Hace unos meses, el compañero Nils o Víctor Gutiérrez nos dejó. Su partida dejó un vacío que será duro reparar. Los que quedamos seguiremos en la brega, como siempre. Aquí un texto quizá tardío (o quizá no tanto, porque el recuerdo y la memoria a veces nos congela), pero de corazón, que sale publicado en este número del periódico y que informa sobre su persona.
x Lucho Desobediencia
Hay personas y encuentros que bien merecen quedarse en nuestra memoria. Como cuando conocimos un/a amigo/a que devendrá en cómplice o el encuentro, incluso, con un libro, con una lectura que modifica nuestra vida en un antes y un después. Curioso es cuando una sola persona encierra un libro, un libro de vida y experiencia. Una vida arrojada a una idea. Víctor Gutiérrez, o Nils para los amigos, ha muerto y su ida deja un gran vacío. Porque a quien se le conociera cariñosamente como “el gringo” en otros tiempos se le estimaba como a un ser entrañable, cuya voz hacía brotar aquella sabiduría de quien había vivido momentos realmente álgidos y sabía transmitirlos.
Parece ayer cuando lo vi llegar por vez primera hace varios años ya a la tienda Universo Ácrata, con aquel sombrero distintivo y ese caminar señero. Casi desconfiando, se me acercó y me preguntó sobre una serie de temas relacionados a la idea anarquista. Yo respondía a discreción. Me contó que había visto el anuncio de la tienda en la Universidad de San Marcos, donde él había enseñado en una facultad que no precisamente se distinguía por lo social y humano que finalmente era lo que le interesaba. Aún recuerdo haberme reconocido en él, en sus historias, en sus lecturas y cómo recalcaba su emoción de haber encontrado por fin algún rastro visible de anarquistas en estos tiempos.
Luego se hizo un recurrente visitante de la tienda, un conversador exquisito con eso que nos gusta a algunos, derrochando anécdotas, datos de ediciones antiguas de libros y perspectivas y también enterándose de las últimas movidas y vaivenes. Recuerdo que hablaba bastante de Malatesta, aquel anarquista tan vigente como consecuente, que al igual que él, parecía haber salido de un cuadro de época. De aquellos luchadores legendarios. A Nils no le gustaba adjetivarse, cosa que compartíamos. Las definiciones a esas alturas de la vida le incomodaban. Solo se consideraba “un anarquista a secas”, con todo lo que ellos implicaba, es decir, aquel que no le rendía culto fanáticamente a ningún matiz concreto del anarquismo. Había aprendido de la experiencia, del activismo y de una síntesis de sapiencia.
Siempre militó de alguna forma en grupos relacionados a la idea libertaria en los cincuenta y sesenta, de manera clandestina o visible, en grupos pequeños o en organizaciones más grandes. Formó parte activa del grupo de anarquistas que tuvo una participación real en la década de los setenta en época de realizaciones con carácter autogestionario y cogestionario. Siempre encargándose de la contabilidad y de menesteres afines, pero no quedándose solo allí. Y ya habiendo llegado a la plenitud de la vida nunca cesó de involucrarse en actividades libertarias. Nuestro encuentro, y estoy orgulloso de eso, fue su acicate y resorte para volver a comprometerse. Lo llevé y convoqué a una serie de actividades anarquistas donde conoció compañerxs jóvenes que le inyectaron entusiasmo y vitalidad. Alguna vez, lo recuerdo, indignadísimo, levantándose con la vitalidad de un joven adolescente de su asiento en una intervención dentro de unas jornadas de debate, afirmando enfáticamente: “¡El anarquismo no es clasista!”, dando por sentado que él concebía la revolución como una subversión más amplia y honda del ser humano, irreductible a una cuestión económica abstracta y donde lo pedagógico es importantísimo. También donde la prédica mejor es la práctica y esto no dejó de recalcarlo nunca.
Dentro del abanico de diferencias y tonalidades ideológicas del anarquismo limeño, supo manejarse, no encerrándose en grupo libertario alguno. No perteneció a ningún grupo ácrata pero gustaba de dar esa idea, la idea aparente de pertenecer para que los ánimos no decaigan y los compañeros no reculen. Sin embargo, y a pesar de las diferencias, todas las perspectivas del anarquismo en estos lares coinciden en que es una gran pérdida. Quizá la más grande, pues él era compañero y maestro, pero no el maestro autoritario que conocemos, sino el cómplice y el amigo. Siempre preocupado por el devenir de las cosas y de los incidentes relevantes ligados al anarquismo. Un anarquista por antonomasia, finalmente.
Quizá se ha ido la referencia y la memoria caminante, pero su huella es imborrable para los que tuvimos la dicha de conocerlo, para enfatizar que su presencia y su estadía, su vuelta por fin, en esto que ha sido su vida, el anarquismo, no ha pasado desapercibida. Siempre fue digno, asistiendo a marchas y actividades, y comprendía que debido a sus años y de cara al presente había que aportar y sus canas y experiencia siempre transmitían temple y seguridad. Aún recuerdo algunas palabras suyas que resonaron mis oídos y que me motivan cada día que pasa y que sigo en esto y eso lo guardaré por siempre. Quizá ya no tendremos cerca la voz amiga de aquel último bastión anárquico que se fue la primavera del año pasado pero nunca lo olvidaremos, porque Nils no ha muerto, su recuerdo queda aún perenne. Simplemente te nos adelantaste, hermano y compañero.
Extraido del periodico: DESOBEDIENCIA n° 15