Obreros e historiadores: Problemas y posibilidades en la investigación histórica del mundo obrero en el Perú [1]

La historia obrera o del mundo obrero en el Perú ha dejado de ser un tema predilecto para los historiadores. Con pocas excepciones, las investigaciones históricas han dejado de lado a la temática obrera. El porqué de este hecho es un tema central en esta breve presentación y esta íntimamente ligado al tema principal que quiero tratar: la importancia de la recuperación o rescate de la documentación obrera, y en particular la de organizaciones sindicales.

La perspectiva aquí presentada sobre lo que he llamado el mundo obrero se limita al período histórico comprendido entre 1900 y 1930, es decir el que corresponde a mi investigación, y el que conozco. Para las décadas subsiguientes es posible que mis comentarios dejen de tener validez.

En el Perú, a mi parecer, se sabe relativamente poco sobre el mundo obrero de comienzos de siglo. En comparación con la historia obrera de Argentina o México, y en particular con la de Europa y Estados Unidos, en el Perú casi no se ha estudiado al mundo obrero. Evidentemente, esto se debe a que hay mucho menos que estudiar que en esos países. Pero las diferencias no son únicamente cuantitativas. Son pocos los estudios que intentan presentar una visión de conjunto de la realidad obrera. Poco se sabe sobre, por ejemplo, como vivían los obreros y las obreras, qué comían, cómo se divertían. Al leer la historiografía actual, uno se queda con la impresión de que los obreros sólo se divertían una vez al año, el día de la Fiesta de la Planta. El resto del tiempo, o por lo menos así pareciera, se dedicaban a luchar contra el capital, yendo de huelga en huelga, de lucha en lucha, incansables. En general, la imagen que se presenta del obrero peruano es bastante maniquea: o es un genial luchador, vencedor de las huestes del capitalismo, o un pobre derrotado, aplastado por el sistema que lo oprime. En ambos casos se presenta una visión simplista, homogénea e inamovible de la realidad obrera, prácticamente congelada en el tiempo. Son pocos los investigadores que han sabido estudiar al mundo obrero en su verdadera diversidad y complejidad.

Es innegable que la historia obrera en el Perú se ha escrito principalmente desde una perspectiva progresista o izquierdista. Pocos son los historiadores de derecha que se han preocupado por esta temática. En el Perú, como en otros países, ha existido una virtual simbiosis entre la investigación histórica sobre el llamado movimiento obrero y la política. En particular, en la década de los setenta, varios investigadores se volcaron hacia la problemática obrera. Si bien algunos lo hicieron con fines heurísticos, la mayoría lo hacía con fines eminentemente políticos. Los debates entre diferentes grupos de izquierda sobre el papel de la clase trabajadora, y en particular de los obreros, en una revolución aparentemente inminente se reflejó en las investigaciones históricas.

El resultado fue una serie de estudios de diversa calidad, pero casi todos escritos desde una perspectiva similar. Se privilegió una historia desde la organización sindical. La historia obrera se convirtió en una historia de siglas: la FOL, la FORP, las UPGP, la CGTP, la CTP… y de categorizaciones apresuradas: panaderos anarquistas, textiles y choferes apristas, petroleros socialistas. Al mismo tiempo, se aplicaron las tesis darwinistas sobre la evolución de las especies. Dependiendo de la perspectiva ideológica de cada investigador, el obrero y sus organizaciones habrían evolucionado desde el mutualismo, atravesando el anarquismo, al anarco-sindicalismo, y otros ismos para llegar al inevitable e irrenunciable fin: el clasismo, el socialismo, el aprismo, o el comunismo. Evidentemente, estos investigadores se veían forzados a reconocer que algunos obreros, cual ovejas separadas de sus rebaños, no habían seguido esta vía. Al no poder cambiar la teoría para que corresponda a la realidad, por razones eminentemente políticas, fue necesario cambiar la realidad para que corresponda a la teoría. Así apareció la ‘falsa conciencia’, y otros categorías o instrumentos cuya validez científica deja mucho que desear. En resumen, si bien algunos investigadores de este período hicieron un trabajo propiamente histórico, de recopilación de fuentes, de análisis y de síntesis, otros se limitaron a usar lo poco que se conocía sobre el mundo obrero para llevar a cabo debates ideológicos que al final poco tenían que ver con los obreros de los que se hablaba.

Quisiera que quede claro que no es la finalidad de este trabajo criticar a estos investigadores. Es evidente que esa historiografía o cuerpo de investigación, en sus alcances y limitaciones, debe de ser ante todo comprendida, y si se desea, juzgada, desde la perspectiva en que ella misma se ubicaba, es decir ese contexto altamente politizado de los años setenta y comienzos de los años ochenta. No está de más especular que lo que voy a exponer ahora pueda parecer, de aquí a unos veinte anos y en un contexto hipotético nuevamente politizado, como algo frívolo e irrelevante.

Sin embargo, es innegable que hoy día, en la era post-Muro de Berlín, la revolución, y el papel de la clase trabajadora en ella, es un tema bastante demodé. Y es en parte por esta razón que el tema del mundo obrero ha perdido su atractivo para muchos historiadores. Sin embargo, subsiste un pequeño grupo dedicado a la temática obrera. En la mayoría de los casos, estos historiadores han importado o adaptado las técnicas de investigación desarrolladas tanto dentro de otras especializaciones históricas como dentro de las otras ciencias sociales, en particular la antropología.

Desgraciadamente, mucho de la llamada Nueva Historia Obrera o New Labour History, desarrollada a partir de la obra seminal de E. P. Thompson en las universidades de Gran Bretaña y Estados Unidos, ha tenido escasa acogida en el Perú, donde ha dominado la tradición historiográfica francesa. Entre muchos otros aportes, la obra de Thompson sirvió para desmentir la centralidad del modo de producción en la determinación de las clases, tal como sostenían Althusser y Balibar, entre otros. Thompson supo moderar el determinismo económico por un análisis que recogía y resaltaba las tradiciones pre-industriales y pre-capitalistas en la constitución de las clases, y en particular en la de la clase obrera. Las teorías postmodernistas han añadido una nueva vertiente a las calificaciones de Thompson. En particular se pretende negar del todo el origen económico de las clases y remplazarlo por una categorización de orden cultural. En este sentido, las clases serían, ante todo, construcciones culturales. Pero la revisión teórica va incluso más allá. Anteriormente, se solía discutir sobre la definición y descripción de las clases sociales, y en particular de la clase obrera. Pero nadie negaba la centralidad de las clases sociales como unidades de análisis. Actualmente, la categoría ‘clase social’ ha perdido esta centralidad[2].  Mientras algunos descartan su utilidad por completo, otros la complementan con análisis que introducen elementos como el género o lo étnico, entre otros. El resultado aún está por conocerse del todo.

Desde mi perspectiva, la validez de una teoría reside esencialmente en si es adecuada o no para una investigación particular. No creo que en el ámbito de las ciencias sociales existan teorías correctas o erróneas, sino simplemente más o menos adecuadas, o, para decirlo de otra manera, más o menos útiles. En lo que se refiere a la historiografía del mundo obrero en el Perú, delinearía cuatro avenidas obvias de posible investigación: lo económico, lo social, lo cultural, y lo político. Es evidente que estas cuatro avenidas no son paralelas, ni deben serlo en las investigaciones históricas. Al contrario, es a partir de los puntos de encuentro que se puede construir una historia ‘global’ del mundo obrero. Quisiera enumerar una serie de temas de investigación. Por supuesto esta lista no es exhaustiva.

En lo económico:

En un primer tiempo se trataría de investigar lo que correspondería a los indicadores económicos usuales, entre éstos, sueldos, salarios, ingresos, consumo, gastos en vivienda, etc. También podrían incluirse indicadores de carácter social, como natalidad, mortalidad, mortalidad infantil, esperanza de vida… Al mismo tiempo, sería necesario investigar lo económico en su manifestación cualitativa, es decir en lo que se refiere a condiciones y calidad de vida y de trabajo. Se podrían tocar temas como saneamiento, higiene, composición de la canasta alimenticia; pero también alfabetización, grado de instrucción, entre otros. Evidentemente todos estos aspectos tendrían que investigarse a lo largo de períodos para percibir los cambios.

En lo social:

Se trataría de investigar las relaciones y comportamientos sociales de los obreros y obreras tanto a nivel familiar como extra-familiar. En lo familiar, cabrían temas como las modalidades de matrimonio, incluyendo edad de matrimonio, frecuencia de separación, número de hijos, relaciones de pareja, condición de la mujer obrera, machismo, infidelidad… En lo extra-familiar, habría que distinguir dos terrenos de interacción social, el trabajo y lo que podríamos llamar la calle. Incluiría temas como la división sexual del trabajo, la solidaridad, el compañerismo, el deporte obrero, pero también temas como criminalidad obrera, drogadicción y prostitución.

En lo cultural:

Habrían dos campos de investigación. Por un lado las manifestaciones culturales: literatura, teatro, música, deporte (de nuevo). Por otro lado, se trataría de investigar lo que vendría a ser la cultura obrera, es decir una visión del mundo propia del mundo obrero, o en otras palabras el proceso por el cual los obreros hacen inteligible el mundo que los rodea. Incluiría un necesario debate sobre si el mundo obrero debe de ser definido en términos de clase o no, es decir en oposición a la clase burguesa. Aquí cabrían muchos de los temas desarrollados por la Nueva Historia Obrera y por el postmodernismo. Pero sería necesario ver hasta qué punto convienen para interpretar la realidad peruana. Es el caso de un tema tan central a la Nueva Historia Obrera, o en todo caso a su primera ola, como la proletarización, el proceso por el cual los artesanos y jornaleros agrícolas pasaron a transformarse en obreros de fábricas en Europa y Estados Unidos[3].  En el caso peruano, por lo menos hasta la década del treinta, habría que calificar este paradigma: por un lado, los mineros de la sierra central mantenían vínculos estrechos, tanto materiales como culturales, o incluso espirituales, con la tierra; por otro lado, y de manera general, eran pocos los obreros que trabajaban en fábricas.

En lo político:

A mi parecer, habría por lo menos dos horizontes de estudio. El primero concierne la experiencia de lo político a nivel individual o personal. No se trata únicamente de ver cómo votaban los obreros. Lo que nos interesa también es estudiar cuál era la percepción de la política. ¿Con que ojos veían, interpretaban y comprendían los eventos políticos locales, nacionales o incluso internacionales? Es evidente que a este nivel la unidad de análisis puede y debe expandirse desde el obrero o la obrera a la familia obrera.

El segundo horizonte concierne la política al nivel colectivo. Es decir la actuación y participación política de organizaciones obreras. Es a este nivel que la documentación de las instituciones obreras es particularmente útil para el investigador. En un trabajo que realicé el año 1995, intenté estudiar cómo el mundo obrero vivió y enfrentó la crisis de los años treinta[4].  Para este fin, acudí a las actas de la Federación de Panaderos Estrella del Perú, que se encuentran, en formato de fotocopias, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Utilicé a la Federación de Panaderos como un lente a través del cual intenté percibir cómo la crisis económica y política de los inicios de la década del treinta afectó a las organizaciones colectivas obreras. Privilegié un momento particular, la huelga general del año 1931. Originalmente una huelga de transportistas, se transformó en huelga general a raíz de la adhesión de varios grupos gremiales, incluida la Federación de Panaderos. Los panaderos se declararon en huelga por solidaridad con los choferes, pero sobre todo porque sintieron que podrían enmarcar sus propios reclamos ante los industriales de panadería en la huelga general. Desde algún tiempo, los industriales habían dejado de respetar las cláusulas del pacto firmado con la Federación en 1920. Desde la perspectiva de la Federación, los industriales aprovechaban la situación de crisis para contratar a obreros panaderos no federados, en clara contravención de los acuerdos, para rebajar sueldos y para romper la ley de ocho horas de trabajo. Tras acudir, sin resultado, a la Sección de Trabajo del Ministerio de Fomento y al Prefecto de Lima para encontrar una solución, la Federación decidió declararse en huelga. Pero aún así, esa decisión fue tomada tras múltiples debates entre los miembros de la Federación. La huelga fue prácticamente impuesta por el secretario general. La mayoría de panaderos o simplemente no querían participar en la huelga, o temían las posibles consecuencias.

La Federación de Panaderos tenía dos funciones básicas: la de una organización mutualista, algo así como un fondo de pensiones, que se financiaba con contribuciones diarias de 10 centavos, y la de una organización sindical, que luchaba por mejorar las condiciones de trabajo de sus miembros. Con la crisis económica, los federados dejaron de pagar sus contribuciones, lo que hizo que la Federación perdiera progresivamente su capacidad para actuar como una organización mutualista. Las viudas de los federados dejaron de recibir las pensiones, y los enfermos dejaron de ser atendidos. Pero los problemas de la Federación iban mas allá de lo simplemente presupuestal.

La crisis permitió a los industriales, propietarios de panaderías, actuar de manera arbitraria frente a los obreros, exigiéndoles más horas de trabajo y despidiendo a los que no aceptaban. El desempleo había creado un ejercito de reserva dispuesto a trabajar por menos sueldo y más horas. Entre 1920 y 1931, el numero de obreros panaderos en Lima aumentó en un 100 por ciento. Mas aún, la crisis agudizaba los conflictos entre los obreros panaderos sujetos a una estricta división del trabajo en la preparación del pan. Como los debates de la Federación demuestran, muchos maestros panaderos aceptaban trabajar más de ocho horas para no perder el trabajo. Era la falta de compañerismo, según los federados, lo que los conducía a la crisis. En momentos de crisis, el patrón podía aprovechar de las diferencias de intereses entre los maestros y los operarios, por ejemplo, para exigir que se trabaje más de ocho horas diarias o bajar los sueldos.

Para la Federación, al problema de los industriales se le añadía otro: el de las panaderías japonesas. Estas utilizaban una mano de obra japonesa no federada. La Federación exigió al Prefecto de Lima que obligara a las panaderías japonesas a que utilicen una mano de obra compuesta en un 50 por ciento por obreros panaderos nacionales.

Al poco tiempo quedó claro que la Federación no estaba en condiciones de manejar la huelga adecuadamente. No podía impedir que muchos obreros sigan trabajando y en las negociaciones en la Sección de Trabajo, no tenía como imponer sus reclamos a los propietarios de las panaderías. Después de tres semanas se vio obligada a suspender la huelga. Quedaba claro que tanto sus funciones mutuales como sindicales estaban comprometidas. Es por esta razón que la Federación tuvo que recurrir a otro tipo de solución.

La Federación de Panaderos ha sido caracterizada como una organización anarquista. Esto se debe en parte al hecho de que dos de los anarquistas más famosos, Manuel Caracciolo Lévano y Delfín Lévano, fueron miembros de este gremio. Sin embargo, para los inicios de la década del treinta, la Federación poco tenía de anarquismo aunque, como repetidamente se nota en los debates, mantenía, como la mayoría de sindicatos de la época, una posición sólidamente apolítica. Por esa razón, la oposición a la CGTP, y la decisión de no adherirse a ella se dio porque esta central era percibida como, y era, controlada por el Partido Comunista. Sin embargo, la crisis y la derrota en la huelga llevó a muchos de los federados a buscar otro tipo de soluciones. Durante casi toda la huelga general el APRA se mantuvo relativamente alejado del mundo sindical. Se preparaba para las elecciones de octubre de 1931, y quería presentarse como un partido moderado. Tras la derrota en las elecciones y la victoria de Sánchez Cerro, el APRA comenzó a incursionar en el mundo sindical. Propuso la creación de una central sindical alternativa, lo que tuvo alguna acogida dentro de la Federación de panaderos. Pero la acogida no fue total. En abril de 1932 un grupo de panaderos se separó de la Federación para formar el Sindicato Aprista de Obreros Panaderos. En la Federación, la separación fue motivo de intensos debates. Finalmente llegaron a la conclusión de que debían establecerse como grupo sanchezcerrista para crear una alianza con el gobierno y de esa manera acabar con el grupo aprista.

En síntesis, las crisis económicas y políticas de los inicios de la década del treinta, al reducir la capacidad de la Federación a actuar como una entidad mutualista y sindical, llevaron a los obreros panaderos a abandonar el apoliticismo tradicional para establecer alianzas con grupos políticos, alianzas que podrían calificarse de micro-populistas. Estas alianzas correspondieron al abandono de un discurso, en el sentido postmoderno, apolítico y a la adopción de dos discursos políticos diferentes. Al contrario de lo que esperaban los comunistas de entonces y algunos historiadores de los años setenta, a pesar de las condiciones objetivas creadas por las crisis, en ningún momento se planteó algo remotamente cercano a la revolución dentro de la Federación, y cuando los federados optaron por el aprismo o el sanchezcerrismo, no lo hicieron por falsa conciencia, sino para sobrevivir como entidades colectivas. La razón por la cual unos optaron por el aprismo y otros por el sanchezcerrismo no es fácilmente deducible de las fuentes que he podido consultar. Sin embargo, hay indicadores de que existió preferencia entre los más jóvenes por el aprismo, mientras que los federados con más trayectoria, y en particular la cúpula, optaron por el sanchezcerrismo.

Esta breve narrativa fue construida a partir de una lectura detenida de los libros de actas de la Federación de Panaderos. Fue complementada con una serie de documentos, en particular periódicos como El Comercio, La Crónica y La Prensa, periódicos obreros, El Obrero Textil y otros, periódicos y panfletos políticos como La Tribuna, Hoz y Martillo, la documentación del Ministerio del Interior, que se encuentra en el Archivo General de la Nación, los testimonios orales de obreros que se encuentran en CEDHIP, y otros documentos, incluyendo la correspondencia de los cónsules británicos. El trabajo histórico consiste en comparar y contrastar fuentes para construir una narrativa, de la cual se pueda desprender un análisis. Este análisis, a su vez, debe ser comparado y contrastado con la historiografía vigente, y situado dentro de debates teóricos. Pero sin el punto de partida, en este caso sin la documentación obrera, es muy difícil construir una historia en la que las voces obreras se puedan oír. Y hasta cierto punto es en este sentido que se siente con mayor fuerza la deficiencia de la historiografía a la que aludí hace unos momentos: es una historiografía construida en su mayoría sin tomar en cuenta la documentación obrera y que se basa a veces exclusivamente en documentos políticos como los recopilados en el trabajo de Ricardo Martínez de la Torre. He aquí, a mi parecer, la razón por la cual es imprescindible rescatar la documentación obrera en general, y la de organizaciones sindicales en particular. La ausencia de fuentes propiamente obreras lleva a la simplificación y a la vulgarización de lo que en definitiva es una historia compleja y muy rica.

La información contenida en los libros de actas, tal como descubrí al trabajar sobre los obreros panaderos, es muy valiosa y completa. Como todas las fuentes históricas, los libros de actas tienen que ser estudiados con cierta precaución. Pero por lo general es a través de esos documentos que el historiador puede aproximarse mejor a lo que el antropólogo estadounidense James Scott ha llamado el transcripto escondido: es decir ese texto o discurso auténtico, que refleja la visión ‘real’, o no adulterada, de los grupos subalternos, o en nuestro caso, de los obreros.  Es interesante contrastar tanto el lenguaje como el contenido de los libros de actas, el transcripto escondido, con la correspondencia que sostenían los obreros con entidades oficiales: la Sección de Trabajo, el Prefecto de Lima, el Director de Gobierno, lo que según Scott correspondería al transcripto oficial. Si un historiador se limitara a estudiar la correspondencia, o los transcriptos oficiales de manera general, su comprensión de la visión del mundo de los obreros sería bastante limitada. Los obreros peruanos, como los esclavos norteamericanos, entre otros grupos subalternos estudiados por Scott, utilizaban un lenguaje oficial, aceptado y sobre todo, en el peor de los casos, neutro, en su correspondencia y demás tratos con las autoridades. Era una manera obvia y sin costo de protegerse de represalias. Los libros de actas también contienen un elemento de lenguaje oficial o construido: el lenguaje de las organizaciones sindicales. Sin embargo se trata de un texto que se aproxima más al transcripto escondido. Este transcripto suele encontrarse igualmente en las manifestaciones culturales subalternas. Es el caso de las canciones de esclavos norteamericanos: según Scott, el contexto musical permitía la introducción de temas —la violencia de los capataces, el anhelo por la libertad— que fuera de tal contexto hubieran conllevado represalias. En el caso del mundo obrero peruano, estos transcriptos escondidos pueden hallarse igualmente en canciones, poemas y otras manifestaciones culturales, como en panfletos y la prensa obrera.

Otro aspecto de la documentación de las organizaciones sindicales de gran utilidad para el historiador es la información sobre los miembros de esos gremios. Es decir, sus nombres, dónde trabajaban, dónde vivían, etc. Mientras más información de este tipo se encuentre a la disposición del historiador, mejor podrá éste comprender e incluso visualizar a los protagonistas de los debates relatados en los libros de actas.

Quisiera terminar cambiando el sentido de mi argumentación. Hasta ahora he presentado las razones por las cuales los historiadores necesitan y dependen de los obreros de ayer como sujetos de estudio y de los de hoy como proveedores de fuentes históricas. A mi manera de ver, y creo que hasta cierto punto esto justifica en algo el trabajo que hago, tanto los obreros de ayer como los de hoy pueden beneficiarse del trabajo de los historiadores. Los obreros de ayer se benefician porque sus historias son rescatadas del olvido y de las garras de la mediocridad a la que he aludido. Los obreros de hoy se pueden beneficiar porque esas historias pueden ser utilizadas como herramientas para enfrentar sus realidades actuales.

(1)  Este articulo es una versión algo modificada de la conferencia ofrecida el 8 de mayo de 1997 en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Mantiene el carácter oral del original. Agradezco a los asistentes por sus comentarios.
(2)Lenard R. Berlanstein, ‘Introduction’, en Lenard R. Berlanstein ed. (1993): Rethinking Labor History: Essays on Discourse and Class Analysis, University of Illinois Press, Urbana and Chicago, 5.
(3)Ver los ensayos en Ira Katznelson y Aristide R. Zolberg eds. (1986): Working-Class Formation: Nineteenth-Century Patterns in Western Europe and the United States, Princeton University Press, Princeton.
(4)Ver Paulo Drinot De Echave (1996): The 1931 General Strike in Lima: Organised Labour, Mass Politics and the Great Depression, Tesis de Maestría, Universidad de Oxford, Inglaterra
(5)Ver James C. Scott (1990): Domination and the Arts of Resistance, Hidden Transcripts, Yale University Press, New Haven and London, 1990.

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