 1978.
    Sobre el desarrollo del movimiento obrero, ver el trabajo de Dennis Sulmont, El movimiento obrero en el Perú, 1900-1956, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1975.

    16. La Protesta, No. 12, enero 1912.

    17. La Protesta, No. 13, febrero 1912.

    18. Felipe de Osma – comisionado, Informe sobre las huelgas del norte, Lima, 1912.

    19. La Protesta, No. 15, abril y mayo 1912.

    20. Idem., nota firmada POKEL.

    21. Sobre Reinaga, escribe Demetrio Ramos Rau en Mensaje de Trujillo – del anarquismo al aprismo, Lima, Instituto Nor-Peruano de desarrollo económico social, 1987, pp. 60-64.

    22. El término «utopía andina» es utilizado en distintos contextos y con acepciones variables. Quien más lo ha analizado desde un punto de vista histórico es Alberto Flores Galindo, en su libro Buscando un Inca…; allí lo define: «La utopía andina es los proyectos (en plural) que pretendían enfrentar esta realidad, intentos de navegar contra la corriente para doblegar tanto a la dependencia como a la fragmentación. Buscar una alternativa en el encuentro entre la memoria y lo imaginario: la vuelta de la sociedad incaica y el regreso del inca. Encontrar en la reedificación del pasado la solución a los problemas de identidad», p. 19.

    23. Kapsoli menciona a Herminio Cisneros como delegado por Huaraz de la Asociación Pro- Indígena, en El pensamiento de la Asociación Pro-Indígena, Cusco, Centro Bartolomé de Las Casas, 1980, p. 11.

    24. La Protesta, No. 23, junio 1913.

    25. Idem.

    26. La Protesta, Nos. 19 y 20, enero y abri1.1913, respectivamente.

    27. La Protesta, No. 30, mayo 1914.

    28. Escribe Tamayo Herrera: «Los prolegómenos de la sublevación parece que pueden remontarse a agosto y setiembre de 1915, pues ya en agosto Bernandino Arias Echeñique había acusado al líder indio José María Turpo de preparar una rebelión anarquista…», en Historia social e indigenismo en el Altiplano, p. 209.

    29. Blanchard señala que, durante 1913 y 1914, se nota un incremento en las actividades sindicales entre los trabajadores de las plantaciones en las regiones cercanas a Lima, en parte debido a la influencia de agitadores anarquistas; en The Origins of ¡he Peruvian Labor Movement – 1883-1919, p. 130.

    30. El Comercio, 19 octubre 1914, ed. de la tarde.

    31. La Protesta, No.. 36, 24 octubre 1914.

    32. Discurso del lo. de mayo de 1912, en La Protesta, No. 15.

    33. Los Parias, No. 23, 1906, citado por_Kapsoli en Ayllus del Sol…, p. 175.

    34. García Salvatecci interpreta esta afirmación como un mero arranque retórico, en El anarquismo frente…, p.117. Desde nuestro punto de vista, una afirmación tal vendría a ser la culminación del proceso de evolución ideológica que hemos presentado.

    35. Guillermo Rouillon, en la creación heroica de José Carlos Mariátegui – La edad de piedra, Lima, Ed. Arica,1975, pp. 208-211, sitúa el descubrimiento de Sorel por parte de Mariátegui por el año 1918, y menciona al intelectual socialista Víctor Maúrtua y a inmigrantes italianos de simpatías ánarco-sindicalistas como quienes lo introdujeron a las obras de Sorel.

    36. La participación anarquista en el comité y los vínculos, durante los años 20, con los movimientos milenaristas y restauracionistas han sido detallados por Kapsoli. El comité «Tahuantinsuyo» no pretendía oficialmente esos objetivos y en sus comienzos hasta fue apoyado formalmente por el régimen de Leguía, que intentó auspiciar un indigenismo oficialista como herramienta en su lucha por quebrar el poder de la oligarquía civilista. En 1923, cuando el carácter revolucionario del comité se hizo evidente y las rebeliones indígenas proliferaron, Leguía declaró su disolución y comenzó a perseguir a sus activistas. Hasta entonces, los anarquistas que actuaron en el marco del comité debieron disimular su ideología frente al régimen y asumir posiciones restauracionistas en la agitación; esto último habría sido imposible sin el previo viraje conceptual que hemos señalado.

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El movimiento obrero anarquista en el Perú (1890-1930)

Joël Delhom
Université de Bretagne-Sud
CRELLIC-LIRA

Ponencia presentada en el Congreso anual de la Society for Latin American Studies, University of Birmingham, 6-8 avril 2001, sesión Labour History and the History of Labour in Latin America

La llamada cuestión social surgió en el Perú en las dos últimas décadas del siglo XIX, como consecuencia del desarrollo industrial estimulado por las inversiones del capital extranjero. Las asociaciones gremiales y mutualistas de tipo pre-industrial, que se habían ido constituyendo desde finales de los años 1850, se consolidaron y extendieron a partir de 1880, mientras ya empezaban a circular ideas de carácter socialista entre los trabajadores del país. En mayo de 1886, se realiza una primera unificación al fundarse la Confederación de Artesanos “Unión Universal” (CAUU), que pronto reunió casi todos los gremios de Lima en base a principios filantrópicos y de solidaridad. Es posible que su creación fuera impulsada por un delegado de la Primera Internacional, pero la Confederación tenía un carácter esencialmente conciliador y estaba vinculada con las principales instituciones representativas. Ejemplares de esa orientación fueron el Congreso Provincial de Obreros de Lima organizado en 1896 y el Primer Congreso Nacional Obrero de 1901. Reunían a patronos, diputados, concejales y trabajadores a fin de conciliar los intereses del industrial y del obrero. Como consecuencia del último Congreso, fue fundada en octubre de 1904 la Asamblea de Sociedades Unidas, que funcionó como un foro permanente de conciliación además de su papel de promoción del mutualismo y del cooperativismo; también organizó la primera biblioteca popular (Pereda Torres, 1982:37-107; Barcelli, 1979:32-46,57-59).

El auge económico, sin embargo, produjo un nuevo tipo de trabajador urbano-industrial o rural-industrial, sociológicamente diferente del artesano o del campesino tradicionales y sometido a nuevas formas de relaciones laborales. Guiado por la experiencia de sus primeros conflictos y por una prensa liberal radical que propugnaba la constitución de Sociedades de Resistencia, ese proletariado adoptó paulatinamente nuevas formas de lucha y organización, alejadas del clásico mutualismo. Este entró en una etapa de decadencia a partir de 1910, mientras las primeras organizaciones anarquistas orientaban los conflictos laborales del proletariado, oponiéndose a la estrategia de la Confederación de Artesanos “Unión Universal” (CAUU). Hegemónico hasta 1920, el anarco-sindicalismo empezó entonces a ser cuestionado por los marxistas, quienes conquistaron la dirección del movimiento obrero a partir de 1926.

Nacimiento del sindicalismo anarquista

Es probable que la inmigración de algunos militantes obreros ayudara a la organización del proletariado peruano; se ha mencionado por ejemplo a dos españoles, a un argentino y a un chileno. Más tarde, en 1912, año en que se organizó una huelga general, llegaron también dos italianos así como un argentino, los tres delegados de la Federación Obrera Regional Argentina. Pero el impulso organizador no vino del extranjero. Desde finales del siglo XIX, existían vínculos entre algunos dirigentes obreros y la masonería o, de forma más amplia, los grupos de propaganda liberal, los cuales se comprometieron a elevar la condición intelectual, moral y económica de los trabajadores. Es un aspecto que merece investigaciones complementarias, aunque son ya bastante significativas las relaciones entre el dentista, miembro de la Gran Logia Masónica del Perú, Christian Dam y el panadero Manuel Caracciolo Lévano, uno de los más destacados militantes anarco-sindicalistas; entre el periodista director de La Idea Libre, Glicerio Tassara, y el grupo que editó La Protesta; entre el músico José B. Ugarte y el Centro de Estudios Sociales 1° de Mayo. Las Ligas de Libre Pensadores, constituidas por C. Dam, se dedicaban a la educación y la asistencia de los trabajadores; por otra parte, Dam y Ugarte habían sido miembros fundadores del partido radical Unión Nacional, creado por el escritor Manuel González Prada en 1891 y cuyo programa ostentaba un claro compromiso social. Destacada labor de concientización y educación de clase tuvieron entonces algunas publicaciones liberales de crítica sociopolítica: La Luz Eléctrica (1886-1897), Integridad (1889-1891), Germinal (1889; 1901-1906), El Libre Pensamiento (1896-1904), La Idea Libre (1900-1920), antes de que aparecieran órganos de definida orientación anarquista: Los Parias (1904-1910), La Simiente Roja (¿1905-1907?), El Hambriento (¿1905-1910?), Humanidad (1906-1907), El Oprimido (¿1907-1909?) y La Protesta (1911-1926).

El primer caso de acción reivindicativa que utiliza la huelga como medio de presión lo constituye el paro de los tipógrafos por mejoras salariales en diciembre de 1883. Pero fue probablemente la huelga de los panaderos de Lima, en enero de 1887, la que tuvo mayores repercusiones al conducir a la creación, en abril del mismo año, de la Sociedad Obrera de Panaderos «Estrella del Perú», una organización que desempeñó un papel precursor en la formación de la conciencia de clase del proletariado. En 1896 ocurrió el primer gran conflicto industrial: la huelga los tejedores de Vitarte (agosto), seguida por los movimientos de los cigarreros (septiembre), los tipógrafos (septiembre) y los pasteleros de la capital. Los obreros de esas industrias ya empezaban a ser influenciados por algunos líderes anarquistas. Los tabaqueros, por ejemplo, no dudaron en destruir la nueva maquinaria que causaba desocupación. Ese tipo de acciones luddistas eran excepcionales y normalmente los trabajadores solían recurrir a la mediación de políticos (diputados, ministros e incluso presidente de la República) lo que no impedía una severa represión. El nuevo siglo se abrió en Lima con la huelga de cocheros en enero de 1900 y, sobre todo, la exitosa huelga de panaderos en abril-mayo de 1901. Aunque también recurrieron a comisiones de arbitraje, los últimos organizaron de forma ejemplar la solidaridad del gremio y trataron de impedir el funcionamiento de las empresas de panificación. 1904, año de fuerte alza de los precios de las subsistencias, fue determinante para la maduración ideológica: la Sociedad Obrera de Panaderos, dirigida por Manuel C. Lévano, se desadhirió de la CAUU y pasó a llamarse Federación de Obreros Panaderos «Estrella del Perú», dando el primer paso hacia un sindicalismo moderno que representara los intereses del proletariado. La separación se debía al rechazo de las prácticas colaboracionistas de la Confederación de Artesanos. Los panaderos adoptaron como objetivo la jornada de ocho horas y celebraron en 1905, por primera vez en el país, la fiesta del Primero de Mayo. En marzo de 1904 también empezó a ser publicado en Lima el mensual Los Parias, que fue la primera publicación ácrata importante del país. Principalmente animada por M. González Prada, era favorable al sindicalismo y aspiraba al “comunismo proletario”. En mayo, la huelga de los jornaleros del Callao, primera en costarle la vida a un trabajador, constituyó además una importante experiencia de lucha y de solidaridad de clase, aunque fue resuelta gracias a la intervención del presidente Andrés A. Cáceres.

Aporte conceptual de González Prada

Todos los historiadores mencionan el papel determinante de Manuel González Prada en la formación ideológica de los trabajadores del Perú, pero hasta ahora no ha sido analizado detenidamente el tenor de su contribución. Desde fines de los años 1880, González Prada se había ganado una fama de inconforme opuesto a las oligarquías, al caudillismo y al clero. Cuando regresó de Europa, en 1898, su popularidad fue creciendo a causa del tono muy radical de sus críticas a los poderes establecidos. En su discurso de agosto de 1898 en el local de la Unión Nacional, el ensayista había designado al obrero y al campesino como la parte sana del país. La semana siguiente, su amigo C. Dam le invitó a dar otra conferencia en la Liga de Librepensadores que fue impedida por el gobierno. Ideológicamente, los dos hombres evolucionaron de forma parecida, pasando del liberalismo radical al anarquismo, del cual fueron unos de los primeros propagandistas en Lima. La Liga desempeñaba un papel de educación popular y concientización política mediante reuniones públicas en las que participaban intelectuales y trabajadores. G. Prada escribió algunos artículos para el semanario El Libre Pensamiento, el órgano de la Liga, pero a partir de 1902, el escritor estrechó sus relaciones con los círculos obreros y parece que estuvo en contacto epistolar con varios líderes provincianos.

De octubre de 1904 a julio de 1909, ejerció una influencia directa en el incipiente movimiento anarquista, escribiendo asiduamente, bajo seudónimos o de forma anónima, en el mensual Los Parias. Es muy significativo que, el 1° de mayo de 1905, la Federación de Obreros Panaderos le invitara a pronunciar una conferencia que fue de suma importancia en la historia social del país. Se trata del discurso “El intelectual y el obrero”, en el cual afirmaba el autor la necesidad de la unión solidaria de todos los trabajadores sin distinción de clase social en la perspectiva de la futura revolución. También definía el papel que le corresponde al intelectual en su relación con las masas:

Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se erija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas […].

Esa idea, que selló la solidaridad entre los jóvenes universitarios de la clase media y los proletarios, fue más tarde adoptada por Víctor Raúl Haya de la Torre en su Frente de trabajadores manuales e intelectuales. La propuesta de frente revolucionario multiclasista tomaba en cuenta la especificidad de un país como Perú, donde el proletariado urbano era escaso y el rural se encontraba totalmente marginado de la sociedad, mientras una creciente clase media aspiraba a consistentes transformaciones sociales. Esa primera celebración de la solidaridad internacional de los trabajadores constituyó un hito en la evolución del obrerismo peruano hacia el sindicalismo. Se fijó como meta común la obtención de la jornada de ocho horas “dando inicio así a un mayor y nuevo impulso tanto en el movimiento obrero capitalino como en ciertos sectores mineros y costeños agrícolas” (Yepes del Castillo).

El año siguiente, informado de lo que sucedía en Francia, G. Prada defendió en un artículo de Los Parias la campaña por la jornada de ocho horas, objetivo que ya había sido incluido en los estatutos de la Federación de Obreros Panaderos desde 1904. En esta ocasión, los panaderos habían convocado un paro general que fue parcialmente logrado. Es interesante subrayar la argumentación de G. Prada:

Según la iniciativa que parece emanada de los socialistas franceses, todas las manifestaciones que hagan hoy los obreros deben converger a crear una irresistible agitación para conseguir la jornada de ocho horas. Cierto, para la emancipación integral soñada por la anarquía, eso no vale mucho; pero en relación al estado económico de las naciones y al desarrollo mental de los obreros, significa muchísimo: es un gran salto hacia adelante en un terreno donde no se puede caminar ni a rastras. Si la revolución social ha de verificarse lentamente o palmo a palmo, la conquista de las ocho horas debe mirarse como un gran paso; si ha de realizarse violentamente y en bloque, la disminución del tiempo dedicado a las faenas materiales es una medida preparatoria: algunas de las horas que el proletariado dedica hoy al manejo de sus brazos podría consagrarlas a cultivar su inteligencia, haciéndose hombre consciente, conocedor de sus derechos y, por consiguiente revolucionario. Si el obrero cuenta con muchos enemigos, el mayor está en su ignorancia.

El autor asigna a la auto-educación un valor revolucionario, lo que convierte todas las medidas que pueden favorecerla en un objetivo válido de lucha, a condición de que no se pierda de vista la meta final. Desde esta perspectiva, más amplia que la puramente económica, romper la alienación individual es una condición sine qua non de la emancipación colectiva. Al revés de muchos anarco-sindicalistas predomina en G. Prada una concepción algo individualista que no hace del sindicato la prefiguración de la sociedad futura. Con todo, su pensamiento se mantiene cerca de la línea del anarquismo sindicalista preconizado por P. Kropotkine y F. Pelloutier, para los cuales las reformas parciales son ante todo la ocasión de fomentar la huelga general revolucionaria. De forma pragmática, el sindicato constituye una escuela de anarquismo, al proporcionar a los individuos una experiencia de lucha solidaria y anti-autoritaria. Por otra parte, la postura del escritor no puede ser sindicalista revolucionaria porque no acata la neutralidad ideológica del sindicato exigida por la Carta de Amiens de 1906. El artículo que escribió en ocasión del 1° de mayo de 1907, celebrado simultáneamente en El Callao y en Lima, muestra su recelo en cuanto a la lucha por reformas inmediatas, juzgadas bastantes ilusorias ya que no afectan los fundamentos de la explotación. Ese texto, escrito varios meses antes del congreso anarquista internacional de Amsterdam (agosto de 1907), anticipa las críticas dirigidas por Errico Malatesta al sindicalismo revolucionario defendido por Pierre Monatte. Como el anarquista italiano, G. Prada confía más en la solidaridad moral generada por un ideal común que en la solidaridad económica; no toma el sindicalismo sólo como un fin en sí mismo, sino como uno de los medios de acción para llegar a la revolución ácrata, la cual sobrepasa ampliamente los intereses de una sola clase y se propone la liberación integral de la humanidad oprimida económica, política y moralmente. El hecho de que G. Prada no haya contribuido a La Protesta podría ser interpretado como un desacuerdo con la orientación anarco-sindicalista del periódico.

En junio de 1906, publicó un artículo de aclaración ideológica en el cual explicaba las diferencias entre el socialismo, que califica de reformista y autoritario, y el anarquismo, a menudo confundidos por los actores del movimiento social peruano. Advertía entonces:

Entre socialistas y libertarios pueden ocurrir marchas convergentes o acciones en común para un objeto inmediato, como sucede hoy con la jornada de ocho horas; pero nunca una alianza perdurable ni una fusión de principios […].

Frente a interpretaciones conservadoras de “glorificación del trabajo”, insistía, pues, en el significado verdadero del Primero de mayo, como celebración universal del sacrificio de los Mártires de Chicago. En 1909, lo definía como un día privilegiado para demostrar la solidaridad proletaria en la lucha sangrienta por la revolución emancipadora. Rechazaba sin ninguna ambigüedad toda solución reformista y conciliadora, tal como la práctica muy frecuente del arbitraje político en los conflictos laborales:

[…] no incurriremos en la ingenuidad o simpleza de imaginarnos que la Humanidad ha de redimirse por un acuerdo amigable entre los ricos y los pobres, entre el patrón y el obrero, entre la soga del verdugo y el cuello del ahorcado. Toda iniquidad se funda en la fuerza, y todo derecho ha sido reivindicado con el palo, el hierro o el plomo. Lo demás es teoría, simple teoría.

En noviembre de 1906, mientras habían cesado el trabajo los jornaleros del Callao, el escritor abogó por la huelga general armada. Meses más tarde, en mayo de 1908, después de la masacre en Iquique de 600 huelguistas por el ejército chileno (diciembre de 1907), preconizó también el sabotaje. No sólo los considera los únicos medios eficaces de lucha contra los capitalistas, sino que también piensa como Kropotkine que toda lucha armada constituye una forma de preparación del pueblo para la revolución final. G. Prada actúa también como censor y aguijón cuando lamenta el conservadurismo y la falta de solidaridad de los sindicatos peruanos, aún subyugados por la acción política, que según él divide las masas y debilita su acción.

En dos artículos publicados en enero y febrero de 1906 en Los Parias, G. Prada denunció la estrategia retrógrada y corruptora de la CAUU, calificada de “tenaza del político para coger al obrero” y celebró “la evolución regeneradora” emprendida por los panaderos bajo la dirección de M. C. Lévano. Sin desconocer la existencia de un sector intermedio, consideraba que las sociedades se dividen esencialmente en dos clases enemigas “la de los poseedores y la de los desposeídos” o, dicho con otras palabras, “los explotadores” y “los explotados”. En esa última, a la que atribuye una misión histórica de regeneración, distinguía entre “siervos” y “proletarios”, o sea entre campesinos, en situación neofeudal, y obreros. A los artesanos limeños, trabajadores propietarios de sus medios de producción y a menudo patronos de otros obreros, los identificaba como aliados objetivos de los explotadores. Pero lo que deseaba G. Prada era que se produjera una toma de conciencia de esa clase intermedia para que se uniera a los demás trabajadores y regenerase el Perú:

Desde finales de los 1890, G. Prada denunciaba el carácter inicuo del capitalismo que explota al trabajador y lo mantiene en la miseria: “Merced a las sociedades anónimas, todo ha sido monopolizado y es disfrutado por un diminuto círculo de traficantes egoístas y absorbentes.”. Ha enfatizado la desigualdad fundamental que caracteriza la relación de producción moderna y la vuelve moralmente inaceptable, según él:

Donde hay cambio de dinero por fuerza muscular, donde uno paga el salario y el otro le recibe en remuneración de trabajo forzoso, ahí existe un amo y un siervo, un explotador y un explotado. Toda industria legal se reduce a un robo legalmente organizado.

Mostrando la continuidad histórica de la explotación (esclavitud, vassallaje, proletarización) afirmaba que el productivismo capitalista transforma al trabajador en proletario, o sea en máquina de carne y huesos, la forma más acabada de la alienación. Distinguía así entre dos concepciones de la actividad productiva humana: por una parte, el digno trabajo libre “para transformar el Globo en una morada cómoda y salubre, concediéndose las horas necesarias al solaz, a la instrucción y al sueño” y, por otra, la vil explotación que consiste en “bregar y esquilmarse para que otros reporten los beneficios […] no conociendo más placeres que el trago de aguardiente y la procreación”. Subrayaba la duplicidad del discurso ideológico dominante que tiende a enmascarar la realidad gracias a la alianza cómplice de intelectuales y capitalistas: “[…] en las sociedades modernas el letrado y el capitalista explotan al ignorante y al obrero, hipócritamente, predicando la evangélica máxima del amor al prójimo, hablando de libertad, igualdad y fraternidad.”. De ahí la importancia de su discurso “El intelectual y el obrero” que busca invertir la alianza de las clases medias instruidas con la oligarquía, en beneficio de los sectores populares.

En 1905 señalaba también la expoliación realizada por el imperialismo económico norteamericano al amparo del modelo agro-exportador promovido por la oligarquía nacional. Se anticipaba al discurso antiimperialista que prevaleció a partir de los años 1920. Por otra parte, opuso las políticas restrictivas de los países industrializados en materia de inmigración laboral a sus agresiones coloniales en nombre del liberalismo económico, subrayando el carácter mundial del proceso de proletarización.:

Para introducir sus telas, su opio, su alcohol y su Biblia, las grandes potencias abren a cañonazos Asia y África; pero quieren cerrar sus puertas no sólo al amarillo y al negro, sino también al blanco sin bolsa repleta de oro.

De allí su prédica internacionalista, consecuencia lógica de la solidaridad de clase:

Las muchedumbres no acaban de ver que el negocio no tiene patria; que, a pesar de Alsacia y Lorena, el francés rico es hermano del capitalista alemán, lo mismo que, a despecho de Tacna y Arica, el azucarero peruano es amigo y compatriota del hacendado chileno. Todos los grandes ladrones constituyen una masonería internacional, forman una casta esparcida en el globo, pero estrechamente unida y juramentada para luchar con su enemigo común: el proletario.

El intelectual revolucionario aspiraba claramente al modelo político más igualitario que podía concebir, el del comunismo libertario teorizado por Kropotkine, Malatesta y Elisée Reclus, cuyo lema era “a cada uno según sus necesidades”. También influenció al movimiento obrero el discurso anarquista de G. Prada en cuanto al Estado y a la Iglesia, analizados como cómplices activos de la explotación capitalista.

Apogeo y crisis del movimiento obrero anarquista

Los gremios inicialmente más influenciados por el anarquismo fueron sobre todo los panaderos y los tipógrafos, pero también los sastres, zapateros y picapedreros; más tarde fueron muy activos los trabajadores del sector textil, que lograron influir en los jornaleros de los valles agrícolas cercanos a la capital. En 1907, ya existía en Lima el Centro de Estudios Sociales “Humanidad”, muy concurrido por los tejedores de Vitarte. También debe citarse el Centro Socialista 1° de Mayo con su órgano El Oprimido, en el que participó a menudo el dentista C. Dam y que fusionó en 1908 con el grupo “Humanidad”, dando origen al Centro de Estudios Sociales 1° de Mayo. En Lima desplegó también su actividad el Centro Racionalista Francisco Ferrer que editaba el mensual Páginas Libres, nombre que retoma el título del primer libro de González Prada (Paris, 1894). El grupo Luchadores por la Verdad, que reunía a los más destacados militantes obreros y a algunos intelectuales, publicó a partir de febrero de 1911 el periódico La Protesta. Tuvo una activa participación en la formación ideológica y organización de los trabajadores: es de notar que constituyó un Comité de Preparación Sindical en julio de 1911. El anarquismo arraigó también en las provincias, particularmente en las localidades de Huacho, Sayán, Barranca, Trujillo, Chiclayo, Ica… Esa influencia entre los obreros del campo es también un aspecto que debería ser estudiado más profundamente, así como el discurso indigenista de la prensa proletaria. En Arequipa fue constituido en 1905 el Centro Social Obrero. Varios periódicos fueron editados en Chiclayo, donde fue fundada la Confederación de Obreros 1° de Mayo en 1907. En Trujillo apareció La Antorcha y se fundaron Centros de Estudios Sociales como “Luz” e “Hijos del Pueblo”. En Huacho fue creado el Centro de Estudios Femeninos “Luz y Libertad” (1918). Hubo también un Centro de Estudios en Pomalca con escuela y biblioteca.

A partir de 1911, la influencia anarquista en el movimiento obrero se volvió predominante. Afirma Pereda Torres: “La segunda década del presente siglo encontró a la dirigencia anarco-sindicalista en posesión de los principales gremios de la ciudad de Lima y del resto del país […]”. La primera huelga general de solidaridad tuvo lugar en abril de 1911 en apoyo a los tejedores de Vitarte; su resultado fue la supresión del trabajo de noche. El gobierno aprobó también en enero de 1911 una ley de accidentes de trabajo frente a la presión obrera. Como consecuencia del conflicto, se fundaron la Unificación Obrera Textil de Vitarte en mayo de 1911 y la Unificación Proletaria Textil de Santa Catalina en noviembre del mismo año, “verdaderas organizaciones sindicales” y “núcleos de formación y acción del anarco-sindicalismo de la ciudad de Lima”, según Pereda Torres. Afirma el historiador que “estas organizaciones se constituyeron en modelos para los gremios de albañiles, sastres y ferrocarrileros quienes optaron definitivamente por la senda libertaria”. Las huelgas por las ocho horas y aumentos salariales se sucedieron e intensificaron en 1912 y 1913, años de crisis económica, dando lugar a la constitución de nuevos sindicatos. En el campo, que se iba organizando en reivindicativas Sociedades de Auxilios Mutuos por la influencia anarquista, también hubo conflictos violentos: en abril, las fuerzas represivas mataron a decenas de jornaleros de los valles agro-industriales de Chicama y Santa Catalina (Dpto. de La Libertad). Finalmente, la Unión General de Jornaleros del Callao conquistó las ocho horas en enero de 1913 gracias a un nuevo paro general. Se creó entonces una nueva federación, la de Obreros Marítimos del Callao. Frente a la multiplicación de las huelgas y cediendo a la presión patronal, el gobierno del populista Guillermo Billinghurst promulgó en enero de 1913 un Reglamento de Huelgas destinado a luchar contra los métodos anarquistas de acción directa, aunque pretendía garantizar el derecho de huelga. No obstante, los conflictos se extendieron a los obreros del petróleo de Talara, Negritos, Lobitos y Lagunitas, en el norte del país. A iniciativa de la recién creada Sociedad de Galleteros y Anexos, se constituyó en marzo de 1913 una primera Federación Obrera Regional Peruana (FORP), que no logró perdurar. A finales del año, los trabajadores pudieron constituir una imprenta proletaria que funcionó hasta los años 1930 y editó numerosos periódicos. La propaganda sindical se intensificó a partir de 1914, a causa de la degradación de las condiciones de vida y trabajo. Como las clases populares no beneficiaban de la bonanza exportadora debida a la Guerra Mundial y tenían que sufrir el alza exhorbitante de los artículos alimenticios, se organizaron nuevos sindicatos de oficios (zapateros, albañiles, sastres, ferrocarrileros…). También la represión se hizo más violenta, muriendo numerosos trabajadores en provincias en 1916 y años siguientes. Según algunos historiadores, la FORP fue disuelta y sustituida en diciembre de 1918 por la primera Federación Obrera Local de Lima (FOLL).

1919 fue el año de la culminación del anarco-sindicalismo en el Perú. Un nuevo paro general paralizó Lima y El Callao del 13 al 15 de enero de 1919 hasta conquistar la jornada de ocho horas. La Federación de Trabajadores en Tejidos del Perú, constituida en enero, fue también fruto del movimiento, así como la Federación Gráfica y la de Choferes. La huelga había sido iniciada por los tejedores y fue rápidamente apoyada por los demás sindicatos, así como los estudiantes de San Marcos. Víctor Raúl Haya de la Torre, el principal líder de los universitarios, fue adquiriendo después una gran influencia entre los trabajadores textiles gracias a la creación en 1921 de las Universidades Populares González Prada. Un frente único de sindicatos, gremios y organizaciones populares, llamado Comité Pro-Abaratamiento de las Subsistencias, fue constituido por la Federación de Trabajadores en Tejidos en abril de 1919 para luchar contra la elevación del costo de la vida. Ese Comité dirigido por los anarquistas Carlos Barba (zapatero), Nicolás Gutarra (ebanista) y Adalberto Fonkén (tejedor), organizó un paro general en mayo-junio que fue severamente reprimido por las autoridades, muriendo varios manifestantes (ley marcial). El 4 de julio, Augusto B. Leguía aprovechó la situación para hacerse con el poder en medio del entusiasmo popular. Ese mismo día, el Comité Pro-Abaratamiento ocupó el local de la CAUU para transformarlo en la sede de la segunda Federación Obrera Regional Peruana, constituida el 8 de julio de 1919 en base a los principios de 1913. En agosto fue constituida la Federación Obrera Marítima y Terrestre del Callao. A partir de los años 1920, los huelguistas se dividían entre aplicación de la acción directa o del arbitraje previsto por la nueva Constitución para resolver los conflictos laborales. En el Primer Congeso Local Obrero de Lima y El Callao, organizado en abril de 1921 por la FORP, fue planteada la cuestión de la acción política de los trabajadores. Parece ser que los anarquistas lograron declararla incompatible con el sindicalismo pero que no pudieron obtener del Congreso que se pronunciara en favor del comunismo libertario como objetivo de los trabajadores organizados. Las ideas socialistas, divulgadas desde 1918, empezaban ya a cundir en el proletariado: los sindicatos del textil fueron los que abogaron por la “política obrera”. Para reforzar la organización anarquista, fue inmediatamente constituida la Federación de Grupos Libertarios, que se hizo cargo de La Protesta. En 1922, la exitosa huelga de la Federación de Motoristas y Conductores (septiembre) dio lugar a la creación, en noviembre, de una segunda Federación Obrera Local de Lima (FOLL) en la que “se agudizó la polémica entre anarquistas y socialistas”. En mayo de 1923 salió el primer número de Claridad, el órgano de la FOLL y de la Juventud Libre del Perú, fundado por Haya de la Torre y dirigido por José Carlos Mariátegui a partir de 1924, después de la deportación de Haya (octubre de 1923). En octubre de 1923, los sindicatos y los estudiantes unidos lograron impedir la consagración del Perú al corazón de Jesús.

A partir de 1924, con la reelección de Leguía, la represión se hizo más feroz y la influencia socialista arraigó en la FOLL. Los textiles, seguidos por los choferes, electricistas, gráficos y otros más, abandonaron el anarco-sindicalismo. Habían contribuido a propagar el marxismo-leninismo las Universidades Populares, en las que los anarquistas vieron pronto escuelas para ambiciosos y medios de infiltrar ideas reformistas en el proletariado. Síntoma de la gravedad de la fractura ideológica, fue que la FOLL no invitara a los grupos libertarios a la conmemoración del 1° de Mayo de 1925 (Pareja 1978:63). Los anarquistas, particularmente los albañiles y carpinteros, intentaron en vano crear una nueva organización obrera libertaria. Finalmente, a principios de 1926 ya dejó de publicarse La Protesta y en septiembre salió el primer número de la famosa revista Amauta. A mediados de 1926 empezaron los preparativos para el Segundo Congreso Local Obrero de Lima a iniciativa de los Trabajadores en Tejidos. Tuvo lugar bajo la dirección de Arturo Sabroso a partir de enero de 1927, pero sin la participación de los anarquistas. El Congreso se pronunció en favor del sindicalismo revolucionario sin orientación ideológica definida. En junio de 1927, la represión gubernamental desestructuró las organizaciones obreras encarcelando o desterrando a sus principales líderes. En octubre de 1928 fue finalmente constituido el Partido Socialista del Perú y, en mayo de 1929, la Confederación General de Trabajadores del Perú, cuyo primer Secretario General fue Julio Portocarrero, obrero textil de Vitarte, ex-anarco-sindicalista y miembro fundador del Partido Socialista.

Algunos comentarios historiográficos

Los historiadores han intentado explicar la pérdida de influencia del anarco-sindicalismo a partir de 1920. Según Denis Sulmont, que estudia poco el periodo anterior en sus libros, la ideología anarquista prosperó “cuando los trabajadores no disponían para sus reivindicaciones de otra alternativa”, permitiendo la organización y la toma de conciencia de clase. Pero representó luego:

[…] más bien un freno al desarrollo de la clase trabajadora hacia niveles superiores de organización y conciencia. La estrategia de acción directa de los anarquistas demostró sus límites al chocar contra el aparato represivo del Estado y las maniobras políticas de la burguesía, sin ofrecer alternativas para el proletariado.

Esa explicación de 1977 es poco convincente. Sulmont incurre en el mismo prejuicio ideológico un par de años más tarde cuando escribe:
Si bien la conquista de la jornada de ocho horas representó una victoria para el anarco-sindicalismo, significó también su entrampamiento posterior. En efecto, la propaganda anarquista había señalado que la huelga general era el preludio de la revolución social y de la liberación de los trabajadores. Sin embargo, una vez obtenida una importante conquista inmediata, continuaba el poder de la burguesía y la explotación capitalista. La insuficiencia del planteamiento anarquista y del “sindicalismo revolucionario” (que pretende hacer la revolución directamente mediante los sindicatos) se manifestará más nítidamente luego del fracaso de la lucha por el abaratamiento de las subsistencias.

La misma argumentación había sido avanzada en 1972 por Ernesto Yepes del Castillo, quien añade el retroceso del anarquismo al nivel internacional:

Bajo el impulso de las nuevas orientaciones ideológicas la clase obrera se fue desprendiendo de sus resabios anarquistas. Y es que la misma crisis que en los años de post-guerra ofreciera el anarco-sindicalismo a nivel mundial, no tardó en presentarse en el anarquismo local que, de otro lado, conseguida la jornada de 8 horas, halló vacío su arsenal reivindicativo.

También Hugo García Salvatecci, buen conocedor del anarquismo, se limitaba el mismo año a afirmaciones perentorias:

Dando una visión de conjunto, podemos decir que el Anarquismo peruano tomó las ideas centrales del Anarquismo europeo. También heredó sus defectos: abuso de retórica y falta de cohesión. Sucumbió, sobre todo, por sus querellas internas. No logró amalgamarse. Combatió el caudillismo y el dogmatismo, pero terminó cayendo en ellos. Además, a diferencia de otros países, en el Perú nunca tuvo mucho arraigo popular.

Sin embargo, reconoce que “La tiranía de Leguía impidió luego el radio de su acción”. Otro comentario de Sulmont, en 1980, coincide con ese último y aporta elementos económicos interesantes:

A partir de 1926, se multiplicaron los despidos y cierres de fábricas y la burguesía se mostró más intransigente frente a los reclamos. En 1927, los conflictos adquirieron proporciones alarmantes. Al mismo tiempo, muchas luchas sindicales fracasaron y los obreros perdieron varias de sus conquistas anteriores. La represión contra los dirigentes del movimiento obrero acabó con el apoliticismo anarco-sindical.

La represión es una explicación también propuesta por Yepes del Castillo:

Más tarde, con el arribo de Leguía al poder, los aún recientes y no muy profundos logros organizativos serían definitivamente liquidados. Utilizando una astuta demagogia, el Presidente de la ‘Patria Nueva’ se recubrió inicialmente de un ropaje popular a fin de afianzar -ampliando- las bases de un sustento político que le permitiera enfrentarse con éxito a la hegemonía civilista. Pero más tarde, pasada la crisis política y consolidado en el poder, sistemática e implacablemente logró quebrar los soportes del movimiento laboral destruyendo sus cuadros dirigentes.

[…] Así, respecto a los líderes anarquistas, varios de los más destacados fueron deportados a Europa. En otros casos, Leguía logró cooptar a algunas de las figuras de este movimiento […]. El resto, con distinta suerte terminó en general orientándose hacia alguna de las dos grandes corrientes que empezaron a diferenciar la escena política peruana: el nacionalismo de corte populista [aprismo] y el socialismo.

Sulmont señala también la “confusión y división” que produjo el discurso populista de Augusto Leguía a partir de julio de 1919 en los sectores populares, aunque apunta que “los obreros que apoyaron a Leguía fueron rápidamente desilusionados” ya que en 1920 “se desencadenó una brutal represión contra las organizaciones sindicales”, quedando la recién nacida FORP “casi paralizada”.

Por su parte, Piedad Pareja ha mostrado en 1978 que no se puede explicar la pérdida de hegemonía del anarco-sindicalismo por la categoría socioprofesional de los trabajadores (transformación de los medios de producción y consiguiente proletarización) ya que ésta no ha influido en la elección de las ideologías:

“[…] si observamos la distribución de las organizaciones por oficio y por industria, según su tendencia política, […] podemos constatar que indistintamente, artesanos y obreros manufactureros se inclinan mayoritariamente primero por una y luego por otra alternativa política.”

Algunos marxistas adoptan efectivamente una explicación muy subjetiva según la cual “el anarquismo está más en concordancia con la mentalidad de los artesanos y obreros de la pequeña industria que con la mentalidad de los obreros de la gran industria capitalista” o, dicho más claramente, el anarco-sindicalismo es una “doctrina pequeño-burguesa”. Pareja señala también que, hasta los años 1920, las élites sindicales fueron muy representativas de su base social. Parece entonces que el cambio ideológico fue el resultado de la creciente influencia entre los obreros de Haya de la Torre y de Mariátegui, especialmente por medio de las Universidades Populares. En su prólogo al estudio de Pareja, César Lévano también ha manifestado que Mariátegui logró “decantar a algunos de los mejores cuadros hacia el marxismo”.

Bien se ve que no se ha explicado aún cómo, sólo en cuatro o cinco años, la mayoría del movimiento obrero cambió de orientación ideológica. Sólo sabemos que influyeron la represión gubernamental y la propaganda marxista a la que fueron sometidos los líderes sindicales. Por consiguiente, es probable que los trabajadores organizados no integrasen los fundamentos ideológicos del anarco-sindicalismo y siguiesen dócilmente una reducida élite. Sería interesante, entonces, estudiar el funcionamiento orgánico de los sindicatos y analizar las relaciones entre la Federación de Grupos Libertarios, constituida en 1921, y los dirigentes obreros de los sindicatos. Es necesario, pues, afinar las investigaciones y orientarlas hacia las modalidades de articulación de una serie de elementos explicativos, entre los cuales cabe citar: la competencia ideológica de la corriente marxista y sus medios de influencia; la importancia de la desorganización de los anarquistas causada por la represión gubernamental; el grado de conciencia ideológica de los delegados obreros de segundo plano, es decir de los que se encuentran en situación de sustituir a los líderes encarcelados o deportados, y también el de las masas; la importancia de la transformación de las condiciones económicas y políticas en los años 1920 (leguiísmo) que pueden haber acarreado un cambio de estrategia de los sectores medios y también parte de los populares, o sea una búsqueda de nuevas alianzas políticas. Eso implica que se realicen estudios comparativos de los archivos de los principales sindicatos para entender los cambios ideológicos dentro del movimiento obrero. Ha seguido esa perspectiva general un estudio reciente de Paulo Drinot a propósito de la Federación de Panaderos a inicios de los años 1930, en el que el autor ha comprobado que:

[…] las crisis económicas y políticas de los inicios de la década del treinta, al reducir la capacidad de la Federación a actuar como una entidad mutualista y sindical, llevaron a los obreros panaderos a abandonar el apoliticismo tradicional para establecer alianzas con grupos políticos, alianzas que podrían calificarse de micro-populistas.”

También sería útil analizar el contenido de la “cultura obrera” transmitida por los órganos de prensa proletaria, realizar estudios comparativos con los casos argentino y español, etc. Casi todo el trabajo de análisis queda por hacer, ya que hasta ahora fue sólo esbozado y, desgraciadamente, distorsionado por apriorismos ideológicos. Sólo se ha hecho una historia cronológica del movimiento obrero y es probablemente parcial.

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SULMONT SAMAIN, Denis (1980) El movimiento obrero peruano: 1890-1980, reseña histórica, 2ª ed. corr. y aum., Lima, Tarea, 238 p.
YEPES DEL CASTILLO, Ernesto (1972) Perú, 1820-1920: un siglo de desarrollo capitalista, Lima, Instituto de Estudios Peruanos-Campodonico Ediciones, 367 p.
J. Delhom – Movimiento anarquista Perú –

J. Delhom – Movimiento anarquista Perú –

Antes de que termine el siglo, se establecen nuevas fábricas de tejidos de algodón y lana (Lima, Arequipa, Cuzco), de harina, fideos, chocolate, azúcar, bebidas, hielo, fósforos, velas, jabón, sombreros, cigarros, curtiembres, etc. En 1893 se termina de construir el Ferrocarril Central y en 1896 fusionan varias compañías eléctricas para constituir las Empresas Eléctricas Asociadas que permiten el desarrollo del transporte urbano y de la producción industrial (Pereda Torres, 1982:75-82 y Yepes del Castillo, 1972:207-219).
Piedad Pareja (1978:53) señala que algunos militantes extranjeros fueron expulsados en octubre de 1914 y julio-agosto de 1916 (Daniel Antuniano, Antonio Panades, José Pica y José Chamorro).
En 1896, cuatro dirigentes obreros de la empresa textil de Vitarte fueron encarcelados por seis años por un incendio que no cometieron (Pereda Torres, 1982:88).
Este poeta, ensayista y brillante polemista nació en una familia aristocrática de Lima en 1844. Después de un primer periodo de vinculación con el sector progresista del Partido Civil (1870-1885), rompió con la oligarquía dirigente a la cual culpó por la derrota de la Guerra del Pacífico (1879-1883) y fundó un partido político renovador, la Unión Nacional (1891), de tipo liberal federalista, cuyo proyecto democrático se apoyaba en las clases medias urbanas y aspiraba a mejorar las condiciones sociales de los sectores populares, obreros y campesinos. Por razones algo oscuras, González Prada se marchó a Francia a los pocos días de la creación de su partido. En París, donde permaneció seis años, y luego en Barcelona y Madrid, enriqueció su formación intelectual y su ideología se radicalizó. De nuevo en el Perú, se fue apartando de la Unión Nacional, cuyo electoralismo le disgustaba, hasta su separación oficial en 1902. A partir de 1912 desempeñó el cargo de director de la Biblioteca Nacional, al que renunció en 1914 para manifestar su oposición al golpe de Estado del coronel Óscar Benavides. Fue reintegrado en sus funciones por un nuevo gobierno constitucional en 1916. Falleció en Lima el 22 de julio de 1918.
Escriben, por ejemplo, Denis Sulmont que González Prada fue el “propulsor del pensamiento revolucionario a principios del siglo en el país, y uno de los primeros intelectuales en trabar relaciones con los obreros” (1980:19) y Hugo García Salvatecci que “La importancia del Anarquismo en el Perú se manifiesta en la enorme influencia que ejerció González Prada, durante tantos años, en nuestra juventud, y por su enorme repercusión en el origen del movimiento sindical” (1972:117). Véase también Pereda Torres (1982:113 sq.), Barba Caballero (1981:72), Pareja (1978:87).
Lo hace parcialmente Pereda Torres (1982:130-140).
Dichos artículos antirreligiosos fueron reunidos en la primera parte del libro Propaganda y Ataque (G. Prada 1939).
Sobre la influencia de G. Prada en Haya de la Torre y Mariátegui, véase nuestro artículo “Manuel González Prada : un enjeu symbolique dans le Pérou des années vingt” (Delhom 1996).
El 1° de mayo de 1906 era el término de la campaña de agitación por las ocho horas decidida en el XIV Congreso Nacional Corporativo (VIII de la Confederación General del Trabajo) y Conferencia de las Bolsas del Trabajo de 1904 en Bourges.
Sobre las relaciones entre anarquismo y sindicalismo, véase Maitron (1992:265-330).
Según E. Yepes del Castillo, “Los primeros brotes de anarco-sindicalismo quizá habían empezado a explicitarse hacia 1911, con la formación del grupo ‘La Protesta’ y le llamado ‘Comité de Propaganda Sindical’” (1972:271).
Véase igualmente el artículo “Primero de Mayo” de 1907 (G. Prada 1940:101-104).
Posteriormente fueron refundidos para constituir uno sólo.
Escribe a finales de los ochenta: “Aquí no conocemos la burguesía europea; hay, sí, una especie de clase media, inteligente, de buen sentido, trabajadora, católica pero indiferente a luchas religiosas, amante de su país, pero hastiada con la política de que sólo recibe perjuicios, desengaños y deshonra.” (G. Prada 1976:29).
Sulmont (1977:29) escribe que “la coordinación política entre el movimiento obrero y los movimientos campesinos fue iniciada por los grupos anarquistas”. Pereda Torres estudia un poco ese proceso en Huacho (1982:207-214).
Escribe J. Portocarrero: “Nombramos presidente a Emilio Ugarte; a Juan Híjar, vicepresidente; a Enrique Chuti, tesorero; a Antonio Guillinta, protesorero, y otros compañeros más completaron la directiva.” (1987:33-34).
Según J. Portocarrero, el intento de organizar la FORP no pudo concretarse (1987:67).
Pereda Torres (1982:199) menciona los siguientes: La Protesta, El Obrero panadero, El Libertario, Plumadas de Rebeldía, El Obrero Textil, La Rueda, El Tranviario, La Voz del Chofer, El Obrero Gráfico, El Pututo, La Reforma.
El índice general de precios con base 100 en 1913 alcanza 104 el año siguiente, 112 en 1915, 123 en 1916; se dispara en los años siguientes hasta 142 en 1917, 164 en 1918, 188 en 1919 y 210 en 1920. Disminuyó en 1921 (199) y 1922 (190) (Yepes del Castillo, 1972:268).
La FOLL “contó entre sus más importantes bases, con la Federación de Panaderos Estrella del Perú, la Federación Gráfica, la Confederación Ferrocarrilera, la Federación de Zapateros, la Unión de Obreros y Jornaleros del Callao, la Unión Obrera de Construcción Civil, la Federación de Sastres y distintas Federaciones mineras y obreras del Norte, Centro y Sur, etc.” (Barba Caballero, 1981:101-102). Hay que añadir las organizaciones del sector textil.
En los años siguientes, se volvieron ambos socialistas.
Desde 1918 existía un Comité de Propaganda Socialista integrado por Félix del Valle, César Falcón, J. C. Mariátegui, Luis Ulloa, Carlos del Barzo, Pedro Bustamante y otros más. “En diciembre de ese mismo año, Del Valle, Falcón y Marátegui se retiraron del Comité ante la decisión, considerada por ellos prematura, de Del Barzo y Ulloa de transformar el grupo de propaganda en Partido Socialista.” (Portocarrero, 1987:70-71).
Ignoramos lo que sucedió con la primera, sólo mencionada por Barba Caballero.
Claridad fue sustituido por Solidaridad en septiembre de 1925.
Sobre la represión, véase Portocarrero (1987:122-123; 133-135).



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