82 años de las ocho horas

Por Pedro Morote

…..La Jornada de las Ocho Horas es otra vez meta reivindicativa para los trabajadores peruanos. Y viene siendo el candidato presidencial Alan García quien señala esta urgencia social al haber ofrecido ñdesde el inicio de su campaña electoral y, sobre todo, en su confrontación del sábado pasado con Toledoñ que será objetivo de un gobierno suyo hacer prevalecer esa conquista laboral, actualmente convertida en letra muerta por obra de las leyes antilaborales del fujimorato y por conspicua acción, en los hechos, de los llamados «services», cuyas ilegales prácticas de intermediación en los contratos laborales tienen el nefasto efecto de alargar la jornada de trabajo y de acortar los jornales y los demás derechos de los trabajadores.
La limitación de la jornada laboral fue conquistada en el Perú por obra del movimiento anarcosindicalista que ñsiguiendo el ejemplo de los trabajadores estadounidenses que habían conseguido, en las históricas y cruentas «Jornadas de Chicago», el derecho a la jornada de ocho horas y a la semana laboral de cuarenta y ocho horasñ movilizó, a fines de 1918 y a inicios
de 1919, al proletariado limeño: panaderos, textiles, gráficos, ferrocarrileros, zapateros, sastres, portuarios y otros gremios, para lograr que se implantase el límite de ocho horas al día de trabajo.

La lucha por esa reivindicación histórica fue liderada, en las postrimerías del gobierno de José Pardo y Barreda, desde las páginas de un periodiquito llamado «La Protesta», por combativos dirigentes obreros anarcosindicalistas como el panadero Manuel Caracciolo Lévano (padre del sindicalista Delfín Lévano, abuelo del periodista César Lévano) y, entre otros, el obrero textil Luis Felipe Grillo, animados todos de ellos de una ideología socialista
libertaria y un solidario espíritu de clase.
La movilización por la Jornada de las Ocho Horas la convocó, en diciembre de 1918, el Primer Congreso de la Federación Obrera Local de Lima, y a su llamado se plegaron la Federación de Artesanos y varias otras organizaciones gremiales. Los primeros en declararse en huelga fueron los obreros textiles de Vitarte y su acción fue rápidamente secundada por todos los sindicatos de esa rama industrial. Estuvieron presentes en esas históricas luchas sociales José Carlos Mariátegui, desde «El Tiempo», periódico opositor al gobierno civilista de José Pardo, y Víctor Raúl Haya de la Torre, desde la Federación de Estudiantes del Perú.

El paro general lo decretó una organización popular surgida al calor de aquellas huelgas: el Comité Central Ejecutivo del Paro General, y la paralización obrera ñque inmovilizó completamente a Limañ se cumplió entre el 13 y el 15 de enero de 1919.

«La combatividad obrera y la paralización total de las actividades en
la capital
ñha escrito de esos días de dramáticas y heroicas luchas sociales el sociólogo e historiador francés Denis Sulmont, nacionalizado peruano, en un ensayo titulado «El Movimiento Obrero Peruano (1890-1980), Reseña Histórica»ñ crearon un clima de zozobra en el seno de las clases dominantes y obligaron al gobierno a negociar».

El presidente Pardo y Barreda, tras fracasar una conciliación propuesta por los dirigentes estudiantiles y rechazada por los obreros, cedió finalmente. El decreto que reconoció la Jornada de Ocho Horas fue firmado el 15 de enero de 1919.

Han pasado desde entonces ochenta y dos años… Muchas de las conquistas logradas por los peruanos en esas y otras combativas jornadas se han convertido en un saludo a la bandera y en letra muerta por obra de las leyes fujimoristas, especialmente por el engendro legal que es el Decreto Legislativo 728, norma que ñal haber consagrado una amplia y acomodaticia gama de contratos laborales llamados «de modalidad»ñ ha propiciado la proliferación de los «services», nefastas instituciones de intermediación entre los trabajadores que ofrecen su fuerza laboral y las empresas demandantes de trabajo, cuya presencia en nuestro medio representa la negación creciente, en los hechos, a los hombres y mujeres del Perú, de muchas esenciales conquistas sociales, entre ellas de estos básicos derechos laborales: estabilidad laboral, jornada de ocho horas y remuneración compatible con la dignidad humana.

Las leyes fujimoristas y los ñ»services» han hecho que, en medio de la atroz recesión en que el Perú se debate y sobrevive a duras penas desde hace una década («equilibrio secular de desempleo», llamaríanle los economistas keynesianos), se incremente la desocupación, prolifere el subempleo en inimaginables formas de ocupación que el pueblo inventa para subsistir y aumente el número de desempleados, que engruesan lo que Marx llamó ëëel
ejército industrial de reserva».

Ante la presencia de las innumerables legiones de desocupados, la tranquilidad social ñ¡espantable paz de cementerios!ñ está garantizada en el Perú. Y si, en esta insoportable levedad de cosas, alguien reclama por sus derechos, recibirá, seguro, esta cínica respuesta: ëëSi no te gustan las condiciones laborales, la duración de la jornada y el salario, las puertas están abiertas para que busques trabajo en otro sitio».

Hora es ya de que ñjunto con la reactivación productiva, ¡que sí se puede hacer!ñ se deroguen las leyes laborales del fujimorismo, se controle estrechamente a los «services» y se acabe la inicua situación social que posibilita que insensibles patronos pongan a los trabajadores ante la dilemática y chantajista alternativa de aceptar una inhumana explotación o de optar por la dureza del desempleo absoluto.

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