Los mártires de Chicago abrieron una nueva época

1º DE MAYO

Por: César Lévano

Un obrero de EEUU inició la guerra por las ocho horas

La lucha por la jornada de ocho horas se inició, de forma masiva,  en los Estados Unidos, en 1886. Veinte años después, cuatro dirigentes obreros de Chicago fueron ahorcados, bajo la acusación de un acto terrorista que mató e hirió policías. La justicia confirmó más tarde  que eran inocentes. Entonces comenzó una historia de luchas por los derechos del trabajador.

Brillan de ira los ojos azules de William Sylvis cuando habla de las doce horas diarias de labor que los agobia. Es grueso, bajo, altivo. Sus brazos vigorosos de fundidor se alzan en la medianoche para martillar que las cosas no pueden seguir de esa manera. Rotundamente dice: ¡Hay que conquistar la jornada de ocho horas”.

Se han reunido en torno a la luz de un candil él y otros trabajadores de Filadelfia, EE.UU., que animan el sindicato de fundidores de la localidad. Sylvis ha ingresado en la organización a los 19 años de edad. “¡Amo esta causa sindical!”, escribiría por esos años. “La quiero más que a mi familia o a mi vida. Deseo dedicarle a ella todo lo soy o espero ser en este mundo”.

El genial Sylvis era un obrero por los cuatro costados. Había nacido en Pennsylvania en 1828, en un hogar con diez hijos y exceso de pobreza. En 1866, era un padre de familia que tenia que sostener a cinco hijos con su salario de doce dólares a la semana. Tiempo de crisis y tempestuoso desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos. Los millones de inmigrantes menesterosos, llegados particularmente desde Irlanda y Alemania, constituían una mano menesterosa que prácticamente aceptaba cualquier horario y cualquier paga. En esos años 60 del siglo pasado, el número de fábricas aumentó en los Estados Unidos de 1´300,00 a 2´000,000. En 1870 por primera vez la población industrial iba a ser mayor que la agraria.

Sylvis se colocó en el centro de esa vorágine para expresar el punto de vista de su clase creciente y aplastada. Gracias a esa virtud cardinal fue reconocido por sus hermanos de sufrimiento. En 1863, una convención nacional de la organización lo designó presidente.  Sylvis inició en ese momento, con cien dólares en el bolsillo, una larga marcha a través de quince mil kilómetros durante la cual predicó la necesidad de organizarse y  unirse. Su esfuerzo coincidía con una etapa de luchas y hambre. Entre 1860 y 1865, los salarios habían aumentado en 43 por ciento, los precios, en 116 por ciento.

Por un lado se acumulaba la miseria, por el otro, la riqueza. La coyuntura se agravó con el fin de la guerra civil. La desmovilización, el fin de contratos de guerra, todo contribuyó para que en 1866 se convertirá en año terrible de la lucha social en Norteamérica.

Uno de los signos crueles de esa coyuntura fue el inicio de una campaña de los terratenientes del sur contra los negros. Precisamente el 1, 2 y 3 de mayo de l866, 46 negros de Menfis fueron arrancados de sus casas y ahorcados por blancos histéricos que temían el fin de la esclavitud.

En esa atmósfera se realizó, en agosto de l866 la convención nacional que dio nacimiento a la Unión Nacional de Trabajadores de los Estados Unidos.  En ella, Sylvis representó el ala izquierda. Su voz clamó por derechos iguales para los trabajadores negros y por participación plena de las mujeres en los sindicatos. La mirada de acero de Sylvis penetraba a fondo en lo futuro.

El momento culminante de la asamblea fue cuando Ira Steward, un mecánico a quien muchos consideraban un maniático porque no hacía más que hablar de la jornada de ocho horas , se levantó para proponer, con el apoyo de Sylvis la siguiente resolución:

La primera y gran necesidad del presente para liberar a los trabajadores de este país de la esclavitud capitalista es la aprobación de una ley por la cual ocho horas serán la jornada normal de trabajadores en todos los Estados  de la Unión”.

El voto fue unánimemente a favor. Y entonces empezó en todo el territorio estadounidense la lucha por la jornada de ocho horas.

Guiados por una sentida necesidad, los obreros iniciaron la fundación de Ligas por las Ocho Horas. En California, en 1866, existían más de cincuenta de ellas. Fue tal la fuerza del movimiento, que en 1868, el gobierno federal hizo aprobar una ley que imponía la jornada de ocho horas para los trabajadores empleados por él.

Apenas semanas después del congreso de Baltimore, Carlos Marx instruía a los delegados al Primer Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, realizado en Ginebra, para que hicieran votar una resolución en igual sentido. La medida fue adoptada.

El Congreso propone las ocho horas como límite legal de la jornada de trabajo. puesto que ese límite viene siendo por la generalidad de los trabajadores de los Estados Unidos, el voto del Congreso lo elevará a plataforma común de la clase obrera en todo el mundo”.

Lo que era una reclamación local devino así reivindicación  internacional del proletariado.

LA SEGUNDA OLA

El movimiento obrero, atravesó entre 1866 y 1886, una etapa de crecimiento y crisis. Por un lado, apareció la tendencia moderada, que aspiraba a conquistas graduales y que adquirió la forma organizativa por oficios o especialidades: en lugar de un sindicato de ferroviarios, propiciaba sindicatos de fogoneros, de carriianos, de conductores, etc. El otro sector anhelaba cambio radical en la sociedad y asumía como forma organizativa el sindicato de industria, aquel en que entran todos los trabajadores de una rama industrial. La encarnación de este principio fueron “Los Caballeros del Trabajo”, una entidad al principio secreta, que pronto llegó a dominar el movimiento obrero, gracias a que no discriminaba entre blancos y negros, entre obreros calificados y peones, entre norteamericanos e inmigrantes, entre hombres y mujeres. Esta organización sufrió en los años 70 algunas derrotas que minaron su prestigio.

La tendencia moderada se concentró en la federación Americana de Trabajo (AFL),fundada en 1886 bajo la dirección del líder del Sindicato Nacional de Cigarrero, Samuel Gompers. Esta organización rehuía la acción política. Adolph Strasse, uno de sus dirigentes, había declarado en 1883 ante una comisión del Senado de su país: “Todos nosotros somos hombres prácticos. No tenemos fines últimos. Trabajamos al día. Estamos luchando por objetivos inmediatos, objetivos que pueden ser alcanzados en pocos años”.

El año en que nació la AFL, se produjo un sobresalto que marcó la historia social del mundo. Fue como el estallido de una bomba de tiempo. En efecto, en 1884, una agonizante organización la Federación Sindical de Uniones y Especialistas había aprobado una resolución que decía, escuetamente, “a partir del 1º de mayo de 1866, las ocho horas constituirán la jornada legal de trabajo”.

Por un golpe de fortuna – ha comentado el historiador derechista Norman J. Ware – una resolución aprobada en los monótonos días de 1884, alcanzó maduración en el revolucionario año de 1886 y se convirtió en el punto de unión y el grito de batalla de las fuerzas agresivas ese año… Fue poco más de un gesto, que, debido a las situaciones alteradas de 1886, se convirtió en una amenaza revolucionaria”.

Parece ser que debido al fracaso de otros métodos, la mencionada Federación llegó a la conclusión de que hacía falta una huelga el 1º de mayo de 1866. “Sería vano esperar –expresaba en 1885- una ley de ocho horas como consecuencia  del poder legislativo; una demanda unida para reducir las horas de labor, apoyada por una organización firmemente establecida y determinada, sería mucho más efectiva que cien leyes”.

La idea no fue acogida ni siquiera por los fugaces “Caballeros del Trabajo”. Terrence Powderly, el principal dirigente de éstos, se opuso a la idea de una huelga para el 1º de mayo y en una circular secreta recomendó que, en  vez de eso, los miembros de la organización “escribieran cortos ensayos sobre el tema de las ocho horas”. Al principio se opusieron, con el argumento de que el movimiento por las ocho horas significaba “un compromiso con el sistema del salario”.

Los anarquistas constituían en ese momento una fuerza considerable del movimiento obrero de la Unión, debido al aporte migratorio de radicales italianos y alemanes.

Lo cierto es que la idea de la huelga general por las ocho horas había calado en las bases, y que un grupo de dirigentes socialistas y anarquistas se había puesto a la cabeza de la lucha.

Existía, por otro lado, un sector de inmigrantes anarquistas que se preparaban para acciones de violencia de las cuales nada sabían ni los obreros corrientes, ni los principales luchadores por las ocho horas. Hay razones para suponer que Johann Most, autor de un libro en que se daba consejos para fabricar y arrojar bombas, estuviera detrás de esa corriente terrorista, ajena al movimiento real de los trabajadores.

El principal animador y organizador de la lucha por la huelga del 1º de mayo era en Chicago Albert Parsons. Tenía en 1886, 38 años, a los once años había sido ya obrero gráfico. A los trece, ingresó a la guerra civil como voluntario. Después de contribuir a salvar la unidad de su País, había vuelto al trabajo. Hombre singular este Parsons, encarnación de las mejores virtudes de su pueblo: era idealista y práctico. Poco después de la guerra civil, fundó el periódico “Spectator” en que reclamaba igualdad de derechos para los negros. A los 25 se casó con la india mexicana Lucy Eldine Gonzáles, que fue su gran compañera de lucha en la organización sindical.

El 1º de mayo de 1886 asombró a los propios trabajadores. En todas las ciudades se declararon en huelga miles de trabajadores. En muchas de ellas se realizaron marchas. En Chicago, aunque era sábado, y por lo tanto laborable, ochenta mil obreros se abstuvieron de trabajar. Hubo un desfile en que marchó a la cabeza alegre y vigoroso Parsons con su esposa y sus dos pequeños hijos.

Los diarios habían anunciado para ese día una rebelión desesperada y una matanza general. En el diario “Chicago Mail” se escribió: Hay dos rufianes sueltos en esta ciudad; dos cobardes huidizos que están tramando provocar agitación. Uno de ellos se llama Parsons; el otro, es Spies,,,Márquenlos por hoy. Ténganlos a la vista. Háganlos personalmente responsables de cualquier desorden que ocurra. Hagan con ellos algo ejemplar si se producen los disturbios”.

Sin embargo, la huelga y el desfile fueron ordenados, tranquilos. Los oradores, Parsons, Augusto Spies, anarquista, el socialista Samuel Fielden y Michael Schwab, se limitaron a subrayar la reivindicación horaria.

El lunes 3 de mayo, las cosas se alteraron. En la fábrica McGormick –la famosa Internacional Harbester- los obreros habían decidido proseguir en huelga por las ocho horas. Al enterarse de que grupos de rompehuelgas estaban ingresando al trabajo, formaron piquetes para impedirlo. Entraron en acción, entonces, los famosos Pinkerton. Eran estos una especie de guardia particular que contaba con caballería y artillería y que auxiliaba a algunas industrias para reprimir a su personal. El choque produjo la muerte de cinco huelguistas y heridas graves para decenas de éstos.

El hecho causó indignación. Socialistas y anarquistas lanzaron un llamado a un mitin para el 4 de mayo. Un grupo de anarquistas lanzó incluso la consigna: ”¡Trabajadores!” Armaos y apareced en plena fuerza”.

El hecho es que el mitin fue pacífico. tanto que Parsons acudió con su esposa y sus dos niños. En realidad él había pensado no acudir a la manifestación, debido a que su compañera le informó de una reunión de trabajadores de confección que deseaban su presencia. Sin embargo, a última hora, un obrero le dio el alcance y le pidió que acudiera al mitin, porque faltaban oradores.

Habló Spies, luego Parsons. Mientras intervenía el tercer orador, Samuel Fielden, empezó una lluvia terrible. La multitud que era de 1,500 personas se redujo a 500. Cuando Fielden decía: …”y para concluir”, un numeroso destacamento de policías cargó contra el gentío. En ese instante, alguien lanzó una bomba contra los guardias. Uno de éstos murió en el acto.

Los historiadores del movimiento obrero estadounidense Richard Boyer y Herbert Morais señalan que no fueron pocos los que pensaron que la bomba había sido arrojada por un agente provocador. Igual reflexionó Parsons, que consideró que él iba a ser la principal victima de la provocación, por lo cual escapó de Chicago.

Al día siguiente se desató en los Estados Unidos una histeria de odio antiobrero. Un periodista obrero. John Siwnton escribió en esos días: “La bomba fue un regalo divino para los enemigos del movimiento obrero. La emplearon como un explosivo contra todos los objetivos que el pueblo trabajador persigue, y en defensa de todos los males que el capitalismo busca mantener”.

El atentado criminal sirvió para justificar un acoso sin medida contra el sindicalismo clasista naciente en los Estados Unidos; atemorizó a amplios sectores laborales y estimuló las tendencias oportunistas entre los dirigentes.

Al poco tiempo, Parsons, al ver a sus compañeros torturados y amenazados de muerte, decidió entregarse a la justicia. El juicio fue un carnaval d e mentiras, de falsos testimonios y de presiones. En el mundo entero se levantó una campaña para salvar la vida de los acusados. Uno de los miembros del jurado, declaró entonces: “Los colgaremos lo  mismo. Son demasiado inteligentes y demasiado peligrosos para nuestros privilegios”.

La sentencia pronunciada el 20 de agosto de 1886 condenó a la horca a ocho acusados: Parsons, Schwab, Fielden, Spies, Oscar Neebe, Louis Lingg, Adolph Fisher y George Engel.

Durante el juicio, la bella y juvenil heredera de millones Nina Van Zandt se enamoró de Spies, de su lucha por la vida, y decidió casarse con él por poder para ver si así podría mejorar su situación.

A última hora, la sentencia de Schwab y Fielden fue conmutada por la de prisión perpetua, y la de Neebe, por la de 15 años de prisión. Dos días antes de la ejecución, Lingg se suicidó en su celda, fumando un cigarro de fulminato.

El ahorcamiento ocurrió el 11 de noviembre de 1887. Antes de que la cuerda sofocara su respiración, Parsons se dirigió a la concurrencia.

-¿Me dejareis hablar, pueblo de América? Dejadme hablar sheriff Matson. ¡Oh, gente de América, escuchad la voz del pueblo! Oh…

Spies alcanzó a gritar:

-Salud, ¡oh tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces que hoy se sofocan con la muerte!

Engel y Fisher exclamaron:

-¡Hurra por la anarquía!

-Este es el momento más feliz de mi vida!.

Todos habían proclamado su inocencia.

En el 1893, el gobernador de Illinois John Altgeld, en un documento que enumeraba las irregularidades del proceso, proclamó la inocencia de todos los procesados. Fielden, Neebe y Schwab salieron en libertad incondicional.

UNA DEMANDA MUNDIAL

No habían pasado dos años desde el sacrificio de los Mártires, cuando una reunión de la Segunda Internacional, fundada por Federico Engels, acordó convertir el 1º de mayo en día de lucha internacional por las ocho horas.

Se organizará -expresaba la resolución- una gran manifestación internacional con fecha fija de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido los trabajadores intimen a los poderes a reducir legalmente a ocho horas de trabajo y a aplicar las otras resoluciones del congreso internacional de París.

Visto que una manifestación semejante ya ha sido decidida por la American Federation of Labor para el 1º de mayo de 1890, en su congreso de diciembre de 1888 en Saint Louis, se adopta esta fecha para la manifestación internacional”.

Una vez más el movimiento obrero guiado por Marx convertía en campaña internacional una iniciativa de los trabajadores de los Estados Unidos.


EN EL PERU

La conquista de las 8 horas, en 1919, es mérito obrero

Las clase obrera nació en nuestro país sólo a fines del siglo pasado (XIX N.R.). A comienzos de nuestra centuria (XX), los trabajadores fabriles eran apenas unos cuantos miles. Por eso mismo, sorprende la tempranía con que se lanzó al esfuerzo de organización y de reivindicación de las ocho horas. En esto contó la inspiración de Gonzáles Prada. Ya en mayo de 1904 se produce la primera huelga por esa jornada, en el Callao. Jorge Basadre ha reproducido en su “Historia de la República” el pliego de reclamos en que los jornaleros chalacos formularon ese pedido.  El movimiento agitó a Lima y Callao. Revistas de la época muestran a los estibadores del puerto en masiva manifestación ante la prefectura del Callao.  Hubo al final una refriega, en la que murió el joven portuario Florencio Aliaga, primer mártir de las ocho horas en el Perú.

Al año siguiente, 1905, la Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú”, cuyo flamante presidente es Manuel Caracciolo Lévano, organiza la primera conmemoración del Primero de Mayo en el Perú.  Consistirá en una romería, que fue masiva, a la tumba de Florencio Aliaga, y en un acto público en que Manuel Gonzáles Prada pronuncia su decisivo discurso sobre “El intelectual y el obrero”, y Manuel C. Lévano lee su escrito “Qué son los gremios obreros en el Perú y lo que debieran ser”, primer programa proletario de nuestra historia. La Federación proclama ese día en sus estatutos, como cuestión de principio, la lucha por la jornada de ocho horas, y declara su ruptura con el viejo mutualismo. Las idas anarquistas, que Gonzáles Prada ha traído de Europa, penetran en el núcleo obrero de vanguardia.

En esa velada se reunió por primera vez una gran masa de asalariados de Lima y Callao. Durante años sería recordada en los periódicos obreros como “La Pascua roja de los revolucionarios del Perú”. Fue el inicio de un esfuerzo, y no de un gremio, sino a nivel de toda la clase obrera, por la jornada de ocho horas y otras reivindicaciones más inmediatas. Fue, asimismo, el signo de que los trabajadores querían un nuevo tipo de sociedad basado en la justicia.

El reclamo por los ochos horas fue un principio animador de las primeras reclamaciones y esfuerzos sindicales. En Vitarte, en los primeros años del siglo descuellan Luis Felipe Grillo y José Luis García, que saldrán despedidos en 1907. En diciembre de 1912, la lucha por las ocho horas se intensifica. Se convoca una reunión de trabajadores en la llamada Carpa de Moda. Allí el joven panadero Delfín Lévano, a nombre del grupo “La protesta” que edita el periódico de ese nombre, plantea que todos os gremio s reunidos presenten un pliego de reclamaos cuyo punto numero uno sea la jornada de ocho horas. El movimiento se convierte e una huelga amplia en lima y Callao. El 10 de enero de 1913 los jornaleros del puerto se convierten en los primeros peruanos que logran la ansiada conquista. Otros gremios obtienen por lo menos reducción de la jornada.

Vendrán luego años de lucha muy intensa por los derechos proletarios, entre ellos la jornada de ocho horas. En 1916 y 1917, hay huelgas, movilizaciones y masacres en la campiña de Huacho debido a que los peones agrícolas reclaman aumento de salarios y ocho horas de trabajo. En 1917, es abaleada una marcha de esposas y peones y apañadoras de algodón que desfilaban con sus hijos por las calles de Huacho. Aún no se puede precisar cuántas mujeres perecieron en esa matanza.

La acción represiva no doblegó, sino al contrario, a la falange de luchadores de Lima y Callao entre los que entonces ya destacaban Adalberto Fonkén, textil de Vitarte despedido en 1915, Nicolás Gutarra, orador de masas que era carpintero de profesión; el obrero zapatero Carlos Barba, y algunos jóvenes textiles vitartinos como Julio Portocarrero

Precisamente, en el gremio textil surgió la arremetida final de la campaña iniciada en 1904 en el Perú. En diciembre de 1918, Vitarte acordó lanzarse a una huelga de solidaridad con sus compañeros de Inca Cotton del Rimac. Lo hicieron sobre la base de una plataforma común cuyo punto central era la jornada de ocho horas.

El movimiento iniciado por los textiles fue seguido por panaderos, metalúrgicos, construcción civil y otros gremios, que se fueron sumando a la huelga.El 13 de enero de 1919, ésta se transformó en huelga general.

Un testimonio de Haya de la Torre señala la magnitud de esa paralización. Es un texto que, curiosamente, no ha sido publicado íntegramente en el primer tomo de sus obras completas. Lo leí por primera vez, a mimeógrafo, en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, hace muchos años. Luego apareció en la revista “Apra” el 22 de febrero de 1946. El fragmento notable indica que cuando eran cerca de las dos de la tarde del 13 de enero de 1919, los estudiantes acordaron nombrar tres delegados ante los trabajadores en lucha por las ocho horas, la huelga “se había extendido ya en Lima, Callao, balnearios y valles aledaños. El comercio había cerrado sus puertas; no circulaba ningún vehículo público ni particular y se habían producido durante la mañana en los mercados choques callejeros entre grupos de pueblo y la fuerza armada. Fuertes pelotones de caballería recorrían las calles, y en parques y plazas se habían emplazado ametralladoras y grupos de infantería. Llena de rumores la ciudad, había un clima de gran alarma”.

Tal fue la intensidad de ese movimiento obrero que arrancó tras quince años de lucha incesante, el 15 de enero de 1919, la jornada de ocho horas a escala nacional.

El texto publicado en las obras completas de Haya omite más de la mitad del original. Uno de los pasajes expurgados u olvidados rinde homenaje a los obreros que dirigieron la lucha por las ocho horas desde principios de siglo y a “la moderna organización sindical, que impusieron los anarquistas, afirmada en una moral revolucionaria incorruptible y admirable”.

La conquista de las ocho horas debe ser vista como un proceso, no como un acto súbito. A lo largo de quince años los trabajadores peruanos en los centros fundamentales de la producción moderna empeñaron esfuerzos abnegados y múltiples. Prensa obrera, grupos teatrales, coros proletarios, bibliotecas obreras, veladas de cultura, y no sólo combates callejeros o masacre y tortura, amasaron esa tempestad de masas que permitió que la jornada de ocho horas se conquistara aquí antes que en Francia o Alemania, y antes que en Chile o Argentina, países que contaban con un proletariado mucho más numerosos y, además, de larga trayectoria.

No deja de ser interesante que los dos ideólogos que compartieron la dirección del movimiento popular a partir de los años 20, José Carlos Mariátegui y Haya de la Torre, se vincularan de algún modo con el movimiento de las ocho horas. Haya, en una delegación estudiantil, Mariátegui a través del diario “El Tiempo”, clausurado por el presidente José Pardo el primer día del paro final, “por soliviantar el ánimo de las clases populares”. Es decir, por solidarizarse con el movimiento de los trabajadores.

A partir de entonces, los senderos se bifurcan. El anarquismo que había orientado toda la primera etapa del movimiento proletario, entra en crisis. El Marxismo-leninismo de Mariátegui y el surgente aprisa de Haya van a ocupar en adelante el centro de la escena del movimiento obrero y popular. El movimiento obrero, cumplida su fase se aprendizaje, se lanzará en pos de otras conquistas dentro de una estrategia histórica de más vasta entraña política.

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El Sindicalismo Revolucionario

Llena de entusiasmo y constancia fuè siempre nuestra predica por la organizacion sindicalista revolucionaria de los obreros, hasta que se desarrollaron y fortalecieron algunas organizaciones gremiales, que con principios claros y definidos y con metodos de acciòn directa, diera vida pujante a la Federaciòn Obrera Regional Peruana que, cual ninguna instutuciòn representativa, encarò, con coraje, todas las reinvidicaciones econòmicas de los obreros, todas las protestas contra el abuso y el crimen autoritarios, asì es como contra las exacciones y estaduales que agobiavan al pueblo.

La F.O.R.P fuè un baluarte de defensa proletaria, fue tambièn un plantel de cultura sociològica: ella encarnaba: el espìritu emancipador de los obreros concientes; en ella actuaban los que, desdeñando dàvidas y posiciones de provecho personal, luchaban por el pan, la libertad y la Ciencia, que en el orden burguès, se les niega a los productores.

La F.O.R.P levantò muy alto el lema: »la emancipaciòn de los obreros tiene que ser obra de los obreros mismos»,y, de acuerdo con sus postulados fuè escencialmente antipolìtica, contraria a todo partido politico burguès u obrero, aunque estuvieran disfrazados del socialismo marxista.

La F.O.R.P era la representaciòn del verdadero sindicalismo revolucionario: cayò valientemente bajo la brutal represiòn de la tirania de ayer: la mayoria de su consejo federal fuè confinada en las islas San Lorenzo y el Frontòn y perseguidos su demàs militantes activos.

Despuès vino con la organizaciòn incolora de la Local de Lima, la desviaciòn hacia el bolchevismo que infiltraban en el movimiento obrero, los intelectuales de U.P. y ciertos obreros que, ipòcritamente se llamaban sindicalistas neutros.

Mas no se han perdido las ideas arrojadas en el surco proletario: en el paìs »hay obreros del campo, de la ciudad, de las minas y de los puertos que aùn recuerdan a la F.O.R.P. Y ofrecen su concurso para que se levante nuevamente.

Esta es la obra a emprender.

Hay que levantar el genuino sindicalismo Revolucionario haciendo una intensa y extensa propaganda contra todos los polìticos, contra todos los partidos con ansias de Poder.

Los obreros solos, mediante su organizaciòn, su solidaridad, su amplia educaciòn y su consciente rebeldia, son capaces de conquistar todas mejoras necesarias a su existencia, mientras llega el momento de hacer del sistema capitalista, una completa liquidacìon social, instaurando sobre sus escombros, la sociedad humana sin amos ni esclavos: todos hermanos en el trabajo y la libertad.

»La Protesta»

extraido del periodico anarquista: La Protesta, año XIX-N°148 – Lima, Noviembre de 1930, pag. 4

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Presencia libertaria en el Perú

¡La anarquía ya esta aquí!

Generalmente siempre que se habla de socialismo se identifica mecánicamente con marxismo o con socialdemocracia. Quienes incurren en tamaño error son muchas veces católicos, liberales, fascistas. Lo más triste es que marxistas también caen en la misma cantaleta. Si nos remitimos a la historia y a los textos tenemos que hubo socialismo utópico y socialismo científico. Es más Marx que es un autor muy difundido en nuestros medios sindicales y universitarios en el “Manifiesto Comunista” habla incluso de socialismo feudal. Del socialismo utópico es un digno representante Fourier. Un autor poco leído ayer y hoy en el Perú. Eso debido a que algunos se basan sólo en sus viejos manuales de materialismo dialéctico–histórico y consideran que todo aquello que no es mencionado allí o es etiquetado de burgués o pequeño burgués, reformistas, revisionistas, anti –comunistas, o contra–revolucionario, por tanto no vale la pena conocerlo. Algunos más abyectos al autoritarismo de sus iluminados jerarcas político partidarios obedecen ovejunamente sobre un índex de textos prohibidos de leer para la militancia. Este penoso caso lo han sufrido las huestes del PCP y de los socialfascistas de Patria Roja (Perros). Consideramos necesario volver a leer a Fourier. Este autor no sólo ha sido objeto de silenciamiento sino que incluso ha sido víctima de los liberticidas liberales. Así tenemos que Ludwing Von Misses escribió en su libro “El liberalismo” sobre el
“complejo de Fourier”. ¿Por qué? Por la sencilla razón que Fourier critico los fundamentos del liberalismo. ¿Y eso que tiene que ver con nosotros? La respuesta es que el complejo de Fourier no es algo que le incumba sólo a este individuo sino que se hace extensivo a todo aquel que cuestione a los ídolos del templo liberal. Los liberales dicen ser tolerantes y antidogmaticos, pero todo ello acaba en la confrontación de ideas y en tiempos de ascenso popular. Resultan en la práctica tan intolerantes que tienen que recurrir al fascismo para salvar sus dogmas de propiedad privada de los medios de producción, división social del trabajo, jerarquías, producción indiscriminada de mercancías (inclusive superfluas) etc. De paso salvan sus privilegios. Adicionalmente debemos recalcar que para hablar de complejos es necesario mínimamente tener formación en psicología. Misses no era Sigmund Freud. Misses fue sólo economista. Economista lacayo del Capital. Así que mal hace de escribir sobre complejo de Fourier. Con su misma retorcida lógica
también nosotros podríamos hablar de complejo de Von Misses y aplicarlo a cualquier plumífero de la reacción. Respecto al socialismo científico se ha escrito mucho. Por obra y gracia de Marx y Engels se entiende como sinónimo de marxismo. Pero es válido preguntarnos: ¿el socialismo necesariamente debe ser científico?, ¿Quien es el ente para evaluar la cientificidad del socialismo?, ¿Cómo podemos probar que el socialismo es científico?, ¿Aquel socialista que no es marxista es anticientífico, científico burgués (¿?) ó también es científico o potencialmente pueda llegar a serlo? Desde nuestra posición libertaria Proudhon fue socialista científico. Y podemos incluso defender esta tesis acudiendo al mismísimo Karl Marx. Mucho es lo que se puede leer y escribir sobre el movimiento libertario. Abunda información por doquier, por medio de libros clásicos, periódicos (como “Tierra y libertad” publicado por la Federación Anarquista Ibérica (FAI) o “La Protesta” (tanto en su versión argentina, o peruana)), revistas, cancioneros, poemarios y con los adelantos de la revolución tecno–científica a través de las bibliotecas libertarias en Internet como es el caso de la “Biblioteca Antorcha”.Alguna vez debatiendo en el Agora Popular con un tal Jaime (muy orgulloso él de adherir a la ideología de la clase) evidencia la total ignorancia que se tiene sobre el anarquismo. Según este sujeto el anarquismo era idealista porque Proudhon “había bebido de los Enciclopedistas que eran Teósofos” y por ello eran soporte del capitalismo. Tamaño contrabando. Al intervenir tuve que esclarecer que los muy materialistas y ateos de Marx y Engels estudiaron la obra de los enciclopedistas y que inclusive la recomendaban para sustentar el ateísmo. También el hecho de ser materialista no asegura ser revolucionario, ni el ser idealista lo hace a uno automáticamente reaccionario. Tanto es así que J.C.M. lo planteo en “Defensa del Marxismo”. El mismo Vladimir Ilich Ulianov, en alguna ocasión, afirmo categóricamente que era necesario tener 12 Tolstoy en la revolución rusa. No esta demás recordar que por su obra Tolstoy esta considerado anarco–cristiano. El filósofo Libertario Angel Capeletti por tanto, lo consideraba idealista. La cosa no queda allí porque el mismo Lenin planteo publicar las obras de Bakunin y Kropotkin. Incluso a este último trato de darle cierto grado de protección Estatal, aún a sabiendas del contenido de las “cartas al camarada Lenin”. Esos “idealistas, reaccionarios, anti partido y anti dictadura del proletariado”, en vez de disfrutar de las prebendas del régimen capitalista, denunciaron ayer y hoy sus falacias y su oprobiosa iniquidad. Dieron generosamente sus vidas en aras de un mundo mejor. El mundo nuevo, Sin Dios ni amo. Ejemplo de ello lo tenemos en los mártires de Chicago y durante la revolución social en España. Es más, en base a esto rete a tal charlatán a efectuar un balance histórico entre quienes se beneficiaron con el accionar libertario y con el de su social fascismo senderista.
Así tenemos que en el Perú las primeras sociedades de resistencia, sindicatos revolucionarios (no reformistas e incluso anti–reformistas), prensa netamente obrera, bibliotecas obreras, veladas artístico–culturales, difusión del ideario libertario entre nuestros indígenas, fueron obra de los anarquistas. Todo ello se hizo en la medida que desde aquel entonces la ignorancia sobre la cuestión social era sumamente alarmante. Proudhon tuvo el acierto de escribir en su magna obra ¿Qué es la propiedad? que: “La ignorancia general provoca la tiranía general”. Por tanto es necesario estudiar y conocer como funciona el sistema establecido, así como es nuestra situación que tenemos y de que adolecemos para así estar aptos para la
confrontación con los capitalistas en cualquier nivel. Todo esto se materializo en la práctica cotidiana de la acción directa (boicot, sabotaje, Huelgas) en contra del Capital y el Estado.
Tuvimos la FORP y la FOL. Nuestro proletariado obtuvo la tan anhelada conquista histórica de las 8 horas y una serie de leyes en beneficio del pueblo peruano. En aquel entonces se laboraba hasta 16 horas diarias. Durante casi 11 años de ardua e infatigable labor, anarquistas de la talla histórica de Manuel Caracciolo Levano, Delfín Levano, Carlos Barba, Fonken y tantos más, organizaron en base a los principios filosóficos anarquistas a nuestra naciente clase obrera. Este hecho trascendental en la historia de las luchas sociales en nuestro medio ha sido olímpicamente soterrados por J.C.M. y su secretario Ricardo Martínez de la Torre.
Entonces en base a lo anteriormente mencionado tenemos que quien se benefició con el accionar libertario en Perú fueron los mismos trabajadores peruanos. Para ello no fueron necesarios las chácharas liberales, ni los jefes máximos, ni las vanguardias que nos iban a llevar al comunismo sin revolución alguna.
Por ello que aún en situaciones difíciles y adversas el batallar libertario por libertad y justicia es apreciado con más afecto y respeto por parte de los trabajadores peruanos no contaminados por la aristocracia obrera. En contrapartida, de la guerra popular (que de popular sólo lleva el cliché) de los fanáticos y tanaticos seguidores de Guzmán Reinoso (metafísico en filosofía y socialfascista–claudicante en su accionar político) únicamente se beneficiaron los jerarcas del Comité Central. La militancia muertos o en cárcel, comunidades indígenas barridas a fuego por el genocidio tanto estatal como de la secta con ínfulas político–partidaria, el descrédito e inclusive aversión sobre todo por parte de los jóvenes de palabras como socialismo ó revolución.

Manuel G. Humala Urrutia

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Manuel González Prada, anarquista convicto y confeso

Por: Franz García U

El pensador anarquista y escritor peruano (ensayista, literato y poeta) , Manuel González Prada (cuyo real nombre fue José Manuel de los Reyes González de Prada y Ulloa) nació en Lima un 05 de enero de 1844 en el seno de una familia aristócrata, de la cual se alejó esclarecidamente para acercarse al movimiento obrero naciente en el Perú del siglo pasado. Del compañero Prada se han dicho y escrito tantas cosas (principalmente escritores apristas, marxistas, liberales, muchas veces carentes de rigor analítico o historiográfico) distorsionando su figura, su obra social y política, su pensamiento; alejándolo de las ideas radicales y transformadoras que él defendió a cabalidad.

Es común hallar datos sobre su figura tratando de encasillarle dentro de un marco meramente literario o como el gran precursor de una literatura propia que rompe los lazos del colonialismo español. O como el positivista crítico y el anti-clérigo desenfadado que aportó mucho a la conciencia nacional, entre otros calificativos. Sin embargo, los estudios y ensayos sobre su vida y obra plasman claramente las intenciones de una clase social interesada en despistar a todo aquel lector o lectora que llegué hasta sus escritos incólumes y se interese por la problemática social en nuestro país. Desde los sectores más reaccionarios de la derecha que se empeñan en fustigarle su posición contraria al clero y a las instituciones políticas, hasta sectores de la izquierda marxista y social demócrata que se empeñan en mostrarlo como un pensador limitado en sus concepciones socio-políticas y filosóficas. Como un primer instante lúcido en la conciencia del Perú, en palabras de J. C. Mariátegui, pero que cuya obra fue luego «superada y relegada» por el pensador marxista peruano.

Lo cierto es que a Prada (“el compañero Prada” diría él mismo, dejando a un lado la reverencia del “don Manuel”) no se le lee ni se le entiende, no al menos quienes dicen ser sus «críticos» y se basan en puros subjetivismos y prejuicios de tinte ideológico para intentar sepultar su innegable labor en el Perú. Ni que decir de sus pretendidos discípulos o seguidores que conforman estructuras partidistas, quienes han deformado toda figura del anarquista al encadenarlo a un supuesto parangón con el aprismo autoritario y antipopular.

Si bien, es válido y tangible citar el proceso de evolución en la formación de Manuel González Prada en el plano ideológico, pues inicia sus labores de estudio, propaganda y acción como liberal principista (crítico de la jerarquía eclesiástica y las funciones del Estado en perjuicio del pueblo) y funda en 1891 el partido Unión Nacional el cual dirigía y desde cuya seno ya avizoraba una postura de librepensador con marcados rasgos antiautoritarios y con una vocación de servicio a los sectores populares.

Por otra parte, su rigurosa formación literaria y académica, se centra en los clásicos españoles, los simbolistas franceses y algunos autores alemanes como Goethe, Schiller, Körner que él mismo tradujo muchas veces. Sobre esta base, llevó a cabo una renovación métrica y rítmica de la lírica en castellano, que expuso en el tratado titulado Ortometría. Apuntes para una rítmica (publicado en 1877), e introdujo estrofas métricas provenientes de la lírica medieval francesa e italiana, y composiciones persas que conoció en su adaptación inglesa. Deslumbrando a la crítica nacional e internacional por su pluma prodigiosa.

Su producción intelectual está llena de grandes obras como Pájinas Libres (1894) en su etapa liberal, del cual Miguel de Unamuno, gran admirador suyo, dijo que «es uno de los pocos, de los muy pocos libros latinoamericanos, que he leído más de una vez; y uno de los pocos, de los poquísimos, de los cuales tengo un recuerdo vivo» , luego vendría Horas de Lucha (1908) que contiene su famoso discurso del 1ero de mayo de 1905, o el póstumo Propaganda y ataque, entre otros.

Como poeta, publicó Minúsculas (1901), Presbiterianas (1909) y Exóticas (1911), que son verdaderos catálogos de innovaciones métricas y estróficas, como los delicados rondeles y triolets que adaptó del francés. Sus Baladas Peruanas (1935) recogió tradiciones indígenas y escenas de la conquista española que fueron escritas a partir de 1871. También reunió una colección de sus epigramas y sátiras en Grafitos, París, 1917; en este género se muestra un gran escritor, ulgurante e inteligente, a causa de su poder de síntesis y la precisión de sus ataques contra politicos e ideas.

En tanto, el escritor peruano dejaría estas tierras y junto a su esposa Adriana de Verneuil haría un recorrido por Europa, asentándose primero en Francia (donde luego nacería su hijo Alfredo). Después de su estadía en el viejo continente entre 1891 y 1898 (en España tiene los primeros contactos directos con el movimiento anarquista) vuelve al Perú con nuevos aires y cargado de esperanzas revolucionarias para las clase trabajadora y oprimida de esta parte del mundo. Vuelve siendo ya un anarquista convicto y confeso, un propagandista del ideal libertario que tendría eco en fábricas, sindicatos, talleres y en el campo por la masa proletaria que le escuchaba y le acompañaba.

Como se sabe, es en Barcelona donde había tenido acercamiento estrecho con grupos anarquistas del lugar, se había relacionado con los gremios obreros, sindicatos revolucionarios y había conocido la obra del francés P. J. Proudhon a través de Franciso Pi y Margall, republicano de izquierda y difusor del pensamiento del socialista antiautoritario francés. Se había empapado de la tradición de la I Internacional obrera, adscribiéndose a los postulados de su ala bakuninista. Ahora ya concebía una lucha cabal contra el Estado y el Capitalismo como factores socio-políticos y económicos negadores de una humanidad distinta. Es clara su posición cuando en sus artículos publicados en periódicos obreros anarquistas, denunciaba a la maquinaria estatal como regulador y represor del avance popular y las luchas de liberación social y política. Comprendió al sistema capitalista como modo de producción y reproducción de la división de clases.

Se declara enemigo acérrimo de la autoridad política coercitiva, basta recordar sus palabras: «Odiemos, pues, a las autoridades por la única razón de serio: con el solo hecho de solicitar o ejercer mando, se denuncia la perversidad en los instintos. El que se figura tener alma de rey, posee corazón de esclavo; el que piensa haber sido creado para el señorío, nació para la servidumbre. El hombre verdaderamente bueno y libre no pretende mandar ni quiere obedecer: como no acepta la humillación de reconocer amos ni señores, rechaza la iniquidad de poseer esclavos y siervos», recopilado en el libro póstumo Anarquía, publicado en 1936 por la Editorial Ercilla de Chile y en una segunda en 1938 edición a cargo de Editorial Tierra y Libertad de Barcelona, para la lectura de los obreros milicianos que combatían en plena Revolución Española (1936-1939).

Así mismo, es notorio que Prada se nutre de los grandes revolucionarios anarquistas como M. Bakunin. E. Reclús. P. Kropotkin, S. Faure; que le sirve para analizar la situación que atraviesa el Perú de su época,para entender y dar respuesta al problema del indio y de la tierra, el problema del salario y del trabajo mismo, el problema de la organización sindical ajena a los partidos políticos, de la sociedad de clases, de los postulados del socialismo anarquista y del marxismo y vuelve convencido de que solo una organización proletaria de planteamientos anárquicos puede dar solucióna los problema s y contradicciones de la sociedad contemporánea.

Ya en Lima publica ensayos y artículos en las páginas de Germinal, órgano que difundía el grupo de librepensadores en el Perú. Luego funda el primer periódico anarquista en el Perú en 1904, llamado Los Parias, junto a otros libertarios que seguían su andar libertario como el periodista Glicerio Tassara, el joyero Carlos del Barzo, entre otros.

Su voz firme y clara llega hasta los obreros ávidos de armas para defenderse el patrón y el ideal libertario se hace carne en el pueblo, siendo los más condiscípulos y propagandistas ácratas más destacados los obreros Manuel C. Lévano y su hijo Delfín Lévano, Leopoldo Urmachea, Montany, Ismael Gacitúa, Julio Reynaga (dirigente anarquista en las haciendas azucareras del norte del país), Gumercindo Calderón y luego Nicolás Gutarra, Carlos Barba, Adalberto Fonkén, etc., y de lado de las sectores intelectuales progresistas también le siguen y se hacen anarquistas defendiendo la causa popular, figuras como el médico Cristhian Dam, Erasmo Roca, luego vendrían compañeros y compañeras notables como la abogada y oradora libertaria, Miguelina Acosta cárdenas. El compañero Prada participa en la conmemoración del primero de mayo en Lima,que se hacía por primera vez allá por el año 1905 y que fue organizada por la Federación de Obreros Panaderos » E s t r e l l a d e l P e r ú » , d e c o r t e anarcosindicalista, que acababa de romper con el mutualismo reformista por acción de sus dirigentes anarquistas entre ellos los Lévano. Ese día, por la noche pronuncia su vigoroso discurso El intelectual y el obrero, que fuera toda una declaración de principios entre los trabajadores manuales e intelectuales y su unificación en pro del porvenir emancipador, que se une con el discurso también esclarecedor del obrero libertario Manuel C. Lévano, titulado Los gremios obreros en el Perú y lo que debieran ser.

Año tras año, su vínculo con la clase obrera era más íntimo. Participa de las veladas socio-culturales organizadas por los elementos ácratas en los sindicatos obreros y ateneos culturales de la época.

En este contexto es que en 1911 que se funda el periódico anarquista La Protesta (la más importante y conocida publicación obrera y anarquista en el Perú) y Manuel González Prada apoya activamente con

los medios que le son posible. Allí publicas artículos los cuales a veces firmaba como “Luis Miguel” (en honor a la anarquista y communard francesa, Louisa Michel) o con su propio nombre. Es decir sus textos eran difundidos y leídos entre los obreros y por estos llegaba el mensaje hasta los campesinos que ya empezaban a organizarse y a luchar en federaciones o agrupaciones campesinas. Sus textos también son publicados en los periódicos obreros y anarquistas de la época como La Lucha, El Nivel, El Obrero Organizado, La Voz del Panadero, El Libertario, Armonía Social, etc., los cuales eran leídos por los anarcosindicalistas que se dotaban de armas de clase contra la burguesía y sus instituciones de poder.

Este compañero tuvo una biblioteca muy grande y especializada en temas sociológicos, económicos, sindicales, políticos, filosóficos y por supuesto ideológicos. Al cual acudían jóvenes de la época como Mariategui, Vallejo, Haya de la Torre (este úl t imo luego usaría descaradamente la figura del pensador anarquista para sus fines políticos con el APRA) ávidos de las enseñanzas del maestro, del hacedor de rebeldías, incansable y adelantado a su tiempo.

Podríamos detallar mucho acerca de su anarquismo y su visión del Perú de aquel entonces y que cuyo análisis aún hoy no ha perdido vigencia. Su posición política libertaria no es para nada aquella postura idealista y romántica que le han querido dar, no es un individualismo pequeño burgués, no es un liberal radical, sino un revolucionario conocedor del panorama social en la ciudad y en el campo y demás sectores oprimidos, viendo en esto un lucha más humana que meramente política.

Este personaje político vital para la comprensión de la estructura social en nuestro país y los primeros antecedentes de luchas emancipatorias, es aún hoy negado y subestimado. Con sus frases fuertes y chocantes, con análisis lúcidos, con ideas de cambio social, que aceptó ser director de la Biblioteca Nacional en 1912 por cuestiones estrictamente culturales y de desarrollo social (pero que al poco tiempo dejaría el cargo al no estar de acuerdo con el gobierno de turno), que se le atañe un supuesto patriotismo antichileno jamás superado, sin saber de su verbo internacionalista, al que se le levantan uno que otro monumento, colegios e instituciones con su nombre, del que se habla mucho y poco a la vez, aún hoy y de seguro mañana tiene y tendrá compañeros que levantaran las mismas banderas que él levantó y seguirán sus pasos conscientes y críticos.

Quienes le conocieron y apuntaron en sus memorias, saben que este compañero no fue para nada un retórico, sino un hombre de ideas y de acciones, es por ello que invocamos a todos los luchadores sociales e hijos del pueblo a no olvidar a este precursor del ideal revolucionario en nuestro país. Alguna vez se dijo que sin Prada no hubieran existido un Mariátegui, un Vallejo , un Arguedas , etc . Desempolvemos su memoria y su obra de los claustros teóricos, estudiémoslo y analicémosle y recordémosle luchando. Nuestras tierras latinoamericanas también han parido hijos del pueblo.

Físicamente nos dejaría un 22 de julio de 1918, con la tranquilidad de quienes saben que morir luchando es vivir para siempre. Posteriormente por los círculos libertarios le hacían homenajes en el recuerdo de su muerte o natalicio y esa es una costumbre que aún hoy no se ha perdido, pues sabemos que quienes alzan la voz y el puño contra la opresión viven en el recuerdo de los y las que luchan.

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El principio del Epìlogo

Con casi 30 películas dirigidas, actuación en otras 24, el reconoci-miento a su genio creativo (Varios premios en festivales de cine euro-peo como el Goya, el Festival de Cine de Berlín y el San Sebastián), a la edad de 86 años falleció en Madrid, el pasado mes de noviem-bre de 2007, Fernando Fernán Gómez. Sobre su féretro, el cuerpo se despidió ataviado con una ban-dera roja y negra cenetista. Por que sí, Fernando Fernán Gómez era anarquista, en una pasión por la libertad que dejó muy clara en sus películas. El artículo que publi-camos fue impreso por el diario ABC el sábado 7 de septiembre de 1991, difundido por la CNT.

Fernando Frenàn Gòmez

Ni el judío burgués Carlos Marx ni el aristócrata ruso Miguel Bakunin creían en el más allá; por ello no han sido admitidos en la gloria. Se han desvanecido no sólo sus cuerpos, sino sus almas, y de ambos desmedi-dos luchadores por la justicia, la igualdad, el bien de los demás, no nos queda más que el recuerdo, o nada menos que el recuerdo. De otro modo, si ambos hubieran sido cre-yentes, les habrían abierto las puer-tas del Paraíso recobrado y ahora, sentados en su muelle banco de nubes, mirarían hacia abajo y es muy posible que, tras los últimos aconteci-mientos, el soberbio ruso le dijera al prepotente alemán:

-¿Ves, idiota, como la mucha ciencia ofusca el conocimiento? Te lo advertí muchas veces.

En los tiempos en que nos ha tocado vivir, dos grandes sistemas gobiernan el mundo y nuestra socie-dad: uno, aquel en que el Estado es dueño de la Banca; otro, aquel en que la Banca es dueña del Estado. En cualquiera de los dos, los hom-bres de a pie –o de a ruedas- conta-mos poco.

El resultado de la última batalla de la ya muy larga guerra entre los dos sistemas es la victoria del segun-do, la

Banca dueña del Estado, y, por con-siguiente, la vergonzosa derrota del primero: el Estado que, en su ciega vanidad autoritaria, hiperestatista, creyó que podía llegar a ser dueño de la Banca.

Terminado el combate me pre-gunto: ¿han desaparecido las causas de la batalla? A partir de ahora, del momento en que San Jorge ha mata-do al dragón, ¿seguirá el hombre explotando al hombre, seguirá la ley de la herencia económica haciendo que unos hombres nazcan ricos y otros pobres y otros miserables, indigentes? ¿Seguirá la prostitución sin ser una vocación dionisíaca, orgiástica, de placer, sino un recurso de hambrientos? ¿Los placeres tácti-les de la pareja o del grupo conti-nuarán siendo fiscalizados por el aparato administrativo, por el religio-so? ¿Las fronteras artificiales se-guirán separando a los hombres? ¿Continuarán las religiones y las patrias siendo fuentes de sangre? ¿Las rentas del capital continuarán siendo infinitamente superiores al justiprecio del trabajo? ¿Habrá perso-nas que posean doscientos treinta mil millones de pesetas y tras que para llegar a fin e mes tengan que pedir mil pesetas a un amigo? ¿Habrá niños sin vestidos ni calzado? ¿Madres sin leche? ¿Hombres que no encuentren donde expresar su pensamiento? ¿Seguirá habiendo hombres tan sabios en leyes que puedan gobernar a los demás mien-tras a otros nadie les ha enseñado las leyes? ¿Se seguirá educando a los niños de los países afortunados en una religión sólo comprensible por las inteligencias arcangélicas? Son preguntas triviales, casi horteras, y nadie tiene el deber de responderlas.

Tres suicidios. Un buen epílogo de tragedia. No sólo han terminado las vidas de los suicidas, sus proyec-tos personales, sus ideales: se ha liquidado todo un sistema, una teoría, el más grande experimento social que vieron los siglos. Pero ¿cuándo comenzó ese epílogo?.

Quizá cuando Gorbachov difun-dió su proyecto reformista. O ha sido la violenta oposición del pueblo ruso a la teoría marxista y a la praxis leni-nista lo que ha originado el rotundo hundimiento de la caduca revolución institucionalizada. Algunos opinan que el epílogo había comenzado años antes, al llegar al poder Jrus-chov, que intentó la primera desesta-linización. El especialista en temas del Este Francisco Eguiagaray señala otras fechas que también pueden considerarse como principio del es-pectacular desenlace: la firma del pacto entre el comunista Stalin y el fascista Hitler, que propició el estalli-do de la II Guerra Mundial; incluso más atrás: el fracaso de la economía soviética y de la planificación de la agricultura poco después de conclui-da la revolución y la guerra civil, en los años veinte. Esta última fecha quizá resulta demasiado remota para señalar el inicio del epílogo, más adecuada parece para comienzo del primer acto de la tragedia. Sin embar-go, yo me atrevo a señalar una fecha anterior como comienzo de la heca-tombe, de la tragedia, en el más exacto sentido de la palabra, porque a partir de aquel momento el desenla-ce funesto era inevitable. El momento a que me refiero puede situarse en cualquier día de la segunda mitad del siglo pasado, cuando el enfrenta-miento entre las insuperables vanida-des de Marx y de Bakunin escindió a la clase proletaria. Si se desea con-cretar más, puede situarse en la fecha del V congreso de la Internacio-nal.

Las teorías de los dos generosos pensadores se oponían. Marx creía que el porvenir de la clase proletaria, la implantación de la justicia y de la igualdad sociales no serían posibles sin el socialismo autoritario, sin la dictadura del proletariado. Bakunin pensaba lo contrario. Ya su maestro, Proudhon, había advertido a los autoritarios: «Para impedir la arbitra-riedad comercial, caeréis en la arbi-trariedad administrativa; para crear la igualdad, destruiréis la libertad, lo que es la negación de la propia igualdad.» Pero tanto como las dos ideas, los dos programas, se enfrentan los dos hombres. La autosuficiencia de Marx, la soberbia de Bakunin. El mismo día de la derrota de Sedan se abre el V Congreso de la Internacional. El enfrentamiento de las dos tendencias da como resultado la expulsión de Bakunin y con él la de sus seguido-res, los libertarios. Desde entonces se enfrentarán constantemente dos concepciones del socialismo: la auto-ritaria y la libertaria. La escisión dura-ra hasta hoy mismo, hasta los días del epílogo – si mientras tanto los autoritarios no se hubieran dedicado a exterminar a los libertarios-, y se-ñaló su fatal comienzo. La Historia concedería una larga tregua san-grienta, pero la guerra estaba perdi-da. ¿Son galgos o son podencos? ¿Vencerá el socialismo libertario o el socialismo autoritario? La potencia de la URSS es tremenda y el socialismo libertario no tiene tras de sí ninguna potencia; pero es más puro su ideal: el hombre antes que el Estado. Y en éstas, llegan los perros del liberalis-mo asilvestrado y pillan descuidados a los dos conejos.

Hoy -no digo ayer ni mañana- el socialismo autoritario ya no es una utopía, ha tenido casi ochenta años de experimentación, que a la vertigi-nosa velocidad que a los hombres de este siglo nos parece que se suceden los acontecimientos, no son pocos. Y ahí está, a la vista de todos, vencido, humillado, desprestigiado; si no fuera por un siglo de sufrimientos y tanta sangre vertida, podríamos decir que puesto en ridículo. Por contra, el socialismo libertario sigue siendo utópico. Y la utopía, como la caja de Pandora, debajo de las desgracias, oculta en su fondo a «la divina reina de luz, la celeste esperanza». Quizá cuando los proletarios que siguieron a Hegel, Marx, Engels, Lenin, los autoritaristas, tenían la ciencia, los que siguieron a Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkine, Tolstoi, Russell, los libertarios, tenían la canción.

sacado de: Utopias y Hechos, Edicion Insurgente n°65, pag 11. julio 2008

Boletin Informativo del C.E.S »Manuel Gonzalez Prada»

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Los mártires de Chicago abrieron una nueva época

1º DE MAYO

Por: César Lévano

Un obrero de EEUU inició la guerra por las ocho horas

La lucha por la jornada de ocho horas se inició, de forma masiva,  en los Estados Unidos, en 1886. Veinte años después, cuatro dirigentes obreros de Chicago fueron ahorcados, bajo la acusación de un acto terrorista que mató e hirió policías. La justicia confirmó más tarde  que eran inocentes. Entonces comenzó una historia de luchas por los derechos del trabajador.

Brillan de ira los ojos azules de William Sylvis cuando habla de las doce horas diarias de labor que los agobia. Es grueso, bajo, altivo. Sus brazos vigorosos de fundidor se alzan en la medianoche para martillar que las cosas no pueden seguir de esa manera. Rotundamente dice: ¡Hay que conquistar la jornada de ocho horas”.

Se han reunido en torno a la luz de un candil él y otros trabajadores de Filadelfia, EE.UU., que animan el sindicato de fundidores de la localidad. Sylvis ha ingresado en la organización a los 19 años de edad. “¡Amo esta causa sindical!”, escribiría por esos años. “La quiero más que a mi familia o a mi vida. Deseo dedicarle a ella todo lo soy o espero ser en este mundo”.

El genial Sylvis era un obrero por los cuatro costados. Había nacido en Pennsylvania en 1828, en un hogar con diez hijos y exceso de pobreza. En 1866, era un padre de familia que tenia que sostener a cinco hijos con su salario de doce dólares a la semana. Tiempo de crisis y tempestuoso desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos. Los millones de inmigrantes menesterosos, llegados particularmente desde Irlanda y Alemania, constituían una mano menesterosa que prácticamente aceptaba cualquier horario y cualquier paga. En esos años 60 del siglo pasado, el número de fábricas aumentó en los Estados Unidos de 1´300,00 a 2´000,000. En 1870 por primera vez la población industrial iba a ser mayor que la agraria.

Sylvis se colocó en el centro de esa vorágine para expresar el punto de vista de su clase creciente y aplastada. Gracias a esa virtud cardinal fue reconocido por sus hermanos de sufrimiento. En 1863, una convención nacional de la organización lo designó presidente.  Sylvis inició en ese momento, con cien dólares en el bolsillo, una larga marcha a través de quince mil kilómetros durante la cual predicó la necesidad de organizarse y  unirse. Su esfuerzo coincidía con una etapa de luchas y hambre. Entre 1860 y 1865, los salarios habían aumentado en 43 por ciento, los precios, en 116 por ciento.

Por un lado se acumulaba la miseria, por el otro, la riqueza. La coyuntura se agravó con el fin de la guerra civil. La desmovilización, el fin de contratos de guerra, todo contribuyó para que en 1866 se convertirá en año terrible de la lucha social en Norteamérica.

Uno de los signos crueles de esa coyuntura fue el inicio de una campaña de los terratenientes del sur contra los negros. Precisamente el 1, 2 y 3 de mayo de l866, 46 negros de Menfis fueron arrancados de sus casas y ahorcados por blancos histéricos que temían el fin de la esclavitud.

En esa atmósfera se realizó, en agosto de l866 la convención nacional que dio nacimiento a la Unión Nacional de Trabajadores de los Estados Unidos.  En ella, Sylvis representó el ala izquierda. Su voz clamó por derechos iguales para los trabajadores negros y por participación plena de las mujeres en los sindicatos. La mirada de acero de Sylvis penetraba a fondo en lo futuro.

El momento culminante de la asamblea fue cuando Ira Steward, un mecánico a quien muchos consideraban un maniático porque no hacía más que hablar de la jornada de ocho horas , se levantó para proponer, con el apoyo de Sylvis la siguiente resolución:

La primera y gran necesidad del presente para liberar a los trabajadores de este país de la esclavitud capitalista es la aprobación de una ley por la cual ocho horas serán la jornada normal de trabajadores en todos los Estados  de la Unión”.

El voto fue unánimemente a favor. Y entonces empezó en todo el territorio estadounidense la lucha por la jornada de ocho horas.

Guiados por una sentida necesidad, los obreros iniciaron la fundación de Ligas por las Ocho Horas. En California, en 1866, existían más de cincuenta de ellas. Fue tal la fuerza del movimiento, que en 1868, el gobierno federal hizo aprobar una ley que imponía la jornada de ocho horas para los trabajadores empleados por él.

Apenas semanas después del congreso de Baltimore, Carlos Marx instruía a los delegados al Primer Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, realizado en Ginebra, para que hicieran votar una resolución en igual sentido. La medida fue adoptada.

El Congreso propone las ocho horas como límite legal de la jornada de trabajo. puesto que ese límite viene siendo por la generalidad de los trabajadores de los Estados Unidos, el voto del Congreso lo elevará a plataforma común de la clase obrera en todo el mundo”.

Lo que era una reclamación local devino así reivindicación  internacional del proletariado.

LA SEGUNDA OLA

El movimiento obrero, atravesó entre 1866 y 1886, una etapa de crecimiento y crisis. Por un lado, apareció la tendencia moderada, que aspiraba a conquistas graduales y que adquirió la forma organizativa por oficios o especialidades: en lugar de un sindicato de ferroviarios, propiciaba sindicatos de fogoneros, de carriianos, de conductores, etc. El otro sector anhelaba cambio radical en la sociedad y asumía como forma organizativa el sindicato de industria, aquel en que entran todos los trabajadores de una rama industrial. La encarnación de este principio fueron “Los Caballeros del Trabajo”, una entidad al principio secreta, que pronto llegó a dominar el movimiento obrero, gracias a que no discriminaba entre blancos y negros, entre obreros calificados y peones, entre norteamericanos e inmigrantes, entre hombres y mujeres. Esta organización sufrió en los años 70 algunas derrotas que minaron su prestigio.

La tendencia moderada se concentró en la federación Americana de Trabajo (AFL),fundada en 1886 bajo la dirección del líder del Sindicato Nacional de Cigarrero, Samuel Gompers. Esta organización rehuía la acción política. Adolph Strasse, uno de sus dirigentes, había declarado en 1883 ante una comisión del Senado de su país: “Todos nosotros somos hombres prácticos. No tenemos fines últimos. Trabajamos al día. Estamos luchando por objetivos inmediatos, objetivos que pueden ser alcanzados en pocos años”.

El año en que nació la AFL, se produjo un sobresalto que marcó la historia social del mundo. Fue como el estallido de una bomba de tiempo. En efecto, en 1884, una agonizante organización la Federación Sindical de Uniones y Especialistas había aprobado una resolución que decía, escuetamente, “a partir del 1º de mayo de 1866, las ocho horas constituirán la jornada legal de trabajo”.

Por un golpe de fortuna – ha comentado el historiador derechista Norman J. Ware – una resolución aprobada en los monótonos días de 1884, alcanzó maduración en el revolucionario año de 1886 y se convirtió en el punto de unión y el grito de batalla de las fuerzas agresivas ese año… Fue poco más de un gesto, que, debido a las situaciones alteradas de 1886, se convirtió en una amenaza revolucionaria”.

Parece ser que debido al fracaso de otros métodos, la mencionada Federación llegó a la conclusión de que hacía falta una huelga el 1º de mayo de 1866. “Sería vano esperar –expresaba en 1885- una ley de ocho horas como consecuencia  del poder legislativo; una demanda unida para reducir las horas de labor, apoyada por una organización firmemente establecida y determinada, sería mucho más efectiva que cien leyes”.

La idea no fue acogida ni siquiera por los fugaces “Caballeros del Trabajo”. Terrence Powderly, el principal dirigente de éstos, se opuso a la idea de una huelga para el 1º de mayo y en una circular secreta recomendó que, en  vez de eso, los miembros de la organización “escribieran cortos ensayos sobre el tema de las ocho horas”. Al principio se opusieron, con el argumento de que el movimiento por las ocho horas significaba “un compromiso con el sistema del salario”.

Los anarquistas constituían en ese momento una fuerza considerable del movimiento obrero de la Unión, debido al aporte migratorio de radicales italianos y alemanes.

Lo cierto es que la idea de la huelga general por las ocho horas había calado en las bases, y que un grupo de dirigentes socialistas y anarquistas se había puesto a la cabeza de la lucha.

Existía, por otro lado, un sector de inmigrantes anarquistas que se preparaban para acciones de violencia de las cuales nada sabían ni los obreros corrientes, ni los principales luchadores por las ocho horas. Hay razones para suponer que Johann Most, autor de un libro en que se daba consejos para fabricar y arrojar bombas, estuviera detrás de esa corriente terrorista, ajena al movimiento real de los trabajadores.

El principal animador y organizador de la lucha por la huelga del 1º de mayo era en Chicago Albert Parsons. Tenía en 1886, 38 años, a los once años había sido ya obrero gráfico. A los trece, ingresó a la guerra civil como voluntario. Después de contribuir a salvar la unidad de su País, había vuelto al trabajo. Hombre singular este Parsons, encarnación de las mejores virtudes de su pueblo: era idealista y práctico. Poco después de la guerra civil, fundó el periódico “Spectator” en que reclamaba igualdad de derechos para los negros. A los 25 se casó con la india mexicana Lucy Eldine Gonzáles, que fue su gran compañera de lucha en la organización sindical.

El 1º de mayo de 1886 asombró a los propios trabajadores. En todas las ciudades se declararon en huelga miles de trabajadores. En muchas de ellas se realizaron marchas. En Chicago, aunque era sábado, y por lo tanto laborable, ochenta mil obreros se abstuvieron de trabajar. Hubo un desfile en que marchó a la cabeza alegre y vigoroso Parsons con su esposa y sus dos pequeños hijos.

Los diarios habían anunciado para ese día una rebelión desesperada y una matanza general. En el diario “Chicago Mail” se escribió: Hay dos rufianes sueltos en esta ciudad; dos cobardes huidizos que están tramando provocar agitación. Uno de ellos se llama Parsons; el otro, es Spies,,,Márquenlos por hoy. Ténganlos a la vista. Háganlos personalmente responsables de cualquier desorden que ocurra. Hagan con ellos algo ejemplar si se producen los disturbios”.

Sin embargo, la huelga y el desfile fueron ordenados, tranquilos. Los oradores, Parsons, Augusto Spies, anarquista, el socialista Samuel Fielden y Michael Schwab, se limitaron a subrayar la reivindicación horaria.

El lunes 3 de mayo, las cosas se alteraron. En la fábrica McGormick –la famosa Internacional Harbester- los obreros habían decidido proseguir en huelga por las ocho horas. Al enterarse de que grupos de rompehuelgas estaban ingresando al trabajo, formaron piquetes para impedirlo. Entraron en acción, entonces, los famosos Pinkerton. Eran estos una especie de guardia particular que contaba con caballería y artillería y que auxiliaba a algunas industrias para reprimir a su personal. El choque produjo la muerte de cinco huelguistas y heridas graves para decenas de éstos.

El hecho causó indignación. Socialistas y anarquistas lanzaron un llamado a un mitin para el 4 de mayo. Un grupo de anarquistas lanzó incluso la consigna: ”¡Trabajadores!” Armaos y apareced en plena fuerza”.

El hecho es que el mitin fue pacífico. tanto que Parsons acudió con su esposa y sus dos niños. En realidad él había pensado no acudir a la manifestación, debido a que su compañera le informó de una reunión de trabajadores de confección que deseaban su presencia. Sin embargo, a última hora, un obrero le dio el alcance y le pidió que acudiera al mitin, porque faltaban oradores.

Habló Spies, luego Parsons. Mientras intervenía el tercer orador, Samuel Fielden, empezó una lluvia terrible. La multitud que era de 1,500 personas se redujo a 500. Cuando Fielden decía: …”y para concluir”, un numeroso destacamento de policías cargó contra el gentío. En ese instante, alguien lanzó una bomba contra los guardias. Uno de éstos murió en el acto.

Los historiadores del movimiento obrero estadounidense Richard Boyer y Herbert Morais señalan que no fueron pocos los que pensaron que la bomba había sido arrojada por un agente provocador. Igual reflexionó Parsons, que consideró que él iba a ser la principal victima de la provocación, por lo cual escapó de Chicago.

Al día siguiente se desató en los Estados Unidos una histeria de odio antiobrero. Un periodista obrero. John Siwnton escribió en esos días: “La bomba fue un regalo divino para los enemigos del movimiento obrero. La emplearon como un explosivo contra todos los objetivos que el pueblo trabajador persigue, y en defensa de todos los males que el capitalismo busca mantener”.El atentado criminal sirvió para justificar un acoso sin medida contra el sindicalismo clasista naciente en los Estados Unidos; atemorizó a amplios sectores laborales y estimuló las tendencias oportunistas entre los dirigentes.

Al poco tiempo, Parsons, al ver a sus compañeros torturados y amenazados de muerte, decidió entregarse a la justicia. El juicio fue un carnaval d e mentiras, de falsos testimonios y de presiones. En el mundo entero se levantó una campaña para salvar la vida de los acusados. Uno de los miembros del jurado, declaró entonces: “Los colgaremos lo  mismo. Son demasiado inteligentes y demasiado peligrosos para nuestros privilegios”.

La sentencia pronunciada el 20 de agosto de 1886 condenó a la horca a ocho acusados: Parsons, Schwab, Fielden, Spies, Oscar Neebe, Louis Lingg, Adolph Fisher y George Engel.

Durante el juicio, la bella y juvenil heredera de millones Nina Van Zandt se enamoró de Spies, de su lucha por la vida, y decidió casarse con él por poder para ver si así podría mejorar su situación.

A última hora, la sentencia de Schwab y Fielden fue conmutada por la de prisión perpetua, y la de Neebe, por la de 15 años de prisión. Dos días antes de la ejecución, Lingg se suicidó en su celda, fumando un cigarro de fulminato.

El ahorcamiento ocurrió el 11 de noviembre de 1887. Antes de que la cuerda sofocara su respiración, Parsons se dirigió a la concurrencia.

-¿Me dejareis hablar, pueblo de América? Dejadme hablar sheriff Matson. ¡Oh, gente de América, escuchad la voz del pueblo! Oh…

Spies alcanzó a gritar:

-Salud, ¡oh tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces que hoy se sofocan con la muerte!


Engel y Fisher exclamaron:

-¡Hurra por la anarquía!

-Este es el momento más feliz de mi vida!.

Todos habían proclamado su inocencia.

En el 1893, el gobernador de Illinois John Altgeld, en un documento que enumeraba las irregularidades del proceso, proclamó la inocencia de todos los procesados. Fielden, Neebe y Schwab salieron en libertad incondicional.

UNA DEMANDA MUNDIAL

No habían pasado dos años desde el sacrificio de los Mártires, cuando una reunión de la Segunda Internacional, fundada por Federico Engels, acordó convertir el 1º de mayo en día de lucha internacional por las ocho horas.

Se organizará -expresaba la resolución- una gran manifestación internacional con fecha fija de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido los trabajadores intimen a los poderes a reducir legalmente a ocho horas de trabajo y a aplicar las otras resoluciones del congreso internacional de París.

Visto que una manifestación semejante ya ha sido decidida por la American Federation of Labor para el 1º de mayo de 1890, en su congreso de diciembre de 1888 en Saint Louis, se adopta esta fecha para la manifestación internacional”.

Una vez más el movimiento obrero guiado por Marx convertía en campaña internacional una iniciativa de los trabajadores de los Estados Unidos.

EN EL PERU

La conquista de las 8 horas, en 1919, es mérito obrero

Las clase obrera nació en nuestro país sólo a fines del siglo pasado (XIX N.R.). A comienzos de nuestra centuria (XX), los trabajadores fabriles eran apenas unos cuantos miles. Por eso mismo, sorprende la tempranía con que se lanzó al esfuerzo de organización y de reivindicación de las ocho horas. En esto contó la inspiración de Gonzáles Prada. Ya en mayo de 1904 se produce la primera huelga por esa jornada, en el Callao. Jorge Basadre ha reproducido en su “Historia de la República” el pliego de reclamos en que los jornaleros chalacos formularon ese pedido.  El movimiento agitó a Lima y Callao. Revistas de la época muestran a los estibadores del puerto en masiva manifestación ante la prefectura del Callao.  Hubo al final una refriega, en la que murió el joven portuario Florencio Aliaga, primer mártir de las ocho horas en el Perú.

Al año siguiente, 1905, la Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú”, cuyo flamante presidente es Manuel Caracciolo Lévano, organiza la primera conmemoración del Primero de Mayo en el Perú.  Consistirá en una romería, que fue masiva, a la tumba de Florencio Aliaga, y en un acto público en que Manuel Gonzáles Prada pronuncia su decisivo discurso sobre “El intelectual y el obrero”, y Manuel C. Lévano lee su escrito “Qué son los gremios obreros en el Perú y lo que debieran ser”, primer programa proletario de nuestra historia. La Federación proclama ese día en sus estatutos, como cuestión de principio, la lucha por la jornada de ocho horas, y declara su ruptura con el viejo mutualismo. Las idas anarquistas, que Gonzáles Prada ha traído de Europa, penetran en el núcleo obrero de vanguardia.

En esa velada se reunió por primera vez una gran masa de asalariados de Lima y Callao. Durante años sería recordada en los periódicos obreros como “La Pascua roja de los revolucionarios del Perú”. Fue el inicio de un esfuerzo, y no de un gremio, sino a nivel de toda la clase obrera, por la jornada de ocho horas y otras reivindicaciones más inmediatas. Fue, asimismo, el signo de que los trabajadores querían un nuevo tipo de sociedad basado en la justicia.

El reclamo por los ochos horas fue un principio animador de las primeras reclamaciones y esfuerzos sindicales. En Vitarte, en los primeros años del siglo descuellan Luis Felipe Grillo y José Luis García, que saldrán despedidos en 1907. En diciembre de 1912, la lucha por las ocho horas se intensifica. Se convoca una reunión de trabajadores en la llamada Carpa de Moda. Allí el joven panadero Delfín Lévano, a nombre del grupo “La protesta” que edita el periódico de ese nombre, plantea que todos os gremio s reunidos presenten un pliego de reclamaos cuyo punto numero uno sea la jornada de ocho horas. El movimiento se convierte e una huelga amplia en lima y Callao. El 10 de enero de 1913 los jornaleros del puerto se convierten en los primeros peruanos que logran la ansiada conquista. Otros gremios obtienen por lo menos reducción de la jornada.

Vendrán luego años de lucha muy intensa por los derechos proletarios, entre ellos la jornada de ocho horas. En 1916 y 1917, hay huelgas, movilizaciones y masacres en la campiña de Huacho debido a que los peones agrícolas reclaman aumento de salarios y ocho horas de trabajo. En 1917, es abaleada una marcha de esposas y peones y apañadoras de algodón que desfilaban con sus hijos por las calles de Huacho. Aún no se puede precisar cuántas mujeres perecieron en esa matanza.

La acción represiva no doblegó, sino al contrario, a la falange de luchadores de Lima y Callao entre los que entonces ya destacaban Adalberto Fonkén, textil de Vitarte despedido en 1915, Nicolás Gutarra, orador de masas que era carpintero de profesión; el obrero zapatero Carlos Barba, y algunos jóvenes textiles vitartinos como Julio Portocarrero

Precisamente, en el gremio textil surgió la arremetida final de la campaña iniciada en 1904 en el Perú. En diciembre de 1918, Vitarte acordó lanzarse a una huelga de solidaridad con sus compañeros de Inca Cotton del Rimac. Lo hicieron sobre la base de una plataforma común cuyo punto central era la jornada de ocho horas.

El movimiento iniciado por los textiles fue seguido por panaderos, metalúrgicos, construcción civil y otros gremios, que se fueron sumando a la huelga.El 13 de enero de 1919, ésta se transformó en huelga general.

Un testimonio de Haya de la Torre señala la magnitud de esa paralización. Es un texto que, curiosamente, no ha sido publicado íntegramente en el primer tomo de sus obras completas. Lo leí por primera vez, a mimeógrafo, en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, hace muchos años. Luego apareció en la revista “Apra” el 22 de febrero de 1946. El fragmento notable indica que cuando eran cerca de las dos de la tarde del 13 de enero de 1919, los estudiantes acordaron nombrar tres delegados ante los trabajadores en lucha por las ocho horas, la huelga “se había extendido ya en Lima, Callao, balnearios y valles aledaños. El comercio había cerrado sus puertas; no circulaba ningún vehículo público ni particular y se habían producido durante la mañana en los mercados choques callejeros entre grupos de pueblo y la fuerza armada. Fuertes pelotones de caballería recorrían las calles, y en parques y plazas se habían emplazado ametralladoras y grupos de infantería. Llena de rumores la ciudad, había un clima de gran alarma”.

Tal fue la intensidad de ese movimiento obrero que arrancó tras quince años de lucha incesante, el 15 de enero de 1919, la jornada de ocho horas a escala nacional.

El texto publicado en las obras completas de Haya omite más de la mitad del original. Uno de los pasajes expurgados u olvidados rinde homenaje a los obreros que dirigieron la lucha por las ocho horas desde principios de siglo y a “la moderna organización sindical, que impusieron los anarquistas, afirmada en una moral revolucionaria incorruptible y admirable”.

La conquista de las ocho horas debe ser vista como un proceso, no como un acto súbito. A lo largo de quince años los trabajadores peruanos en los centros fundamentales de la producción moderna empeñaron esfuerzos abnegados y múltiples. Prensa obrera, grupos teatrales, coros proletarios, bibliotecas obreras, veladas de cultura, y no sólo combates callejeros o masacre y tortura, amasaron esa tempestad de masas que permitió que la jornada de ocho horas se conquistara aquí antes que en Francia o Alemania, y antes que en Chile o Argentina, países que contaban con un proletariado mucho más numerosos y, además, de larga trayectoria.

No deja de ser interesante que los dos ideólogos que compartieron la dirección del movimiento popular a partir de los años 20, José Carlos Mariátegui y Haya de la Torre, se vincularan de algún modo con el movimiento de las ocho horas. Haya, en una delegación estudiantil, Mariátegui a través del diario “El Tiempo”, clausurado por el presidente José Pardo el primer día del paro final, “por soliviantar el ánimo de las clases populares”. Es decir, por solidarizarse con el movimiento de los trabajadores.

A partir de entonces, los senderos se bifurcan. El anarquismo que había orientado toda la primera etapa del movimiento proletario, entra en crisis. El Marxismo-leninismo de Mariátegui y el surgente aprisa de Haya van a ocupar en adelante el centro de la escena del movimiento obrero y popular. El movimiento obrero, cumplida su fase se aprendizaje, se lanzará en pos de otras conquistas dentro de una estrategia histórica de más vasta entraña política.

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  • Texto publicado el 1 de mayo de 1984.

sacadp de: www.pcpperuano.com / http://www.pcperuano.com/index.php?option=com_content&view=article&id=683:cesar-levano&catid=1:coyuntura&Itemid=26

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Raíces del anarquismo en Perú

En Perú, ese profundo movimiento cultural y revulsivo que es el anarquismo tiene raíces centenarias. Cuando aparecieron en América Latina, los movimientos con rasgos socialistas libertarios provinieron de fuentes múltiples. Una de ellas fue la influencia de los derrotados de la Comuna de París, que se desparramaron por América después de 1871, trayendo consigo los ecos fermentales de su lucha. También los internacionalistas de la Primera Internacional de los Trabajadores, que contribuyeron a la concienciación de la fuerza del trabajo organizado, generando la autoestima de su propia fuerza y la solidaridad entre los de abajo: «La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos». Consigna viva.
Pero el anarquismo tuvo en el Perú la coincidencia de otra fuerza poderosa. La organización rebelde e internacional comenzó en Perú al nivel de otros pueblos latinoamericanos, por iguales necesidades. Pero para sorpresa de los primeros anarquistas, constataron que el comunismo agrario libertario, con raíces en Villamar y Nueva Granada, coincidía totalmente en el espíritu del colectivismo agrario comunitario de los ayllus, de los quechuas-aymaras, de los calpulli, de los mayas aztecas o el mir ruso. En el Perú como en todo el tawantisuyu, era distinto el socialismo de Estado del Imperio Inca. Mantenían la horizontalidad de su organización tribal, y el tiempo vital de sus etnias.
Se destacó como evaluador de estas características, entre otros, Manuel González Prada, quien recibió la impronta del movimiento obrero anarquista internacional, ejerciendo a su vez una influencia profunda sobre el anarquismo peruano.
La Federación de Obreros Panaderos Estrella del Perú surgió en 1904 (nosotros iniciábamos una guerra civil) luchando por el reconocimiento de la organización y de las ocho horas de trabajo. En 1907 los anarquistas crearon el Centro Socialista Primero de Mayo, que dio origen al Centro de Estudios Sociales Primero de Mayo. En 1913, los anarquistas organizaron una Federación Obrera Regional Peruana con estatutos similares a la Federación Obrera Regional Argentina.
En 1919, el dirigente estudiantil Haya de la Torre difundió la doctrina de la socialdemocracia, junto a Mariátegui y César Falcón, propiciando un socialismo de Estado. Contrario a él fue González Prada, que adoptaba el internacionalismo de acción directa de la Primera Internacional en su obra «Horas de lucha» de 1908 (Uruguay padecía al represor Williman y a su jefe de policía West). Luego continuaba su actividad anarquista en el periódico libertario Los parias.
Los hermanos Flores Magón, Práxedes de Guerrero y Emiliano Zapata en México tuvieron un pie indígena, como los líderes obreros peruanos de principios de siglo, como Franken y Gutarra, periodistas y organizadores obreros clásicos que expresaron propaganda libertaria.
Es por demás interesante conocer en la actualidad cuál fue la lucha de González Prada y compañeros. Por un lado contra los propagadores de la socialdemocracia marxista, la misma que en Rusia desembocaría en el zarismo rojo, y a renglón seguido en el capitalismo desarrollista actual. Su segundo frente fue contra el populismo nacionalista del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), cuyo triste final, para vaticinio de González Prada, vino dado por el gobierno de Alan García, administración que desapareció entre los escándalos de corrupción y entreguismo, muy similares en todo al gobierno español de Felipe González.
¿Tenían razón o no los anarquistas peruanos, que con González Prada combatían los gobiernos populistas desde 1905? La revolución rusa y el llamado socialismo marxista, con su Tercera Internacional, aislaron al anarquismo, planteando un debate político parlamentario, del cual, con la prueba experimental, salió perdido para siempre el marxismo, restándole para sobrevivir la adaptación de ideas libertarias.
¿Se debe repetir el proceso una, otra y otra vez?

L.A.G.
(Opción libertaria)

Sacado de: Tierra y Libertad, n° 187 – Febrero del 2004

http://www.nodo50.org/tierraylibertad/187.html#articulo9

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Presencia libertaria en el Perú

¡La anarquía ya esta aquí!

Generalmente siempre que se habla de socialismo se identifica mecánicamente con marxismo o con socialdemocracia. Quienes incurren en tamaño error son muchas veces católicos, liberales, fascistas. Lo más triste es que marxistas también caen en la misma cantaleta. Si nos remitimos a la historia y a los textos tenemos que hubo socialismo utópico y socialismo científico. Es más Marx que es un autor muy difundido en nuestros medios sindicales y universitarios en el “Manifiesto Comunista” habla incluso de
socialismo feudal. Del socialismo utópico es un digno representante Fourier. Un autor poco leído ayer y hoy en el Perú. Eso debido a que algunos se basan sólo en sus viejos manuales de materialismo dialéctico–histórico y consideran que todo aquello que no es mencionado allí o es etiquetado de burgués o pequeño burgués, reformistas, revisionistas, anti –comunistas, o contra–revolucionario, por tanto no vale la pena conocerlo. Algunos más abyectos al autoritarismo de sus iluminados jerarcas político partidarios obedecen ovejunamente sobre un índex de textos prohibidos de leer para la militancia. Este penoso caso lo han sufrido las huestes del PCP y de los socialfascistas de Patria Roja (Perros). Consideramos necesario volver a leer a Fourier. Este autor no sólo ha sido objeto de silenciamiento sino que incluso ha sido víctima de los liberticidas liberales. Así tenemos que Ludwing Von Misses escribió en su libro “El liberalismo” sobre el
“complejo de Fourier”. ¿Por qué? Por la sencilla razón que Fourier critico los fundamentos del liberalismo. ¿Y eso que tiene que ver con nosotros? La respuesta es que el complejo de Fourier no es algo que le incumba sólo a este individuo sino que se hace extensivo a todo aquel que cuestione a los ídolos del templo liberal. Los liberales dicen ser tolerantes y antidogmaticos, pero todo ello acaba en la confrontación de ideas y en tiempos de ascenso popular. Resultan en la práctica tan intolerantes que tienen que recurrir al fascismo para salvar sus dogmas de propiedad privada de los medios de producción, división social del trabajo, jerarquías, producción indiscriminada de mercancías (inclusive superfluas) etc. De paso salvan sus privilegios. Adicionalmente debemos recalcar que para hablar de complejos es necesario mínimamente tener formación en psicología. Misses no era Sigmund Freud. Misses fue sólo economista. Economista lacayo del Capital. Así que mal hace de escribir sobre complejo de Fourier. Con su misma retorcida lógica
también nosotros podríamos hablar de complejo de Von Misses y aplicarlo a cualquier plumífero de la reacción. Respecto al socialismo científico se ha escrito mucho. Por obra y gracia de Marx y Engels se entiende como sinónimo de marxismo. Pero es válido preguntarnos: ¿el socialismo necesariamente debe ser científico?, ¿Quien es el ente para evaluar la cientificidad del socialismo?, ¿Cómo podemos probar
que el socialismo es científico?, ¿Aquel socialista que no es marxista es anticientífico, científico burgués (¿?) ó también es científico o potencialmente pueda llegar a serlo? Desde nuestra posición libertaria Proudhon fue socialista científico. Y podemos incluso defender esta tesis acudiendo al mismísimo Karl Marx. Mucho es lo que se puede leer y escribir sobre el movimiento libertario. Abunda información por doquier, por medio de libros clásicos, periódicos (como “Tierra y libertad” publicado por la Federación Anarquista Ibérica (FAI) o “La Protesta” (tanto en su versión argentina, o peruana)), revistas, cancioneros,
poemarios y con los adelantos de la revolución tecno–científica a través de las bibliotecas libertarias en Internet como es el caso de la “Biblioteca Antorcha”.Alguna vez debatiendo en el Agora Popular con un tal
Jaime (muy orgulloso él de adherir a la ideología de la clase) evidencia la total ignorancia que se tiene sobre el anarquismo. Según este sujeto el anarquismo era idealista porque Proudhon “había bebido de los Enciclopedistas que eran Teósofos” y por ello eran soporte del capitalismo. Tamaño contrabando. Al intervenir tuve que esclarecer que los muy materialistas y ateos de Marx y Engels estudiaron la obra de los enciclopedistas y que inclusive la recomendaban para sustentar el ateísmo. También el hecho de ser materialista no asegura ser revolucionario, ni el ser idealista lo hace a uno automáticamente reaccionario. Tanto es así que J.C.M. lo planteo en “Defensa del Marxismo”. El mismo Vladimir Ilich Ulianov, en alguna ocasión, afirmo categóricamente que era necesario tener 12 Tolstoy en la revolución rusa. No esta demás recordar que por su obra Tolstoy esta considerado anarco–cristiano. El filósofo Libertario Angel Capeletti por tanto, lo consideraba idealista. La cosa no queda allí porque el mismo Lenin planteo publicar las obras
de Bakunin y Kropotkin. Incluso a este último trato de darle cierto grado de protección Estatal, aún a sabiendas del contenido de las “cartas al camarada Lenin”. Esos “idealistas, reaccionarios, anti partido y anti dictadura del proletariado”, en vez de disfrutar de las prebendas del régimen capitalista, denunciaron ayer y hoy sus falacias y su oprobiosa iniquidad. Dieron generosamente sus vidas en aras de un mundo mejor. El mundo nuevo, Sin Dios ni amo. Ejemplo de ello lo tenemos en los mártires de Chicago y durante la revolución social en España. Es más, en base a esto rete a tal charlatán a efectuar un balance histórico entre quienes se beneficiaron con el accionar libertario y con el de su social fascismo senderista.
Así tenemos que en el Perú las primeras sociedades de resistencia, sindicatos revolucionarios (no reformistas e incluso anti–reformistas), prensa netamente obrera, bibliotecas obreras, veladas artístico–culturales, difusión del ideario libertario entre nuestros indígenas, fueron obra de los anarquistas. Todo ello se hizo en la medida que desde aquel entonces la ignorancia sobre la cuestión social era sumamente alarmante. Proudhon tuvo el acierto de escribir en su magna obra ¿Qué es la propiedad? que: “La ignorancia general provoca la tiranía general”. Por tanto es necesario estudiar y conocer como funciona el sistema establecido, así como es nuestra situación que tenemos y de que adolecemos para así estar aptos para la
confrontación con los capitalistas en cualquier nivel. Todo esto se materializo en la práctica cotidiana de la acción directa (boicot, sabotaje, Huelgas) en contra del Capital y el Estado.
Tuvimos la FORP y la FOL. Nuestro proletariado obtuvo la tan anhelada conquista histórica de las 8 horas y una serie de leyes en beneficio del pueblo peruano. En aquel entonces se laboraba hasta 16 horas diarias. Durante casi 11 años de ardua e infatigable labor, anarquistas de la talla histórica de Manuel Caracciolo Levano, Delfín Levano, Carlos Barba, Fonken y tantos más, organizaron en base a los principios filosóficos anarquistas a nuestra naciente clase obrera. Este hecho trascendental en la historia de las luchas sociales en nuestro medio ha sido olímpicamente soterrados por J.C.M. y su secretario Ricardo Martínez de la Torre.
Entonces en base a lo anteriormente mencionado tenemos que quien se benefició con el accionar libertario en Perú fueron los mismos trabajadores peruanos. Para ello no fueron necesarios las chácharas liberales, ni los jefes máximos, ni las vanguardias que nos iban a llevar al comunismo sin revolución alguna.
Por ello que aún en situaciones difíciles y adversas el batallar libertario por libertad y justicia es apreciado con más afecto y respeto por parte de los trabajadores peruanos no contaminados por la aristocracia obrera. En contrapartida, de la guerra popular (que de popular sólo lleva el cliché) de los fanáticos y tanaticos seguidores de Guzmán Reinoso (metafísico en filosofía y socialfascista–claudicante en su accionar político) únicamente se beneficiaron los jerarcas del Comité Central. La militancia muertos o en cárcel, comunidades indígenas barridas a fuego por el genocidio tanto estatal como de la secta con ínfulas político–partidaria, el descrédito e inclusive aversión sobre todo por parte de los jóvenes de palabras como socialismo ó revolución.

Manuel G. Humala Urrutia

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