1. Radicalista libertarista
Manuel González Prada no es un anarquista ortodoxo, ideológico, creador, ni consecuente, sino que es más bien un radicalista libetarista, a lo sumo, un anarquista romántico.
González Prada es el pionero del pensamiento radical peruano que precursa el indigenismo de Pedro Zulen y el socialismo sin calco ni copia de Mariátegui. Fue, además, el primero en reivindicar a fines del siglo diecinueve el Perú indígena. Como perteneciente al sector cultural criollo moderno, de educación hispanista y cultura francesa emprendió una cáustica crítica antioligárquica, primero desde el punto de vista liberal-positivista y luego desde el punto de vista del anarquismo romántico.
Pero su evolución ideológica al anarquismo no estuvo acompañada de la capacidad para elaborar un programa nacional de acción, crítica que también le hace J.C. Mariátegui. En sus dos fases de evolución intelectual nunca se desprendió de la versión modernista y eurocéntrica permitiéndole insistir en los ideales de progreso y modernidad, y todo ello considerando al indígena como la esencia única del Perú posible. Tesis a todas luces envejecida, desfasada y anacrónica para el Perú contemporáneo de todas las sangres. Para Luis Alberto Sánchez nuestro «griego extraviado entre zambos», como gustaba decir Federico More, ostentaba un anarquismo individualista aderezado con prejuicios raciales, mientras que para el amauta lo que abraza González Prada es el anarquismo colectivista utópico de Bakunin y no el marxismo.
Pero lo cierto es que González Prada, así como no elaboró nunca un programa claro para los indígenas, tampoco formuló un ideario anarquista propio, ni claro ni definido. Es, precisamente por ello, que no se le puede inscribir en ninguna de las cuatro corrientes anarquistas conocidas: la individualista de Stirner, Warren y Tucker, con su concepción egoísta del hombre, la defensa de la propiedad privada, la postura antimonopólica y la asociación con cupones de trabajo; la mutualista de Proudhon, con su reconciliación de la propiedad privada con el comunismo; la colectivista de Bakunin, con su rechazo del comunismo autoritario y el control directo de los trabajadores de los medios de producción social; y por último la comunista de Malatesta, Reclus y Kropotkin, con su idea de la solidaridad como medio para eliminar las diferencias de la propiedad, comunas asociadas y un comunismo voluntario y no forzoso. Las variantes del anarquismo van, como se ve, desde los que defienden la propiedad privada y libre mercado, pasando por los que abogan por la propiedad común hasta los que preconizan el trabajo cooperativo y la distribución según las necesidades. Pero tampoco se preocupó nuestro adalid de formular una nueva variante ideológica nueva dentro del anarquismo. Es clamoroso en González Prada la ausencia se programa político y económico.
Por ello, tanto Sánchez como Mariátegui exageran en su ubicación anarquista. El primero incurre en ingenuidad filosófica, mientras que el segundo lo aproxima, por ejemplo, a Bakunin porque le parece que al defender al indio y a sus comunidades se aproxima de alguna forma a la autogestión bakuniniana. En algo, por lo menos, sí se puede estar seguro, y es que el instinto felino libertario de González Prada lo apartó violentamente, como de una repugnancia, del autoritarismo comunista del marxismo. No está demás señalar que, el gran debate entre anarquistas y marxistas por dicha época gira en torno a dos puntos centrales:
Primero, su crítica al Estado, considerando que sus funciones pueden ser asumidas de modo privado o por las autoridades locales, además que la elección debe ser revocable, y segundo, el camino hacia el socialismo, que no sería a través del Estado de trabajadores que repite el privilegio y la opresión que se desea eliminar, como efectivamente se produjo históricamente en los regímenes comunistas. Además, siempre defendieron la idea que el poder político tenía dinámica propia y que no podía ser reducido a un determinismo económico, y que eran los marginales y no el proletariado la esperanza máxima del cambio social. Por ello, el lado más fecundo de González Prada no es su aspecto ideológico, no fue un teórico o un doctrinario del anarquismo, sino su aspecto crítico. Curiosamente lo mismo ha sucedido con la historia misma del anarquismo europeo que influyó como fuente de ideas críticas sobre socialistas, con las ideas antiestatalistas; liberales, con la defensa radical de la libertad de expresión; ecologistas, con las ideas de los derechos de los animales; y feministas, con las ideas de las relaciones humanas sin explotación.
Pues, políticamente el movimiento anarquista fue insignificante y un fracaso, más aun cuando entre 1880 y 1890 pusieron práctica métodos terroristas en Italia, Francia y la Rusia zarista. El repudio popular hacia sus métodos e ideología fue tajante, lo cual les hizo evolucionar hacia el anarcosindicalismo. Pero siempre quedó claro que no eran partidarios ni de la reforma ni de la revolución sino de la revuelta. Su último experimento histórico se produjo durante la guerra civil española, pero al final tuvieron que ceder ante los republicanos.
Tampoco se trata de que nuestro patriarca radical desconociera estos movimientos, dado que como es sabido desde su famoso discurso en el teatro Politeama en 1888 hasta su participación en la fundación del Partido Radical Unión Nacional, el mismo que abandonó, abrazó la ideología positivista liberal, laica y nacionalista, sin embargo su estadía en Europa hasta 1898 lo hizo conocer in situ el movimiento anarquista, corriente en auge por entonces en España y Francia.
La ambigüedad de su conducta política, que motivó el reproche de Riva Agüero, Basadre y más tarde de Vargas Llosa, en realidad demuestra el perfil más intelectual que ideológico de nuestro libertario. Por lo demás, en su compromiso social no tuvo, como señala Sobrevilla, metodología científica. Como intelectual González Prada estaba más interesado en corroer con su estilo marmóleo y prosa escultórica, como señaló Rufino Blanco Bombona, las bases de la oligárquica y latifundista sociedad semifeudal peruana. |
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2. Reflejó retraso del debate político
El hecho de adherirse al núcleo teorético del anarquismo, la sociedad puede y debe organizarse sin la autoridad coercitiva del Estado y de la Iglesia, es en su caso también problemático. Porque estando el Perú sumido en una profunda crisis, propugnaba una necesidad de secularizar y modernizar el país a través de la destrucción del Estado oligárquico, pero no del Estado en cuanto tal. Puede decirse que en esto él se aferra al núcleo doctrinal del anarquismo, en tanto que el anarquismo no se opone a todo tipo de autoridad, sino, que reconoce la autoridad moral y la autoridad de los expertos, o tecnócratas como se dice ahora. Se rechaza sólo la autoridad coercitiva, inmoral y jerárquica (iglesia, ejército, empresa, etc.).
Esto se condice con su anticlericalismo, su fe en la reforma social, su sobreestimación del individuo y justificación de la violencia individual. También su desdén e intolerancia religiosa, señalada ya por Víctor Andrés Belaunde, dejaba sin advertir el nuevo imperio opresivo de la dimensión inmanente y secular sobre el hombre. Opresión que se verá fortalecida por su deificación de la ciencia, su visión cientificista del desarrollo social.
Su pensamiento evolucionista abraza todos los mitos fundamentales de la modernidad (racionalismo, cientificismo, secularismo). El peruanista norteamericano Thomas Ward ha pretendido verlo como anarquista e inmanentista, negando su filiación atea, positivista y socialista. Pero las limitaciones filosóficas y políticas de nuestro pensador finisecular constituyen un impedimento poderoso para atribuirle tan exageradas calificaciones.
En realidad, su voluntarismo anarquista no tiene propuesta económica-social, ni tampoco hay en él praxis política consecuente. Y su secularismo es más panfletario que filosófico. Fue un fracaso como político activo, pero un faro luminoso en el pensamiento del radicalismo libertarista. No es que deseó quedarse sin programa político, era más bien que sus dones lo convertían en un genial propagandista, en un versátil crítico en vez de un coherente y original ideólogo.
Es hora que, aprovechando la distancia del tiempo, lo clasifiquemos con serenidad y desapasionamiento, para dejar establecido que Manuel González Prada no puede ser entendido en su filosofía política como anarquista, en ninguna de sus cuatro variantes ni en alguna variante personal nueva, porque no tuvo tal filosofía política. El es más bien un radicalista libertarista y no un pensador anarquista.
Puedo comprender el profundo disgusto y enfado -tal como ocurrió en el Centro cultural español cuando compartí estas reflexiones durante una conferencia- por tal apreciación de nuestra de señera efigie intelectual, tan habitualmente señalada como anarquista, sobretodo porque hay muchas figuras y figurones del autoritarismo que se han camuflado en el anarquismo ante el naufragio de sus navíos ideológicos, buscando otra tabla de salvación. Pero a éstos especialmente hay que hacerles recordar que, el legado más permanente de González Prada es que su antiautoritarismo sólo tiene futuro profundizando la democracia.
En el Perú Manuel González Prada representa el infradesarrollo teórico del anarquismo, el cual no alcanzó los estilos anarquistas europeos. Su adherencia externa obedece a que no sólo es primeramente un intelectual y no un político, sino a que en el país tampoco hubo socialismo utópico, influyendo en ello el atraso de nuestra vida intelectual. Así, no se puede afirmar que en González Prada se produce una sincronización anarquista entre el Perú y Europa, sino más bien, una diacronía, y ello a pesar de que él fue testigo de excepción de las corrientes anarquistas y socialistas en el Viejo Mundo.
Manuel González Prada, como Abelardo Gamarra, son las figuras más relevantes de la izquierda peruana de entonces, anterior a la eclosión del pensamiento comunista, entendieron que el anarquismo era una corriente contrapuesta al socialismo. Cuando se produce la caída del zarismo los discípulos obreros de González Prada desde las páginas del diario La Protesta se entusiasmaron pero criticaron acremente las tendencias autoritarias del nuevo Estado bolchevique. Por ello, Mariátegui al regresar de Europa como marxista «convicto y confeso», no asume una actitud agresiva frente al anarquismo peruano, sino que pone énfasis en la política de «frente único» y en la importancia del sindicalismo en la formación de la conciencia de clase, producto de su compenetración con la obra de su autor más citado: George Sorel. Pero también hubo un sector de discípulos de González Prada que aceptaron con agrado el marxismo: el socialismo arequipeño de índole intelectual de Lino Urquieta. |
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3. Radicalismo Gonzalopradeano
Para esclarecer el radicalismo gonzalopradeano podemos hacer la siguiente precisión: mientras el conservadurismo es la idea de que la acción política puede mejorar la condición humana sólo en cuestiones menores, el radicalismo es la idea de que la acción política puede mejorar la condición del hombre en cuestiones mayores.
Eso por un lado, pero también gran parte de los radicales han sido liberales durante la última década del siglo xviii (liberalismo británico) o socialistas de las décadas de 1820 y 1830 (socialistas ricardianos). Los primeros representaron una amenaza contra el orden aristocrático que prevalecía y jugaron un papel de primera magnitud en el avance de la democracia parlamentaria; los segundos constituyeron la piedra en el zapato del orden burgués por su crítica al sistema capitalista. Pero el pensamiento fascista, que en el Perú tuvo su auge potente con el partido Unión revolucionaria entre los años 1930 hasta 1945 en sus tres vertientes: aristocrática (José de la Riva Agüero, Carlos Miro Quesada Laos y Víctor Andrés Belaunde), mesocrática (Raúl Ferrero Rebagliatti) y popular (Luis A. Flores), también puede ser entendido como ideología de derecha radical; y el anarquismo como ideología de izquierda radical.
Esto supone que, el radicalismo define una disposición a cuestionar críticamente las instituciones existentes y a defender la reforma o abolición de las que no pueden justificarse.
Por su parte, hemos definido el radicalismo gonzalopradeano como radicalismo libertario, para diferenciarlo de los otros cuatro tipos de radicalismo (liberal, anarquista, socialista y fascista). El suyo es más una postura y un gesto, en vez de un credo político desarrollado y su praxis se limita al discurso, la propaganda y el libro, en vez que al Partido, el Comité o las manifestaciones. Es por ello que su anarquismo, como su indigenismo, es más un gesto que un desarrollado programa político o una sistemática acción subversiva.
Es indudable que sus ideas fueron una amenaza para el orden civilista semifeudal, centralista, gamonal y oligárquico, pero también es cierto que su ácida crítica contribuyó para que la plutocracia civilista de posguerra se planteara, por primera vez en la historia de la república, la tarea de poner en práctica un proyecto nacional, el cual tuvo un pronunciado matiz nacionalista hasta que el modelo fue revertido por el leguiísmo entreguista y antinacional. Pues, sería el pronorteamericano oncenio Leguía, y no sus antecesores López de Romaña ni Billingursth, el que espolearía las consignas revolucionarias antiimperialistas del partido comunista y del Apra.
Manuel González Prada es tan libre que carece de credo político desarrollado. Si libérrima condición le permite adherirse a la recusación anarquista del autoritarismo, pero sin ser doctrinariamente un anarquista «convicto y confeso». Por ello, no es su anarquismo el que da forma a su radicalismo, sino al contrario, es su radicalismo el que informa a su anarquismo.
Esta peculiar situación intelectual suya no es un capricho personal, sino que está vinculado con la correspondiente situación estructural del Perú de entonces: la coexistencia anómala de un sólido feudalismo junto a un naciente capitalismo. Su anómalo e incompleto anarquismo es tan anómalo como la estructura social misma del Perú, y por ello resulta un intelectual orgánico con la realidad nacional de las mayorías nacionales, pero también un intelectual inorgánico en relación a las doctrinas europeas del anarquismo. Pero ello no nos permite sostener que esto sería su versión anarquista «a lo peruano», porque su propósito no fue nunca presentar un programa político completo y cabal.
En conclusión, nuestro insigne escritor Manuel González Prada no fue nunca un pensador anarquista insólito y original, ni puede ser visto como un anarquista ortodoxo y escrupuloso con ninguna de las cuatro tendencias en boga por Europa. No fue un anarquista ideológico, sino a lo sumo, un anarquista romántico, pero sí fue un pensador del radicalismo libertarista. Y esto no puede ser comprendido como su versión personal y creativa del anarquismo porque careció de propuesta económica y social cabal, coherente y sistemática. Fue un incitador, un propagandista antioligárquico y un indómito defensor insobornable de la libertad humana. |
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