(Video) SeeP: Gonzalez Prada, el gran radical

Video de Seep (Sucedio en el Perù), Tv peruana; sobre la vida de Manuel Gonzalez Prada.

Links:

parte 1: http://www.youtube.com/watch?v=moTSxYj8FDc

parte 2: http://www.youtube.com/watch?v=nZRJd8CFpTM

parte 3: http://www.youtube.com/watch?v=YiNwzc4NpFU

parte 4: http://www.youtube.com/watch?v=oR445jUz8Ao

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La Historia de los Panaderos Anarquistas

Por: Jaime Ariansen Céspedes – Instituto de los Andes

Nuestros antepasados precolombinos llamaban al pan tanta, también sanco o shanku cuando lo utilizaban ceremonialmente. Los preparaban moliendo el maíz en batán y cocinando la pasta directamente sobre las piedras calientes del hogar, en el rescoldo o en ollas de barro, con y sin agua. Dependiendo del lugar del Tawantinsuyo, habían modificaciones en cuanto a la manera de procesarlo.

Para completar el cuadro consumían la Ajja, que constituía una especie de pan liquido, chicha espesa, muy nutritiva, elaborada principalmente con maíz germinado, llamado jora, y también utilizaban para este propósito quinua, kiwicha o maní y así obtenían un nutriente ideal, especialmente para niños y ancianos.

Tiempo después llegó el pan de trigo, que fue amasado y horneado por primera vez, por la muy especial dama española doña Inés Muñoz, cuñada de Francisco Pizarro, en las postrimerías del año 1535. El pan de trigo fue el primer alimento preparado impuesto masivamente por los conquistadores hispanos en la dieta de los nativos.

Ambos tipos de pan, tienen ganado un lugar importante en la historia de la gastronomía peruana, principalmente por ese dicho de “pan y circo” antigua sentencia de la demagogia política, que los gobernantes de turno, de las diversas épocas, se encargaron de poner en practica. Controlando de una u otra manera la producción, distribución, el costo y el precio de venta del pan. Manteniéndolo siempre al alcance de las clases populares, hasta convertirlo en uno de los principales alimentos en el ámbito nacional.

Esta situación, que llega hasta nuestros días, nos obliga a importar grandes cantidades de trigo, cuya tecnología agraria es ya muy sofisticada y manejada en el aspecto comercial por un cartel que controla con mano dura y calculada política, el complejo mercado internacional.

En el Perú, por la geografía accidentada de nuestro territorio, la ausencia de lluvias en la costa central, la falta de riego controlado y barato a gran escala, la tupida floresta en la selva tropical y otro tipo de problemas del agro nacional, suman las condiciones que determinan que no tengamos todavía, grandes pampas con agua suficiente, que permitan sembrar en forma económica este cereal y por lo tanto resulta mas barato importarlo que sembrarlo.
Durante las negociaciones del famoso TLC, un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, algunos de los temas principales de la agenda y la discusión popular, han sido las condiciones y el costo de nuestra producción de trigo y su precio internacional, generalmente subsidiado.

El pan nuestro de cada día, ya estaba anotado como principal punto de la agenda política a principios del Siglo XX y nos lo acaba de recordar el Fondo Editorial del Congreso de la Republica al publicar un libro que narra la historia de la lucha sindical de dos pioneros Don Manuel Caracciolo Lévano Chumpitas (1862-1936) y su hijo Delfín Lévano (1886-1941), los autores son Cesar Lévano, hijo y nieto de estos dos luchadores sociales y Luis Tejada, otro brillante escritor.

En el año 1901, sorprende a los limeños una singular protesta, nada menos que una huelga de panaderos, que enarbolan la bandera de lucha por la jornada de ocho horas de trabajo. En esos momentos los panaderos tenían las peores condiciones laborales que se puedan imaginar, comenzaban la jornada prácticamente a media noche, a las tres de la madrugada y terminaban hacia las seis de la tarde, mas de quince horas de gran esfuerzo en lugares pequeños, muy calientes y lo sustancial, con un sueldo mínimo, que no alcanzaba para cubrir lo más elemental de la canasta de subsistencias familiar.

Si a estas malas condiciones le añadimos una absoluta inestabilidad laboral, a merced del genio y humor del capataz, generalmente muy áspero, porque la crisis permanente le llegaban a él también, es decir cuando llueve todos se mojan y por supuesto la ausencia de otro tipo de beneficios sociales. Entonces fue perfectamente lógico y comprensible encontrar un día cerradas las panaderías de los respectivos barrios.

Es necesario narrar una tríada de episodios relacionados a la historia de los panaderos anarquistas, primero las características de esta utopía sindical y libertaria de los Lévano, luego la conducción ideológica de don Manuel González Prada y finalmente la comprensión de la época donde transcurren los hechos, los primeros años del siglo XX.

Por supuesto bajo hilo conductor del protagonista, el pan:

Nuestro tanta, el shanku y sus pares de maíz, la tortilla y el taco, la arepa y la hallaca junto con los panes de trigo de la época en que transcurre esta historia, el criollo francés, español, cachito, campesino, carioca, chancay, colisa, de molde, de punta, media luna, petipan, pinganillo, popular, tolette, trencitas y yema.

y los modernos, los añadidos en los últimos años, el baguette, brioche, ciabatta, croissant, hamburguesa, hot dog, pita, rosetta, sacramento, toscana y trípoli.

A comienzos del siglo XX los pudientes limeños tenían la costumbre de comprar pan fresco, recién horneado, crocante, calientito, tres veces al día, en la panadería del barrio, que siempre quedaba cerca de la casa. Temprano, para el desayuno, al medio día para el almuerzo y a las cinco de la tarde, para el lonche y la cena de las ocho de la noche. Era el protagonista, el compañero ideal de las cuatro comidas diarias de la dieta familiar.

Con la huelga de 1901, se inician dos décadas de lucha, hasta 1919 donde recién se logra la ansiada jornada de las ocho horas de trabajo.

Esta conquista social se la debemos al movimiento anarquista de los obreros panaderos, que lograron organizar a los diversos y dispersos sindicatos de Lima y tuvieron la energía y convicción para “exportar” su movimiento a las diversas regiones del Perú.

Es muy importante señalar, que no solo se trató de un reclamo laboral, sino un movimiento ideológico y cultural, al fundar centros de difusión política, editar periódicos y revistas, alentar la literatura, el teatro, la música y de alguna manera poner las semillas de dos grandes partidos políticos el Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre y el Socialista de José Carlos Mariátegui.

El ideólogo, maestro y guía de este movimiento sindical y anarquista fue don Manuel González Prada (1844-1918) . Nacido en familia de abolengo, se apartó de ella y de la aristocracia para acercarse a los trabajadores manuales. En su aspecto literario fue durante una época un importante miembro del Ateneo de Lima junto con Ricardo Palma, pero su espíritu critico al sistema establecido, lo fue alejando de la tradición literaria y lo indujo a la fundación de otro círculo literario, con el propósito de proponer una nueva literatura basada en la ciencia y orientada a lo que llamaba la modernidad.

Referente a la política, don Manuel se alejó del partido Civilista al que pertenecía, para fundar con un grupo de libres pensadores un partido radical, la Unión Nacional. Este partido lo nombró candidato presidencial, pero él en un acto que lo retrata de cuerpo entero, negó su propio caudillaje y simplemente se fue a Europa.

En sus primeros ensayos, divulgó las ideas positivistas de Auguste Comte. Sin embargo, terminó convirtiéndose en partidario del anarquismo, pensamiento político muy criticado por el filósofo francés.

Manuel González Prada siempre fue un permanente y ácido critico, especialmente de todo lo que fuera conservador, en discursos académicos, en rueda de amigos, desde cualquier tribuna y en el periódico de mayor importancia, El Comercio. Después de poco tiempo, había ofendido a todos. Mucha gente lo evitaba, otros lo detestaban, nadie quería publicarlo más. Había llegado la época de tomar nuevos rumbos, de nutrir su intelecto y su alma en el viejo mundo.

Después de su estadía en Europa (1891-1898), vuelve al Perú, ahora es un socialista muy especial, se acerca al proletario. Alejado de la prensa escrita y la literatura, publica sus ensayos políticos en pequeñas imprentas de barrio.

Es de interés histórico para este articulo, disfrutar de algunos párrafos de su discurso leído el l de mayo de 1905 en la Federación de Obreros Panaderos.

<Señores: No sonrían si comenzamos por traducir los versos de un poeta….

– En la tarde de un día cálido, la Naturaleza se adormece a los rayos del Sol, como una mujer extenuada por las caricias de su amante.

– El gañán, bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:

– ¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo.

– ¡Cómo te engañas, oh labrador! responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo y podemos decirnos hermanos; porque, si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma»…

Esta poesía nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al derramar ideas en los cerebros, que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos, que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos.

Pero ¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual? Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura, el albañil al nivelar una pared, el tipógrafo al hacer una compuesta, el carpintero al ajustar un ensamblaje, el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro piensa y cavila.

Sólo hay un trabajo ciego y material – el de la máquina; donde funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo mismo sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles, al escultor el cincel, al músico el instrumento, al escritor la pluma; hasta al orador le cansa y agobia el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en cruz.

Las obras humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa. En algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Al viajar por ellas, figurémonos que nuestro wagón se desliza por rieles clavados sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas, imaginémonos también que atravesarnos una especie de cementerio donde cuadros, estatuas y libros encierran no sólo el pensamiento sino la vida de los autores.

Ustedes (nos dirigimos únicamente a los panaderos), ustedes velan amasando la harina, vigilando la fermentación de la masa y templando el calor de los hornos. Al mismo tiempo, muchos que no elaboran pan velan también, aguzando su cerebro, manejando la pluma y luchando con las formidables acometidas del sueño: son los intelectuales… son los periodistas. Cuando en las primeras horas de la mañana sale de las prensas el diario húmedo y tentador, a la vez que surge de los hornos el pan oloroso y provocativo, debemos demandarnos: ¿quién aprovechó más su noche, el diarista o el panadero?…. iguales mis queridos compañeros… era sin dudas una época muy romántica, especial, llena de esperanzas, cargada de sueños, que tenemos todavía que hacer realidad.

http://www.historiadelagastronomia.com/articles/86/1/LA-HISTORIA-DE-LOS-PANADEROS-ANARQUISTAS/Page1.html

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Fernando Fernán-Gómez: Escritor, cineasta y anarquista

Su madre era también cómica, Fernando nació en Lima en agosto de 1921 durante una gira por Latinoamérica, aunque fue inscrito en Buenos Aires conservando la nacionalidad argentina durante mucho tiempo. Su padre nunca lo reconoció y solo años más tarde tuvieron cierto contacto, siendo en cualquier caso una figura para la que tuvo más bien desdén, muy al contrario que la de su madre y sobre todo la de su abuela. La condición de pertenecer a una estirpe de grandes actores se completa hoy en día con sorpresa cuando se puede ya afirmar con seguridad que Fernán-Gómez fue hijo de Fernando Díaz de Mendoza, hijo de la gran actriz María Guerrero, de la cual se dice que no veía con buenos ojos que su hijo saliera con una actriz, Carola Fernán-Gómez, por lo que la consiguió un contrato en un espectáculo por América estando ya embarazada del que sería, poco lo podía imaginar la severa e intransigente María Guerrero, genial cómico.
La infancia y juventud de Fernán-Gómez se localizan en Madrid, viviendo trascendentales acontecimientos políticos y la vida cotidiana de lo que será la ciudad cercada y bombardeada en la Guerra Civil. En ese contexto escribirá sus primeros versos y comenzará su carrera de actor en el cuadro artístico de su colegio; se apuntó en una escuela de arte dramático de la CNT, donde tuvo a los mejores maestros de declamación como Carmen Seco y Gaspar Campos, y se inició en teatros de guerra como el Pavón o el Eslava. Su primer contacto con el anarquismo le vino por la pertenencia de su tío a la Confederación y el hecho de llevar a casa mucha propaganda ácrata. Ya en la posguerra, Jardiel Poncela adaptó para él un papel, el de Peter el Pelirrojo, en Los ladrones somos gente honrada. Hay quien opina que solo en esta época Fernán-Gómez fue verdaderamente feliz en el teatro, el cual dejaría definitivamente en 1992 harto de la repetición diaria y de actitudes de cierto público. «No hago teatro porque no me gusta que la gente vaya a verme cuando estoy trabajando», es otra hilarante sentencia para el recuerdo.
Poco después de la experiencia en la obra de Poncela iniciará papeles en el cine: «Once años de personajes estúpidos, de películas casi siempre inocuas, de sueldos miserables, de hambre, de largas épocas de parada, de momentos -larguísimos momentos, momentos que no deben llamarse así- de desaliento, de desesperanza». El pelirrojo actor debutó en el año 43 con Juan de Orduña y siguió trabajando hasta prácticamente el final, siendo su última película Mia Sarah, del joven realizador Gustavo Ron. En ese trayecto interpretó admirablemente papeles en films de desigual calidad en los que su talento parecía estar por encima del bien y del mal. Un gran éxito de Fernán-Gómez se produjo con Balarrasa, dirigida por Nieves Conde, producida en 1950 por Cifesa y rodada en los estudios Sevilla Films siguiendo el modelo fastuoso de Hollywood -en un país pobre-; era una película, como él mismo actor dijo, de «curas» y de «guerra», de argumento ingenuo y maniqueo como correspondía a la época. Nada con este cine religioso tenía que ver Esa pareja feliz (1953, Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga), cuyos propósitos se pueden asemejar al neorrealismo italiano inaugurando una renovación del cine español, y que protagonizó Fernán-Gómez como actor ya consagrado. Quizá sus últimos dos grandes papeles se dieron en dos buenas películas, pero que quizá hubieran corrido otra suerte sin la dimensión que supo darle el genial intérprete: el memorable maestro de La lengua de las mariposas (1999, José Luis Cuerda) y el entrañable anciano obsesionado con su pasado en En la ciudad sin límites (2002, Antonio Hernández).
Desde muy pronto se consideró a Fernán-Gómez como una actor intelectual, en ello influyó seguramente su continua asistencia al Gran Café de Gijón, «una isla de libertad durante el franquismo» como lo definió Francisco Umbral. Fruto de la influencia del Gijón pueden considerarse varias obras de teatro, algún libro de versos y la novela humorística El vendedor de naranjas, publicada en su primera edición por el también contertulio Giner. Como ya se ha insinuado, el ambicioso autor algo oculto que fue en sus inicios Fernán-Gómez esperaría años para ir trabajando en mejores obras. Realizó guiones y dirección de películas mal estrenadas en cines de barrio y que ahora resultan auténticas joyas de filmoteca: La vida por delante, El mundo sigue, El extraño viaje. El guión de La vida por delante lo escribió Fernán-Gomez junto a su gran amigo el escritor Manuel Pilares con la intención de realizar una «sátira de la chapuza española», sin que considere su director que esa idea se trasluzca bien en el film y califica el resultado como una comedia ligera, a pesar de que fue considerada por algunos izquierdistas como una valiosa película de oposición al régimen. El mundo sigue (1963) no llegó a estrenarse en su momento, era una adaptación de la novela homónima de Juan Antonio de Zunzunegui, se sitúa en el Madrid posterior a la Guerra Civil y habla de la «pobre gente», fijación que Fernán-Gómez consideraba recurrente en su obra. Más conocida por el gran público es El extraño viaje (1964), rodada en un momento en que declinaba la carrera como actor de Fernán-Gómez y su situación económica no era la mejor; el guión de Pedro Beltrán tiene como origen una idea de Berlanga, muy aficionado a inventar una solución a los crímenes misteriosos, inspirada en un hecho real conocido como «El crimen de Mazarrón». La película, que tardó seis años en ser exhibida, resulta una pieza ejemplar de humor negro, un impagable cuadro del represivo provincianismo franquista. Una de sus películas más valoradas como director es El viaje a ninguna parte (1986), terrible crónica de la vida de los cómicos en los caminos de la triste España de los años 50. Primero fue serial radiofónico, más tarde novela y finalmente la gran película premiada en la primera edición de los llamados Premios Goya. La historia es tan divertida como trágica y cruel, contada desde el punto de vista de uno de los protagonistas de ese vagabundear de la vida de los cómicos, cuya memoria le juega malas pasadas mezclando sueños y realidad y cree haber vivido unos éxitos inexistentes en su profesión. Quizá pueda considerarse ésta la película definitiva sobre una profesión que tan bien conocía su autor.
Casi las últimas cuatro décadas de su vida estuvo a su lado la que fue su última compañera sentimental, Emma Cohen, mujer vitalista y comprometida que aterrizó en el panorama cinematográfico español, después de haber vivido el Mayo francés, con grandes deseos de trabajar, crear y cambiar el mundo. La conoció Fernán-Gómez en la década de los setenta, que considera «mi mejor verano, un poco tardío, pues me llegó en pleno otoño», según cuenta en sus memorias: «Era joven, hermosa, alegre, pensativa. Le gustaba leer, quería trabajar en el cine, en el teatro, dirigir películas, escribir, cambiar el mundo». Quizá fue por su aparición, pero la carrera de Fernán-Gómez mejoró notablemente y le ofrecieron protagonizar, en un momento político muy propicio, la obra de Ibsen Un enemigo del pueblo; otras obras teatrales destacables de esta época son La pereza, de Ricardo Talesnik, o A los hombres futuros, yo, de Bertolt Brecht. Sus papeles en el cine fueron numerosos en una serie de películas que nada tenían que ver con lo que había hecho anteriormente en cuanto a logros e intenciones, merecen la pena destacarse Ana y los lobos, de Carlos Saura, El espíritu de la colmena, de Víctor Erice y El amor del capitán Brando, de Jaime de Armiñán.
No es una película de las más valoradas, por él mismo como director, Mi hija Hildegart (1977), pero posee un indudable interés. Está basada en el libro Aurora de sangre de Eduardo de Guzmán, basado en una increíble historial real ocurrida en la España republicana. Aurora es una feminista convencida que decide engendrar a la mujer perfecta que encabezará la causa liberadora femenina; sometida a una ferrea educación, Hildegart es ya a los 18 años toda una institución en los ambientes intelectuales y revolucionarios de Madrid, llegando su fama más allá de las fronteras del país (Sigmund Freud o H. G. Wells son destacadas figuras con las que se carteaba). En el dramático final de la historia, Hildegart se enamora y trata de escapar al control de su madre en un trayecto que puede ser contemplado como un tránsito ideológico del socialismo autoritario al libertario.
Tal y como dijo Eduardo Haro Tecglen, en la obra Las bicicletas son para el verano -incuestionablemente, una de las mejores del teatro contemporáneo-, cargada de resonancias autobiográficas, se recoge el sentido de las aspiraciones de un grupo de personas que pierde la ocasión histórica de cambiar de vida y cambiar la vida. Aunque la familia protagonista no es una clara víctima de la opresión de clase, ni tiene una ideología muy definida -el propio autor la calificó de obra de «antihéroes»-, el pensamiento ácrata resulta clave en el desarrollo de la obra y hace declaración de intenciones en boca del miliciano Anselmo de manera tosca e ingenua: «Primero, a crear riqueza; y luego, a disfrutarla. Que trabajen las máquinas. Los sindicatos lo van a industrializar todo. La jornada de trabajo, cada vez más corta; y la gente, al campo, al cine o a donde sea, a divertirse con los críos… Con los críos y con las gachís… Pero sin hostias de matrimonio ni de familia, ni documentos, ni juez, ni cura. Amor libre, señor, amor libre… Libertad en todo: en el trabajo, en el amor, en vivir donde te salga de los cojones». La frase final de la pieza teatral forma ya parte también de la cultura popular y de la historia de este país que tantos problemas tiene con su memoria: «No ha llegado la paz, ha llegado la victoria».
A partir de los años ochenta se muestra muy prolífico en la escritura, con artículos en diversos periódicos, numerosos ensayos y novelas donde destacan: El mal amor, situada en la Castilla medieval pero que con una visión irónica y maliciosa trata conflictos que no pertenecen a una sola época; El mar y el tiempo, que también convirtió en película dirigida por él mismo en el año 1989, triste visión y análisis de los años finales del franquismo; El ascensor de los borrachos, reflexión sobre el paso de los años hecha con un humor sutil y melancólico; La Puerta del Sol, crónica de la historia de España desde los inicios de la Primera Guerra Mundial hasta los años 50, muestra su reivindicaciones anarquistas a pesar del pesimismo que envuelve la obra; La cruz y el lirio dorado es otra novela histórica situada en la Florencia del siglo XV donde se muestran las intrigas de la Iglesia para colocar a determinadas familias en el poder.
Los que trataron a Fernando Fernán-Gómez hablan de un hombre bueno, caballeroso, excelente conversador, lleno de sentido del humor, extremadamente tímido, que mostraba una inseguridad que podía ser en realidad un sentirse fuera de lugar, incomodidad ante el papel que la fama le había deparado y la estupidez y mediocridad que a veces observaba a su alrededor. Hubiera dado para un artículo de excesivas páginas el hablar de todas las películas y obras de teatro que Fernán-Gómez protagonizó o de aquellas que escribió y dirigió, así como de sus novelas. El cómico anarquista hizo múltiples cosas en su vida profesional, todas las hizo bien, no pocas veces fue sublime. Me atrevo a hablar de consenso en considerarle el mejor actor cinematográfico que ha habido jamás y eso, junto a su carrera como director teatral y cinematográfico, quizá le impidió ser uno de los más grandes literatos de su tiempo; su gran libro pudo ser sus impagables memorias El tiempo amarillo.
Habrá a quien le choque que el viejo cómico ácrata ingresara en la Real Academia Española o estrechara la mano de un borbón en no se qué premio recibido. Yo soy incapaz de ver estos actos más allá de la mera anécdota, obligado quizás por las especiales circunstancias de un intérprete al que, paradójicamente, no parecía hacerle mucha gracia su papel en la vida. Al margen de su vida profesional, que ya forma parte indiscutible de la historia de este país, me quedo con la imagen de un hombre que transmitía integridad, nobleza, solidaridad, capaz de recordar su filiación al ideario ácrata en los momentos más insospechados, con la memoria del horror de una guerra entre sus vivencias y tal vez por ello hacer oír su atronadora voz con un rotundo «¡No a la guerra!» Son los cómicos a veces los que nos hacen reconocer la integridad y confiar en un mundo mejor. Un miserable locutor radiofónico, en esa época reciente en que las multitudes salían a la calle para clamar su negativa a una nueva guerra, se atrevió a referirse despectivamente a personas de la profesión de Fernando como titiriteros. Estoy seguro de que fueron estas muestras de mezquindad interesada, de mediocridad barnizada con cierto poder mediático, las que hiceron clamar al viejo cómico expresiones como su frívolamente difundido «¡A la mierda!»
El 21 de noviembre de 2007 falleció Fernando Fernán-Gómez; desaparece así una figura clave de la cultura contemporánea española. Una bandera anarquista (roja y negra) cubrió su féretro. ¡Gracias por todo, Fernando!

J. F. Paniagua

extraido de:Tierra y Libertad, n°234, enero 2008

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El anarquismo en Perú

Las actividades libertarias en Perú reaparecen al final de la década de los 80, en un momento en que en Perú la efervescencia de grupos musicales con ciertas inquietudes políticas es muy grande. Esas serían las primeras expresiones del llamado rock subterráneo, movimiento que tiene connotaciones con el punk. Estos grupos van adquiriendo mayor politización con el tiempo, pasando el aspecto musical a un segundo plano, dejando de ser un fin para transformarse en uno de los medios posibles.
En esta época, guerrillas como el M.R.T.A. y Sendero Luminoso captaron, gracias a su mayor propaganda e infraestructura, militantes entre los simpatizantes del movimiento libertario.
Las leyes anti-terroristas limitaron en buena medida el crecimiento y desarrollo de los grupos anarquistas, produciendo entre éstos cierta autolimitación con el fin de no ser identificados con los grupos armados.
En 1989 se crea el Colectivo de Juventudes Autónomas (C.A.J.A.) que reúne a muchos de los integrantes del llamado movimiento subterráneo y que sin ser abiertamente libertario, «tiene anarquistas en su seno». Tuvo una vida efímera. A principios de los 90 aparecen nuevos militantes, que ya no surgen de esta base musical y que junto a los que habían evolucionado desde el rock subterráneo crearon grupos más definidos, teniendo sobre ellos gran influencia la propaganda libertaria que llegaba principalmente de España.
Surgen en Lima «Autonomía proletaria» y «Colectivización», grupos todavía activos. El primero canaliza su propaganda en el campo anarcosindicalista, aunque ahora no lo consideren un arma tan eficaz como antiguamente. Realizan una tarea de divulgación entre los trabajadores, editando una publicación que lleva el nombre de Organización. En 1996 cambiaron el nombre por el de El obrero al darse cuenta de que sus militantes eran vigilados y vistos como «elementos extraños» por parte de los aparatos policiales.
Saliendo de la capital y comenzando por el Norte encontramos representación libertaria en Piura con el colectivo «Reconstruir» y la publicación El inconforme, además de fancines y bandas subterráneas. En Huaruco grupos ecologistas distribuyen material alternativo y libertario. En Guancayo funciona el «Proyecto popular» y se publica el fancín Reacciona.
En el Sur, en Arequipa tienen la revista Yaiyarguarta («sangre del pueblo» en quechua). Con algunas de sus páginas escritas en esta lengua, remembrando el trabajo de la Federación Obrera Indígena del Perú, realizado entre los años 20 y 30, que servía de ligazón entre el anarcosindicalismo peruano y el movimiento indígena campesino de la zona meridional del país.
En Arequipa también son numerosos los grupos musicales y los fancines de protesta, Ya en Cuzco, la antigua capital de los incas, encontramos al Movimiento Anarquista de Perú (M.A.P.) que, más que un movimiento, es un pequeño grupo que edita una publicación del mismo nombre. Toda una amalgama de grupos y publicaciones que tratan de coordinarse y avanzar, pero que afrontan una serie de obstáculos.
«Colectivización» edita una revista de igual nombre y sus actividades están ligadas a los círculos universitarios, realizando balances históricos y sociológicos sobre la actual coyuntura peruana, contemplando las ideas libertarias desde una perspectiva renovadora.
«Avancemos» es otro colectivo que pretende superar el aspecto musical que todavía rodea a buena parte de sus simpatizantes, llevando el debate a un terreno más político. Realizan conciertos, conferencias, debates y otras actividades cuyos beneficios revierten en la organización de nuevas actividades.
«Avancemos» se transformó poco después en «Coordinadora Sonidos de Acción» (C.S.A.), agrupación que intenta desarrollar un movimiento de forma autónoma. El grupo está presente en diferentes barrios de Lima y en otras ciudades. El C.S.A. edita las publicaciones Barricada y Despertar; otros colectivos son: «Cambio radical», que actúa en la zona norte de la ciudad, y el grupo «Ikaria», que reivindica el anarquismo nihilista. Existe gran abundancia de fancines (Buscando un camino, Cultura, etc.) y grupos musicales que simpatizan con las ideas libertarias; entre éstos destacan «Autonomía», «Generación perdida», «Al margen» y «Los ricos».
En las universidades se están organizando por parte de algunos estudiantes diferentes conferencias sobre la historia del movimiento libertario y otros temas con participación de compañeros libertarios. También hay simpatizantes entre los activistas de los derechos de los animales que regularmente realizan campañas contra las corridas de toros y por la liberación animal. Toda esta actividad en Lima la realizan diversas personas que se repiten en otros varios grupos, por eso no podemos hablar de una cantidad muy numerosa de militantes.
El «fujimorazo» de 1993 obligó a los compañeros peruanos a tomar algunas precauciones. Los anarquistas están catalogados, según las leyes represivas peruanas, como terroristas independientes que no encajan en los «terrorismos tipificados», algo que puede llevar a rigurosas penas de cárcel, por lo que los libertarios se ven forzados a cambiar sus lugares de reunión, a ser discretos cuando hablan de anarquismo, a cambiar de nombre sus publicaciones cuando consideran que empiezan a ser detectados, y otras medidas por el estilo.
Otro grave problema es la falta de locales para reunirse. Tienen que hacerlo en locales públicos, abiertos, lo que provoca atenciones no deseadas. Recientemente están sufriendo el asedio de los ya escasos marxistas-leninistas, maoístas, etc., con el fin de aprovechar políticamente su trabajo y las ideas libertarias en general.
A pesar de las evidentes dificultades, los compañeros peruanos son optimistas en cuanto a su trabajo y esperan llevar adelante el ideal que consideran más justo.

A.N.A.

Extraido del periodico: Tierra y Libertad, N° 155 – Junio 2001

http://www.nodo50.org/tierraylibertad/155.html#articulo3

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movimiento libertaro en Perù: pasado y presente

Luís R. (Desobediencia)

<periodico_desobediencia@latinmail.com>

Retrotrayéndonos al pasado, encontramos la organización de los primeros sindicatos de carácter anarquista a fines del siglo XIX, período en que comienza a descollar la figura más conocida del pensamiento ácrata peruano, Manuel González Prada (1848-1918). A inicios del siglo XX, con la participación de compañeros como Manuel Caracciolo Lévano, se funda la Unión de Trabajadores Panaderos, fue entonces que comienzan a darse huelgas y actos públicos de relevancia y bajo principios anarcosindicalistas, apareciendo periódicos de tendencia anarquista.

En 1911 sale a la luz el periódico La Protesta (1911-1926), donde se agrupan entrañables referentes que habían organizado la Federación Obrera Regional Peruana; ésta inicia la lucha por la jornada de ocho horas con huelgas, conflictos específicos y una gran difusión de periódicos y folletos de propaganda libertaria y sindicalista, propiciando conversaciones y conferencias que despertarían las conciencias de muchos trabajadores. L@s anarquistas seguirían promoviendo una serie de movimientos reivindicativos que culminarían con la definitiva implantación de la jornada de ocho horas en todo el país, luego vendría la campaña pro abaratamiento de las subsistencias, para una baja de precios en productos básicos, transportes e impuestos, esto terminaría con el conocido “paro del hambre” (1919).

Pero, se vendrían años en que la incesante actividad anarquista y obrera sufriría la respuesta represiva de los gobiernos. Se decomisaron las imprentas, se cerraron locales y se acaba con buena parte de la infraestructura de un movimiento quizá todavía en ciernes, finalmente asesinando o desapareciendo a muchos de sus miembros. De las luchas anarcosindicalistas de principios de siglo hubo una “apropiación ilícita” por parte del APRA, emigrando lamentablemente muchos hacia ese sector o a los partidos y organizaciones marxistas. Con el transcurrir de los años, empezaría una etapa de sequía para las actividades libertarias. Víctima de la represión y desvirtuado por los partidos políticos, el movimiento obrero y anarcosindicalista perdería mucho de la fuerza adquirida en sus primeros años, fundando algunos de los supervivientes la Federación Anarquista del Perú que desaparecería a finales de los años sesentas y comienzos de los setentas. La actividad libertaria reaparecería en los años 80, asomando grupos de carácter musical con ciertas inquietudes políticas que darían a luz a la CAJA (Colectivo de Juventudes Autónomas) hacia finales de esa década. Después de esta efímera experiencia, a principios de los noventa aparecen nuevos militantes que ya no parten exactamente de esa base musical, aunque manteniendo relaciones con aquella, surgiendo toda una amalgama de grupos y publicaciones a inicios de los años 90 (en provincias y en Lima) que tratan de coordinar y lograr una mayor efectividad pero que se enfrentan a no pocos obstáculos. Comienzan a aparecer publicaciones como Ataque Anarco, Bandera Negra, Colectivización, Avancemos, Barricada, Despierta, Buscando un camino, A-Cultura, Desobediencia, etc., todas a cargo de colectivos e individualidades libertarias de diferentes tendencias.

También, grupos musicales que expresan ideas libertarias (como Autonomía y Generación Perdida). Los finales de los noventas darían cabida al naciente movimiento anarcopunk, sus reivindicaciones y su quiebre con tendencias musicales comerciales y autodestructivas. Aparecen grupos y proyectos de interesante repercusión, como el Centro Social Anarcopunk (lamentablemente inexistente en la actualidad). En los últimos años, se publica Desobediencia, esfuerzo que hizo posible la salida de una prensa libertaria en formato de periódico después de muchos años. Después le siguió el periódico La Protesta. Siempre surgen nuevas propuestas y la crítica y la protesta pueden tomar diferentes formas. Actualmente, empero, no existe un movimiento libertario propiamente dicho. Pero sí experiencias, colectivos, publicaciones, individualidades y varios proyectos. A partir del año 2000, podemos trazar una línea divisoria entre lo que había y lo que hay, en Lima y otras provincias. De allí al tiempo presente (2006) muchos cambios y pocas cosas concretas. Comencemos por Lima. En cuanto a las publicaciones, varias no nos acompañan ya. Por ejemplo, Buscando un Camino ya anunció su final. Quedan esfuerzos a manera de fanzines anarcopunks, más algunos boletines y hojas de combate por parte de colectivos libertarios.

Esperamos que sigan saliendo Muñeka de Trapo y Casa de Bruxas, muy interesantes publicaciones. Aún trata de mantenerse en pie Desobediencia, con los problemas propios, en cuanto a finanzas y distribución, que trae el formato de periódico. En relación a colectivos, l@s compañer@s de Axión Anarcopunk ya están actuando sólo como individualidades libertarias, se mantiene el colectivo MARginales (que fue reflotado) y el Kolektivo Manuel González Prada y han surgido nuevos agrupamientos libertarios que llevan la fuerza en su juventud. Este sector lo engrosan actualmente Emancipación Social, Conciencia Libertaria, Taller Libertario, Estrella Negra (ahora Qhispikay Llaqta) y otros en etapa de formación. Se está intentando también establecer algunos lazos entre l@s compañer@s que tienen más años en esto (algun@s actuan ya sólo como individualidades) y las nuevas generaciones en lucha. Lo interesante y positivo es que se mantienen las actividades: actos, marchas, jornadas, proyectos, etc. En provincias también hay varias iniciativas.

En Tacna, el colectivo Jóvenes en Pie de Lucha aún insiste con actividades libertarias. Se conocen propuestas anarcopunks en Moquegua e Ica. También bandas con clara actitud política ácrata en Cerro de Pasco y Cajamarca, donde además interactuan l@s integrantes del colectivo Kontrakultura Libertaria con gran presencia de difusión y propaganda y el proyecto de una biblioteca libertaria. En Cusco, al parecer se están reiniciando actividades, sobre todo con nuev@as compañer@s, igual en Arequipa, Huancayo y Puno. En Piura, actúa la coordinadora Zona Autónoma con frecuente actividad en volanteos y contrainformación sobre problemáticas de la zona y otros temas.

En resumidas cuentas, siempre habrá anarquismos y anarquías, pero por lo pronto tendremos que esperar un poco más (quizá más de lo que esperamos) para hablar del “movimiento libertario” en el Perú. Queda trabajar, actuar y organizarnos con mucha responsabilidad, respeto y afinidad como la clave para confiar en mejoras y avances, como la clave para consolidar nuestras publicaciones y nuestros proyectos, como la clave para seguir construyendo la tan ansiada libertad.

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Manuel González Prada: razón apasionada y anarquismo

Grazia Musumeci

musu28@hotmail.com

Esforzándose por “romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz”, encontramos en la memoria cultural del Perú a la figura de Manuel González Prada (1844-1918), quien hizo del disentimiento y la discusión su oficio. González Prada cultivó en su juventud la poesía siguiendo modelos alemanes; tradujo obras de Göethe, Schiller y Heine. Participó activamente en las actividades del “Club Literario”, convirtiéndose por demás, en el vocero de las ideas de la nueva generación de intelectuales peruanos de su entonces, animando a través de sus discursos, a los obreros progresistas y a los estudiantes universitarios a participar de la vida política. Su obra sirvió de espacio de representación de ideas filosóficas, estéticas, sociales, políticas, étnicas y religiosas. Defendió a los inmigrantes chinos, a los indios, a los negros, a los trabajadores y a las mujeres, de lo que él consideraba una clase enamorada del pasado colonial del Perú. Intervino en el conflicto bélico entre Perú y Chile haciéndose soldado y en 1891 sale de viaje hacia Europa. Será en París donde publique uno de sus textos fundamentales Páginas libres (1894). Luís Alberto Sánchez señala que la obra de González Prada podría calificarse como “propaganda y ataque”, título de uno de los ensayos de Páginas libres.

Debemos considerar, antes de emitir alguna opinión respecto a la obra de González Prada, la fuerte filiación de este autor con el positivismo. Según J.M. Oviedo, la base científica le era “indispensable para «modernizar» el pensamiento y los programas políticos que debían sacar al país de la peor crisis de su historia”. Para González Prada con su generación“algo muere, pero también algo nace: muere la mentira con las lucubraciones metafísicas y teológicas, nace la verdad con la ciencia positiva…”. Buscó los fundamentos del anarquismo que practicó como doctrina política en el positivismo, sin dejar de captar el radicalismo de Darwin, Spencer, Renan, Comte, Hegel, Marx y Schopenhauer; además de sentir los ecos de Proudhon, Kropotkin, Tolstoi y Nietzsche, en el “tono de su prosa, exaltado, bárbaro, combativo, lapidario”, a decir de M.Gomes.

Páginas libres, texto que según su autor debió titularse Refundiciones – por no conservar ningún capítulo su texto original-, es una obra que descubre al ideólogo que se abrió paso entre el poeta y el ensayista. Puso en práctica la ortografía fonética y los neologismos, tratando de buscar la emancipación incluso a través del lenguaje. La obra, que en opinión de J.C. Mariátegui fue el “germen del nuevo espíritu nacional” peruano, discute en torno a los problemas del Perú desplegando un sinnúmero de sentencias retóricas, sugiriendo, y no definiendo la realidad peruana. Sus frases “son las de un acusador, no las de un realizador” según el mismo Mariátegui, pues debemos considerar que su temperamento era esencialmente literario, esto se manifiesta en sus opiniones cuando habla de las clases de escritores con la que podemos encontrarnos, “unos que hablan a lo Sancho Panza, con idiotismos, dicharachos y refranes; otros que se expresan a lo Don Quijote, solemnemente, en clausulones altisonantes y enrevesados”.

González Prada, denuncia la responsabilidad de la Iglesia sobre las injusticias que tuvieron lugar en su nación, desde la aparición del poder de la institucionalidad católica. De hecho, su principal blanco de ataque fue la Iglesia Católica, como evidencia esta cita suya: “En cuanto al Catolicismo que alardea de guardar en su doctrina la más exquisita esencia de la Religión Cristiana, se le debe aplicar las palabras de Rossini al juzgar una ópera: Tiene algo bueno y algo nuevo, con la circunstancia de que lo bueno no es nuevo y lo nuevo no es bueno. Efectivamente, el catolicismo posee su moral en el cúmulo de preceptos incongruentes y ambiguos que el niño estudia sin comprender… Viéndolo bien, la secta católica encierra la negación de toda Moral… Y todos los males de la educación católica los palpamos ya…”. El pensamiento de González Prada, aunque embriagado de positivismo y nacionalismo, no se vio exclusivamente subordinado a los mitos de su época: razón, ciencia y progreso. Su prosa reaccionó ante la negación y la duda con intrépida afirmación y optimismo idealista. Su obra puede entenderse como la exaltación de la lucha y el esfuerzo, entremezclada con la tinta de una pluma entregada al trabajo estético de sus intuiciones, pues el verbo sólo alcanza calidad estética cuando aporta ideas; además, decía “quien no se deja comprender, no sabe expresarse”. Frase con la cual queda clara la intención del peruano de difundir ideas y combatir, pues los escritores debían intervenir en la política para “desacreditarla, disolverla y destruirla”. A la luz de hoy, muchos de los planteamientos del González Prada, podrían resultar caducos o vencidos. Está en los hombres de hoy saber entender dentro de su contexto las ideas y las valoraciones del peruano para poder ponderar adecuadamente la importancia de sus aportes.

extraido del periodico venezolano: El Libertario

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Manuel González Prada

por José Miguel Oviedo

Manuel González Prada, poeta y fundador de periódicos y partidos políticos, creador de encendidos discursos y proclamas, profeta, juez y fiscal de su verdad, entre el indigenismo y la anarquía, simboliza las bodas de la genialidad con la ceguera moral, a decir del crítico y ensayista peruano José Miguel Oviedo, autor de una imprescindible historia de la literatura iberoamericana.

Manuel González Prada (1844-1918), gran espíritu anticlerical e iconoclasta, nació en Lima, en el seno de una familia aristocrática, tradicional y católica. El simple hecho de percibir en la política peruana unos tibios brotes de liberalismo le bastó a su padre para exiliarse voluntariamente con la familia en Chile. El pequeño González Prada se educó en un colegio inglés de Valparaíso, donde aprendió esa lengua además de francés y alemán. Al volver en 1857 a Lima, su madre, queriendo estimular en él la vocación religiosa, lo hizo ingresar al Seminario de Santo Toribio; lo que logró fue despertar en él una mayor rebeldía ante el poder eclesiástico, aunque dejó en él una vaga inquietud religiosa que se reflejaría, a contraluz, en su obra poética.

Al cabo de tres años como seminarista, se fuga y se matricula en un colegio laico. Más tarde, en 1862, ingresa a la universidad para seguir, sin mayor convicción, estudios de derecho, y los abandona al año siguiente. Poco después empieza a publicar poemas y artículos periodísticos, generalmente bajo seudónimo: tenía la pretensión de considerarse un escritor secreto. Queriendo conocer de cerca la situación de los campesinos e indígenas del interior del Perú, recorrió la sierra central a caballo y descubrió los males —ignorancia, atraso, explotación infrahumana— que denunciaría más adelante. Luego pasó varios años (1871-1879) aislado, por decisión propia, en una de las haciendas familiares al sur de Lima, donde se dedicó a actividades agrícolas y disfrutó del contacto bucólico con la naturaleza, pero sobre todo leyó intensamente los autores que mejor acompañaban su soledad: Hugo, Goethe, Schiller, Heine, Gracián, Quevedo, Omar Khayam… La experiencia rural aumentó las razones que tenía para sentir desdén por Lima: le parecía un ambiente conservador, indolente, falso; el sentimiento antilimeño sería una constante de su prosa de combate, que ya empezaba a hacerlo conocido. También comenzaba a producir su primera poesía madura, en la que se notaba la influencia de sus buenas lecturas y sobre todo la huella de poetas franceses que muy pocos conocían entonces en el Perú. El crítico chileno José Domingo Cortés recogió algunas muestras de ella en su antología El Parnaso peruano (Valparaíso, 1871).

La situación nacional se agrava dramáticamente cuando Chile declara la guerra al Perú e inicia la Guerra del Pacífico, en la que este país sufre una humillante derrota que destruye su ilusa aspiración de ser una potencia en la región. Después de abandonar el campo y participar en la fracasada defensa de Lima, González Prada comienza un segundo retiro: durante los tres años de ocupación chilena se encierra en casa a leer y escribir (esta inclinación por los «retiros» quizá sea un hábito que le quedó de sus estudios religiosos). Cuando emerge en 1884, lo hace con un claro programa de acción literaria y política, que lo convertiría en el más corrosivo agitador de la conciencia nacional, del sentimiento antichileno (lo que se ha llamado su «revanchismo») y del ataque frontal a todo el establishment peruano: el ejército, el clero, las clases dirigentes, los intelectuales conformistas. Su prosa madura corresponde a esta época.

Funda, con un grupo de jóvenes seguidores, el Círculo Literario, que en 1891 se convertiría en el Partido Unión Nacional, de tendencia radical. Despliega un infatigable activismo a través de periódicos, actos públicos y discursos flamígeros, como el famoso «Discurso del Politeama» (1888), en el que lanzó el grito inclemente «¡Los viejos a la tumba; los jóvenes a la obra!», que se convirtió en el lema de su generación y de su tiempo (González Prada cultivaba el género oratorio sin tener dotes de orador él mismo: de voz débil y temperamento nervioso en la tribuna, prefería hacer leer a otros lo que escribía). En el «Discurso del Teatro Olimpo», del mismo año, critica de modo encarnizado la situación literaria peruana y específicamente a su modelo más reconocible, la tradición de Palma; escribió con furia y peculiar ortografía:

… en la prosa reina siempre la mala tradición, ese monstruo enjendrado por las falsificaciones agridulcetes de la historia i la caricatura microscópica de la novela.

Su experiencia europea es tardía: comienza en 1891 y termina siete años más tarde; la mayor parte de ese tiempo lo pasa en París. Aparte de profundizar su conocimiento de la poesía parnasiana y de asistir a clases dictadas por Renan y el positivista Louis Ménard, descubre —como es bien sabido— el socialismo humanista y el anarquismo en las obras de Proudhon, Bakunin y Kropotkin, que eran básicamente una novedad en la cultura política peruana de la época. En París aparece su más conocido libro de ensayos y discursos: Pájinas libres (1894). El escándalo que esa obra provocó en círculos eclesiásticos y oficiales le valió a su autor ser censurado y quemado en efigie.

Su educación política continuó en…

Su educación política continuó en España: hacia 1896 hace amistad con Unamuno y entra en contacto con los anarquistas catalanes. Al volver a su detestada Lima, este rebelde e iconoclasta, aún más radicalizado, se dedica a apoyar el naciente movimiento obrero y funda en 1898 los periódicos Germinal y El Independiente, de corta vida, desde donde lanza constantes ataques contra la Iglesia, los sectores conservadores y la oligarquía terrateniente. Progresivamente, el autor fue separándose de la estrategia política, más moderada, del Partido Unión Radical que él había fundado en 1891 y del que se aparta definitivamente en 1902. Su campaña en favor del indígena se acrecienta por estos años, en los que escribe el famoso ensayo «Nuestros indios» (1904); este texto y otros en favor de la misma causa son piezas clave en el desarrollo del pensamiento político hispanoamericano: son las primeras muestras indiscutibles de un indigenismo que había superado el tono sentimental, filantrópico y plañidero que tenía, por ejemplo, en Aves sin nido (Lima, 1889) de Clorinda Matto de Turner. En sus planteamientos están las semillas del movimiento indigenista, cuyas manifestaciones en el pensamiento, la política, la literatura y las artes serían trascendentales en el siglo XX.

Los años finales del autor lo muestran intensamente envuelto en la lucha política nacional y defendiendo sus ideas ante un medio cada vez más hostil. Algunos de sus artículos y ensayos tuvieron que aparecer bajo seudónimo; varios salieron en las páginas de Los Parias, un periódico ácrata y defensor de los obreros. Allí publicó, entre 1902 y 1904, un centenar de artículos; algunos figuran en Horas de lucha (Lima, 1908), el último libro de ensayos que publicó en vida, y en Anarquía (Santiago, 1933). Este y todos los demás libros de prosa aparecieron póstumamente: Bajo el oprobio (París, 1933), Propaganda y ataque (Buenos Aires, 1939), El tonel de Diógenes (México, 1945), etc.

En verdad, cabe considerar a este autor una anomalía literaria e intelectual: un caso extraño y extremo que, en su santo ardor de profeta, juez y fiscal, se atrevió a defender hasta lo indefendible, a veces con el irritante sarcasmo de quien combate a enemigos tímidos o cobardes. Estaba poseído por una idea fija, que suele dominar precisamente a los espíritus que se empeñan en tareas superiores: la de que su causa era justa y no debía perder un minuto en tratar de realizarla o al menos difundirla. Cuantos más opositores o escándalos se levantaban en su camino, más convencido estaba él de la rectitud de su destino; sacrificó todo en el altar de sus ideas porque creía que eran capaces de cambiar el mundo en el que le había tocado en suerte vivir.

Hay un sentido apocalíptico en el arte, el pensamiento y la acción de González Prada, un sentimiento del «fin de los tiempos» que lo impulsa a creer que era justo el momento para forjar una nueva realidad humana y social sobre las cenizas de las ideas y organizaciones del presente. Ser un opositor radical a la autoridad burguesa no le bastaba; ni siquiera el socialismo le parecía suficientemente eficaz como instrumento para acabar con el viejo régimen de cosas, pues en el fondo era «opresor y reglamentario» («Socialismo y anarquía»). Era un libertario absoluto, enemigo de Dios, la Iglesia, el ejército, el poder político y del concepto mismo de patria. Era el paradigma del voluntarismo revolucionario, inconmovible en su fe de que la acción directa, inspirada por el pensamiento libre y científico, era el motor de los grandes cambios históricos. Hoy lo llamaríamos, sin vacilar, un extremista.

Podemos comprobarlo releyendo uno de sus discursos mejor conocidos: «El intelectual y el obrero», pronunciado el primero de mayo de 1905 en la Federación de Obreros Panaderos del Perú, e incluido en sus Horas de lucha.

Menos conocidos son los ensayos, artículos y crónicas de actualidad publicados en el periódico Los Parias y reunidos en Anarquía. No creo que hubiese en ese tiempo ningún intelectual hispanoamericano que hubiera hecho una defensa más fervorosa e irrestricta de la utopía anarquista, que por entonces era una cuestión candente, desde la Rusia zarista hasta la España monárquica y en varias partes de nuestro continente. Él define esa utopía con la lapidaria concisión que lo distinguía: «El ideal anárquico se pudiera resumir en dos líneas: la libertad ilimitada y el mayor bienestar posible del individuo, con la abolición del Estado y la propiedad individual» («La anarquía»). Leídos hoy, esos textos significan, por cierto, algo distinto de lo que significaron en su época, y ofrecen un motivo de reflexión sobre cuestiones que seguimos discutiendo en la nuestra. González Prada trata varios de esos grandes temas (la libertad, la lucha de clases, el sindicalismo obrero, la autoridad política y religiosa, el militarismo, el colonialismo, etcétera), pero ninguno tiene hoy más trágica actualidad que el de la violencia revolucionaria.

El anarquismo estaba empeñado en esos momentos en una campaña de agitación general como un modo de desestabilizar la confortable sensación de seguridad que las monarquías, los gobiernos liberales y los regímenes autoritarios de todo el mundo trataban de inspirar. González Prada veía en esos gestos y movimientos de violencia terrorista algo fundamental: el comienzo del fin de los sistemas políticos que sólo habían traído injusticia, corrupción e indiferencia por el dolor de los desheredados. Era ahora o nunca, todo o nada, y era necesario, pues, hacer la apología de la violencia. La más frecuente de sus justificaciones es que el crimen de unos pocos puede traer la felicidad del resto; que la sangre derramada en un acto de heroica agresión podía germinar en un mundo nuevo, sin explotadores ni explotados.

El autor comenta los atentados anarquistas en Barcelona, Madrid, París o Moscú y los defiende con una argumentación parecida: el verdadero crimen está en la enorme desigualdad social, no en el hombre que trata de vengarla. Por otro lado, estos violentos son verdaderos mártires, porque no temen ser víctimas de sus propios atentados o pagarlos con la cárcel. Así, vemos a un riguroso racionalista como él convertido en defensor del fanatismo. Algo llamativo (y francamente censurable) es que estas argumentaciones con frecuencia están hechas en un tono sarcástico o burlón que revela cierta insensibilidad. Por ejemplo, comentando que un atentado en París produjo sólo «un caballo muerto y unos coraceros levemente heridos», agrega: «nos dolemos del cuadrúpedo y no felicitamos al hombre que lo montaba, aunque haya sido condecorado» («En Barcelona»).
Pero quizá en ningún caso la argumentación que usa sea más especiosa y alarmante que en el artículo «Cosechando el fruto», escrito a propósito del frustrado atentado del 11 de agosto de 1905 contra el presidente argentino Manuel Quintana, quien gobernaba desde el año anterior.
Tal vez haya que recordar que eran tiempos de gran agitación social en ese país: en 1905 hubo nada menos que 111 huelgas; se promulgó, bajo presión sindical, la ley del descanso dominical; se produjo la rebelión de los radicales (que se habían abstenido de participar en los comicios del año anterior) contra el gobierno, etcétera. La defensa que hace González Prada del atentado se apoya en varios tipos de argumentación: primero, el «extranjero anarquista» al que se le atribuye el fallido atentado seguramente no es anarquista: «los anarquistas usan armas seguras y repiten el golpe cuando falla una vez»; segundo, el gobierno de Quintana no puede ser más repudiable: «es la más odiosa encarnación de un régimen nefando, […] la edición corregida y aumentada de Juárez Celman, […] la digna hechura de Roca, de ese militarote que amalgama en sí la doncellez y la prostitución, porque lleva espada virgen y corazón podrido»; tercero, los terroristas anarquistas «no nacen por generación espontánea: vienen de semillas arrojadas por los injustos y malvados». Como la violencia no sólo es inevitable, sino históricamente predecible, el que «manda lanzar el plomo contra huelguistas […], se expone a que, tarde o temprano, le peguen un tiro, le claven un puñal o le arrojen una bomba». Por lo tanto, no esperemos que él hubiese tenido que «lagrimear si una bala hubiera perforado la substancia gris o bituminosa del presidente argentino». Mucho se podría decir de estos juicios; baste aquí señalar que en su arrogante justificación de la violencia hay el mismo gesto de soberbia intelectual, aunque con signo distinto, del que veremos más tarde en Leopoldo Lugones quien —después de haber sido anarquista y socialista— hace un total giro y proclama entusiasta «la hora de la espada» o en las bochornosas campañas de José Santos Chocano en favor del autoritarismo militar y de los tiranos «buenos». Quizá más que soberbia, simple ceguera moral, que no es ajena a las grandes mentes. –

Sacado de: http://www.letraslibres.com/index.php?art=6791

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La Protesta, Año XVI: Manuel Gonzalez Prada

El 22 del presente mes, hace ocho años que falleciò este apòstol de nuestro ideal, el ùnico hombre sin màcula, que en el Perù, pudo fustigar, justicieramente hombres, credos e instituciones de un pasado ignominioso y un prsente retardario y opresivo.

Hay chauvinistas que le invocan presentàndolo como un ejemplo de patriotismo. Y no olvidamos: fuè un ardoroso patriota en la guerra del 79 y pocos años despues: su palabra acusadora fuè un cauterio de las llagas purulentas que corroìan a las clases sociales de arriba y abajo; las bandanas politicas, sus caudillos y las hordas religiosas fueron fulminadas con su verbo hecho rayo de luz y verdad.

Mas hombre libe e rectilìneo, motal fisica e intelectualmente, no detuve el vuelo de su pensamiento iconoclasta, sino que ascendiò a las regiones del ideal que sintetizara sus renovadores anhelos de libertad y justicia, belleza y equidad humanas. Por eso saliendose del estreho del marco del librepensamiento derribador de templos y perseguidor de frailes, y, alejàndose del radicalismo burgès que plantea meras reformas politicas y sociales dejando subsistente el Estado, abrazò el anarquismo de Kropotkin y Sebastiàn Faure.

Podemos decir que Manuel Gonzalez Prada, ferviente enamorado del racionalismo cientìfico y humanista fuè el precursor del ideal anàrquico en el Perù. No fuè anarquista por selecciòn de su espìritu ni mucho menos por pecar de modernismo sino por un profundo repudio por las mentiras sociales y a los tiranos y farsantes, y un sincero amor a las reparaciones econòmicas-sociales de la masa trabajadora. Por eso llevò sus ideas anàrquicas al pueblo.

Lo omprueban asì las conferencias y los artìculos escritos por èl en sus ùltimos años de vida.

Por haber abrazado el ideal anarquico, los vanguardistas o sean los bolcheviques- politicos de nuevo cuño- brotados en los medios proletarios, acusan a Gonzalez Prada de no ser, realista, de carecer de sentido pràctico, porque no fuè estadista, caudillo, politico o conductor de masas. Mas esta, acusaciòn bolchevista carece de verdad, pues el maestro nuestro, fuè tan realista, mirò, observò y analizò tan consienzudamente la estructura y el funcionamiento del orden social vigente que, e us anhelos de una verdadera liquidaciòn social, no cayo en las marañas del fracasado materialismo històrico de Carlos Marx y, antes bien, desdenò los cantos de sirena y las panaceas de los socialistas que invadìan los parlamentos europeos antes de la guerra del 14, montòn de humo, y la gran carnicerìa humana esfumando ese montòn de humo, diòle la razon a el como a todos los anarquistas: èl refirièndose a la polìtica y a los polìticos, dijo: »Polìtica quiere decir traiciòn, hipocrecìa, mala fè, padre con guante blanco». »Los candidatos luchan.lucha e cuervos para dar picotazos en la ensangrentada cabeza de un moribundo; los polìticos se agitan-agitaciòn de vibriones en las entrañas de un cadàver».

De la autoridad el decìa: » Nada corrompe ni malea tanto como el ejercicio de la autoridad por momentànea y reducida que sea»…… Odiemos, pues, a las autoridades por la ùnica razòn de serlo; por el soo hecho de solicitar o ejercer mando, se denuncia la peversidad en los instintos».

»Inquisidores laicos, los plìticos mudan la Dios Iglesia por el Dios-Estado y rechazan los misterios del Catolicismo para confesar los domas de la ley».

-»Antes se negaba la moralidad sin la religiòn, hoy no se admite el orden sin las leyes, el individuo sin la autoridad, la fiera sin el domador».-»El individuo se ha degradado hasta el punto de convertirse en cuerpo sin alma, incondicionalmente sometido a la fuerza del Estado: para èl suda y se agota en la mina, en el terruño y en la fàbrica, por èl lucha y muere en los campos de batalla». » Los que en nuestros dìos no conciben el movimiento social sin el motor del Estado, se parecen a los infelices que en pleno siglo XIX no comprendian como un tren pudiera ir y venir sin la traccion animal».

Sin embargo, los comunistas bolchevizantes, muy particularmente los señoritos profesores de la Universidad Popular, que sueñan con el Poder para establecer su dictadura del proletariado, baten en nombre de Manuel Gonzalez Prada como una bandera.

Farsantes! Invocan el nombre del maestro enemigo de todad tiranìa polìtica, religiosa y econòmica para ganarse adeptos, para ocultar sus apetitos de miedo y predominio.

Ma contra este règimen bolchevista como contra todo obstàculo que nos opongan las castas privilegiadas, estamos los libertarios que seguimos la senda del precursor de nuestro ideal, Manuel Gonzalez Prada.

»La Protesta» al recordar una vez mas, reafirma su historia de propaganda y de lucha: todo por la Anarquìa y adelante sin detenernos a mirar los gusanos que el arado saca al Sol.

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extraido del periodico anarquista: La Protesta, Año XVI, n°145, Lima-Julio de 1926, pag 1

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